Babuinos celestes

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Por precaución, y para entrenarlas, había ido añadiendo bendiciones a sus compañeros por el camino, por lo que no necesitaba hacerlo ahora para la mayoría de ellas. Lo más importante era coordinarse adecuadamente con ellos.

–El anillo puede paralizarlos, si hay suerte. Puedo poner muros. ¿Cuáles y dónde los queréis? Pongo trampas delante de los arqueros.

Muros Eléctricos frente a los guerreros– pidió el elfo que estaba a su izquierda.

Los arqueros no quería que su campo de visión fuera alterado. Así, era mejor intentar liberar a los guerreros de trabajo extra. No sólo estarían libres para defenderlos si se daba el caso, sino que si alguno de los primates decidía atravesar el Muro y quedaba noqueado, sería presa fácil.

–¡¡GRRRUUUAAAG!!

El grito de los enemigos azules era intimidatorio. Era una habilidad grupal para aumentar temporalmente su fuerza e intimidar a sus enemigos, aunque esta última parte no tuvo efecto. No sólo eran veteranos en el campo de batalla, sino que todos ellos estaban bendecidos con Corazón de León. Inmediatamente atacaron, siendo cuatro de los primates paralizados por el Anillo Eléctrico, oportunidad que no desaprovecharon los arqueros.

Dos de los primates restantes se atrevieron a atravesar los Muros Eléctricos. Siendo mucho más gruesos que el Anillo, la probabilidad de quedar aturdido es mucho más alta, y uno de ellos lo sufrió, siendo inmediatamente fulminado por una precisa flecha.

Quedaban doce, y no todos estaban indemnes. Eldi había lanzado varias Bolas de Hielo, dañándolos y ralentizándolos. De esta forma, algunos llegarían más tarde y tendrían que enfrentarse a menos a la vez, además de debilitarlos.

Por otra parte, varios de ellos tenían clavadas flechas. A pesar de su gruesa piel, el poder de penetración y las habilidades utilizadas hacían que no pudieran salir completamente indemnes. En las piernas disminuían su velocidad y potencia de salto, mientras que en los brazos afectaba su poder de ataque. Ignoraban las que se clavaban en sus cuerpos, aunque disminuían su vitalidad, y podían llegar a matarlos si se hundían más profundamente.

Los cinco primeros en llegar atacaron directamente a los arqueros, pues les parecían los más débiles. Sin embargo, no consiguieron llegar hasta ellos. Incluso antes de que los guerreros se interpusieran en su camino, habían caído en los agujeros.

Los Carámbanos no consiguieron abrirse paso en su carne, rompiéndose la mayoría con el impacto, pero si rasgaron su piel y restringieron brevemente sus movimientos, lo suficiente para ser atacados desde arriba.

Flechas y espadas se hundieron en sus cuerpos magullados, totalmente impotentes al haber caído en las trampas y ser incapaz de defenderse.

Eldi usó Abismo, empujando a dos de sus enemigos el uno contra el otro. Uno de ellos fue atravesado por el ojo, mientras que el otro había tenido la suerte de que su rostro quedara oculto, aunque no tanta. Una lanza voló hacia él, con la fuerza de Jabalina, incrustándose en su pierna. Seguía vivo, pero era una grave herida que también le quemaba por dentro.

Mientras, uno de los elfos se enfrentaba al que había conseguido atravesar el muro. Paró su embestida con el escudo, dejándolo noqueado al sumar la habilidad Golpe de Escudo con la propia inercia del animal. Inmediatamente siguió con la espada, clavándosela en el hombro a través de la axila, inutilizando así su brazo izquierdo y causándole un profundo dolor. Era uno de los puntos débiles de los primates, y el elfo lo había aprovechado. No tardó mucho más en acabar con su debilitado enemigo.

Galdomor se enfrentó a otro con su mandoble. Golpeó al primate en el brazo, causándole dolor, aunque nada grave. Luego se movió hacia el costado, forzando al enfurecido animal de pelaje azul a volverse hacia él. Ni siquiera había usado una habilidad, pues su única intención era atraer su atención, algo que aprovechó hábilmente Deranlín. Los dos llevaban mucho tiempo luchando juntos y se conocían a la perfección. Coordinarse para matar al primate era algo natural.

Una elfa se enfrentaba a otro de los primates con una espada a cada mano. Sus ataques cortaban continuamente la piel del animal y ya llegaban a su carne, siendo éste incapaz de acercarse a ella. Cuando una flecha se clavó en su mano alzada, y se giró para enfrentar al enemigo que lo había alcanzado, ni siquiera tuvo tiempo de arrepentirse de su error. Un instante de distracción le había costado que su punto más débil, su ojo, fuera rápidamente atravesado.

El último que quedaba más o menos indemne fue atacado por todos los arqueros y dos guerreros, mientras que Eldi remataba al que había herido. Quedaban dos, los que habían quedado más rezagados por las heridas recibidas, y que no tuvieron ninguna oportunidad de defenderse. Habían cometido el error de atacar a guerreros experimentados y fuertemente armados.

–¡Eldi!– llamó Deranlín –¡Usa tu hada! ¡Quiero verla en acción!

–¿Prometes no usarla en tus historias?

–Eeehmmm...– desvió ésta la mirada.

–Es lo más eficiente. Si no, no podríamos con todos, sería un desperdicio– la apoyó Galdomor.

Eldi suspiró. Era una batalla perdida. Así que su hada cibernética salió a desollar y descuartizar a los primates, con una velocidad y precisión que dejó anonadados a los elfos. Ya lo habían oído y lo esperaban, pero una cosa es imaginarlo y otra verla en acción. Incluso el hecho de llevar los restos con un cuerpo tan pequeño resultaba irreal.

Dividieron el material entre los seis. Todos llevaban anillos o amuletos capaces de transportar gran cantidad de material. No es que fueran algo común, pero tampoco extraordinario. En realidad, ni siquiera eran suyos, sino que se los habían confiado para que transportaran el material a reparar y los nuevos equipos, que serían recogidos a la vuelta.

–Vámonos. Estoy deseando un festín de babuino celeste– exclamó la guerrera elfa que usaba dos espadas.

–Siempre será una glotona– se rio un arquero, que resultaba ser su primo.

Aquello no la molestó. Habían crecido juntos y la elfa sabía que no había mala intención en sus palabras, como mucho, quería pincharla un poco.

–¿Entonces tú no quieres? ¿Me puedo quedar tu parte?– lo provocó ésta.

–¡Ni hablar!– exclamó él, imitando a Deranlín.

Los demás se rieron, incluido la propia Deranlín, antes de continuar con expectación su camino hacia la siguiente aldea. No siempre podían conseguir una carne tan exquisita. Matar a tantos animales era poco común, y lo evitaban siempre que era posible. Pero esta vez, no sólo no les habían dejado otra opción, sino que estaban en una parte del bosque a la que aquellos primates no pertenecían.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora