Fue entonces cuando algo extraño sucedió. Aquellos que estaban heridos, los que había sobrevivido al Armagedón, no obedecieron las órdenes del general, sino que se volvieron contra la horda de sus aliados y empezaron a atacarlos. Si bien apenas tuvo efecto y fueron rápidamente reducidos a la nada, aquello dio una idea a Caranlín.
Se sospechaba que el miasma ayudaba a suprimir la voluntad de los perdidos, aunque no se habían conseguido pruebas concluyentes de ello. No siempre sucedía, pero a veces algunos recuperaban la consciencia en zonas sin miasma, buscando su muerte. Otra de las teorías era que un fuerte trastorno podía ser una de las causas, como el ocasionado por heridas y batallas.
Así que la elfa de pelo rojo tomó una decisión quizás un tanto arriesgada, pues debilitaba el perímetro, pero que valía la pena intentar.
–¡Agrandad el perímetro! ¡Llegad hasta la zona de la explosión, donde no hay miasma!– ordenó.
Unos pocos habían tenido la misma idea y sonrieron, no sin preocupación, pues nadie sabía si realmente podía funcionar. Algunos otros, como Eldi, tenían alguna sospecha, aunque estaban lejos de saber exactamente que pasaba por la cabeza de la líder. La mayoría desconocían el porqué de la orden, y simplemente obedecieron, confiando en Caranlín, quien seguía dando instrucciones.
–¡Priorizad la defensa! ¡Si podéis anular su daño, no los matéis! ¡Los magos centraros en frenarlos, debilitarlos, obstaculizarlos o inmovilizarlos!
Incluso si su sospecha acerca del miasma era falsa, si podían simplemente contenerlos sin gastar demasiado maná o energía, estarían cumpliendo su objetivo de ganar tiempo. Si los de atrás se impacientaban y atropellaban a los que los precedían, entonces estarían haciendo parte de su trabajo por ellos.
Algunos magos crearon pequeños tornados en el seno de las fuerzas enemigas que se aproximaban, creando caos y provocando empujones y golpes entre ellos.
Los gigantes golpearon el suelo cuando los perdidos se cercaron lo suficiente a ellos, creando una onda expansiva que derribó a varios enemigos y desestabilizó el terreno frente a ellos. No invirtieron mucha energía en ello, pues no era una habilidad sino una exhibición de fuerza.
Varios elfos alzaron sus escudos y los plantaron en el suelo, formando una poderosa barrera tras la cual se asomaban lanzas. En frente de algunos de ellos, se había formado una especie de arenas movedizas, que si bien no eran suficiente para engullir a sus enemigos, los estorbarían. Por desgracia, allí no podían usar el poder de la naturaleza, que les hubiera sido muy útil.
Centraron los ataques en las extremidades y mandíbulas de sus adversarios en lugar de sus puntos más débiles. De esa forma, disminuían su poder de ataque y hacía más fácil la defensa, en lugar de eliminarlos y dejar que otro ocupara su lugar. Es cierto que tampoco era fácil ni carente de riesgo, y los heridos no fueron pocos, pero pronto la intensidad de los combates bajó y empezó a ser más fácil defender, casi relajado.
Aprovecharon los magos para descansar y recuperar maná, siempre con un ojo en el frente de batalla por si su ayuda fuera necesaria, así como muchos guerreros recuperaban sus fuerzas, en especial los de la segunda línea.
Aunque había excepciones, como las de dos gigantes que no sabían cómo contenerse. Se dedicaban a lanzar a los enemigos hacia atrás a martillazos, sin intención de matarlos, pero sin poder evitar que acabaran muriendo al cabo de unos cuantos golpes.
Probablemente, la estrategia hubiera funcionado por tiempo indefinido si no hubiera un general enemigo. O quizás los perdidos se hubieran pisoteado entre ellos. Lo más sorprendente es que éste no reaccionaba, como si estuviera esperando algo. Y pronto se dieron cuenta de qué.
El suelo endurecido empezó a temblar, siendo atacado por cientos de enemigos subterráneos. Resistía, y el enano encargado de ello lo empezó a reforzar, pero era obvio que su maná tenía un límite. Si bien los enemigos estaban sufriendo daños atacando un suelo tan duro como la piedra, estaban dispuestos a hacer sacrificios.
–Gragko, deja un paso justo allí, y otro allí. Dafkra, ponte allí y machaca todo lo que aparezca. Dakgror, lo mismo allá– señaló Caranlín.
Los gigantes se acercaron con un enorme sonrisa. Machacar gusanos era uno de sus deportes favoritos. Su hueco fue enseguida cubierto por los de la segunda línea, quedando está más dispersa.
No tardó en aparecer una lombriz, que fue aplastada a conciencia por la giganta. Sin embargo, los dos metros de longitud de algunos de aquellos gusanos, junto al torrente continuo de estos, pronto empezó a abrumar a ambos gigantes, no dando abasto y necesitando usar sus habilidades para contenerlos, habilidades que iban menguando su reserva de energía.
Caranlín observaba el campo de batalla, planteándose como apoyar a los gigantes, de donde sacar los refuerzos. Aunque por ahora su estrategia de contención estaba funcionado, debilitar más su perímetro era extremadamente peligroso. Quizás pronto se verían obligados a dar un paso atrás, reduciendo así el perímetro y las fuerzas necesarias para mantenerlo, pero también exponiendo más a quienes estaban protegidos en su interior.
Fue entonces cuando Eldi se levantó y, usando el maná que había recuperado, invocó una Lanza Eléctrica. Se acercó a Dafkra y le hizo una señal para que se detuviera, obedeciendo ésta mientras lo miraba confundida. Uso entonces Impacto Perforante sobre el cuerpo semiaplastado y semiabierto del gusano, el cual sufrió al instante el shock de la electricidad recorriéndole todo el cuerpo, desintegrándose poco después.
–Prueba con esta lanza– le ofreció Eldi, dejándola clavada en el suelo.
La giganta la cogió sin dudar. No era la lanza su arma preferida ni tenía habilidades para ella, pero había visto su efectividad. La siguiente lombriz simplemente fue atravesada gracias a su fuerza bruta, y aniquilada por la electricidad.
–Me gusta esta lanza– le sonrió a Eldi, y se volvió hacia el agujero por el que venía la siguiente presa.
–Durará unos diez minutos. Intentaré traer otra antes de que se acabe– le aseguró el alto humano, dirigiéndose a ayudar a Dakgror.
Creó otra lanza para éste, que el gigante recibió con una enorme sonrisa. Después de ver como la usaba su mujer, se moría de ganas de intentarlo. Y no le decepcionó. Elevó el pulgar hacia Eldi, como éste le había enseñado que era costumbre en su hogar, y siguió atravesando gusanos.
ESTÁS LEYENDO
Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batalla
FantasyCuando muere en su cama debido a su avanzada edad, aún recuerda a una NPC de un MMORPG que jugó en su juventud, sin entender por qué nunca ha podido olvidarla. Pero cuando vuelve a abrir los ojos, se encuentra con la ruinas de lo que era el inicio d...