Enemiga entre las sombras

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Cuando Eldi se marchó, muchos ojos púrpura lo siguieron, y luego se quedaron contemplando durante un largo rato el lugar por el que su figura había desaparecido. Sabían que éste tenía aún duras pruebas que superar, pero confiaban en la profecía, en el destino. Ahora que se había mostrado parte de éste, no sólo habían recuperado la fe, sino que se había hecho más fuerte.

Durante su exilio, habían intentado aferrarse a aquella difusa esperanza, pero nunca habían tenido la más mínima señal de que se pudiera cumplir. El más leve signo de que fuera una profecía real. De que sus esperanza no fuera tan sólo una ilusión creada por ellos mismo. Hasta ahora.

Finalmente, se dieron media vuelta, dispuestos a trabajar duro. Quedaba mucho por hacer. Entre otras cosas, encontrar a otros dos héroes, o quizás sólo uno de ellos. No sabían cuánto les llevaría, pero estaban convencidos de que lo lograrían, en especial cuando miraban hacia una pequeña construcción que ahora consideraban casi sagrada. Había sido sellada después de que el elegido dejara la Marca del Portal para volver.



Había una extraña atmósfera en el grupo. Los otros sabían que no debían preguntarle al visitante sobre lo que había sucedido, aunque les mataba la curiosidad. Y éste lo sabía perfectamente, pero no podía hablar de ello.

Existía un enemigo acechando, y no podía arriesgarse a darle la más mínima pista. Y si bien confiaba en los elfos, explicárselo sólo aumentaría la posibilidad de que algo de información pudiera filtrarse. Un secreto es menos secreto cuando más gente lo conoce.

Miró un momento atrás, hacia la aldea cuyo perfil hacía rato que había sido engullido por la selva. Luego suspiró, intentando quitarse aquellos pensamientos de la cabeza. El tiempo de preocuparse por ello aún no había llegado. Por ahora, había otros asuntos que atender.

El primero era acabar de crear su equipo. Después ir al lugar indicado por el Oráculo. Y, finalmente, recuperar su poder y volver a Engenak. Y, en algún lugar entremedio, encontrar a Melia. O al menos alguna pista.

El solo recuerdo de la dríada llenó su corazón de nostalgia, esperanza y aprensión, preguntándose una vez más si la encontraría o cómo lo recibiría. Pero a pesar del miedo, estaba dispuesto a encontrar la respuesta.

Sacó de su inventario un anillo nivel 75 que había hecho siguiendo las recetas que Menxolor le había enseñado, que el hombre de piel púrpura casi le había suplicado enseñarle. Tenía finos grabados que evocaban plantas, y una pequeña gema de color verde. La apretó con fuerza contra su pecho. Le recordaba a Melia.



Sus compañeros elfos se quedaron en la última aldea, esperando a la confección de las armas que debían llevar de vuelta. Habían hecho una cena de despedida, con la carne de babuino celeste que les quedaba, aderezada con multitud de frutos y hierbas. Tenía que reconocer que era deliciosa.

Agitó el brazo una vez más para despedirse de ellos, antes de perderse en la espesura. Esperaba volver a verlos. Había muchos a los que deseaba volver a ver. Aunque a ninguno tanto como a sus hijos. Temía que se arriesgaran demasiado. Debía ganar poder cuanto antes.

–Cada vez es más fuerte– se dijo a sí mismo.

La sensación de ser observado seguía creciendo. En cada aldea había cierta sorpresa por la alta actividad de los espíritus tras la llegada del grupo, aunque a ninguno parecía preocuparles.

No obstante, ahora que estaba solo y la sensación seguía creciendo, no podía evitar preguntarse qué estaba sucediendo, qué querían de él aquellos espíritus. Pero no obtuvo más repuesta que el silencio, y que estos continuaran siguiéndole durante todo el trayecto.

Ni siquiera cuando una enorme rana lo atacó desapareció la sensación. Sus llamativos colores le decían que era venenosa, y las plantas abrasadas parecían confirmarlo. Sobre ellas había caído el Escupitajo que había esquivado Eldi, destruyéndolas casi por completo.

Decidió no acercarse y atacar con Jabalina, pero la lanza no fue capaz de clavarse en el cuerpo viscoso. Aunque tampoco las acometidas de la rana eran efectivas, pues él se escondía de los ataques a distancia detrás de un enorme árbol, que, sorprendentemente, era capaz de resistir el veneno o ácido del anfibio.

Cuando usó su larga lengua para atacar, el mago de batalla lanzó Explosión de Hielo, provocando que el frío helado del hechizo afectara a la lengua. Siendo el frío uno de los puntos débiles de la rana, aquello no sólo provocó que su lengua quedara inutilizada, sino que le causó un fuerte shock.

Eldi aprovechó la ocasión para usar de nuevo Jabalina, que esta vez penetró por la boca abierta. Con parte de la lengua semicongelada, no había sido capaz de cerrarla, y la parte más vulnerable de su cuerpo fue atacada por tres lanzas consecutivas, acabando con cierta pequeña hada recogiendo, entre otros, el veneno del anfibio.



Había cruzado un pequeño riachuelo, y bebido de la deliciosa y fría agua. Había algo extraño en el ambiente. La permanente sensación de ser vigilado había cambiado de repente, como si cientos de pequeñas formas invisibles hubieran empezado a moverse de un lado para otro, excitados.

No tenía sensación de peligro, pero estaba especialmente alerta ante una situación desconocida y extraña.

–¿Hay algo que los haya asustado? ¿Quizás han descubierto algo? ¿Se habrán cansado de mí y habrán encontrado otra distracción? ¿Me estoy volviendo paranoico?– se preguntó, incapaz de encontrar una respuesta.

–¿Quién eres y qué haces aquí?– lo interrumpió de repente la voz de una mujer.

Había un ligero tono de amenaza en aquella voz, aunque no hostilidad. Más bien precaución. Pero no fue eso que sorprendió a Eldi y le hizo girarse hacia la voz. Aunque no encontró nada. Sólo había árboles y selva.

De repente, una flecha increíblemente veloz se clavó en un árbol, a apenas a unos centímetros del alto humano. El poder de aquella flecha era sorprendente, pues se había introducido varios centímetros en el tronco.

Inmediatamente, un gran felino se abalanzó sobre él, algo que le sorprendió por completo, cogiéndolo totalmente desprevenido. Era la primera vez que Oído de Murciélago no lo avisaba del peligro, dejándolo indefenso ante el furtivo ataque del poderoso animal, y poniéndolo en un serio peligro. No sólo no tenía tiempo de bloquear el ataque, sino que había otra poderosa enemiga escondida entre las sombras.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora