Khaladok (II)

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Lo acompañaron hasta la herrería central, donde estaba esa plataforma mágica. Dada la insistencia de los enanos a los que había ayudado y sus méritos, acordaron dejarle usarla cuando acabaran los turnos. No suelen hacer uso de ella por la noche, a no ser que haya una urgencia. Es mucho más importante emborracharse con los camaradas y dormir de un tirón.

Mientras, enseñaron al elfo la ciudad. Se enorgullecían de sus fuertes muros, de las grandes estatuas de sus ancestros o de sus más variadas creaciones, especialmente las militares. De lejos, las armas y armaduras de los enanos parecen algo toscas. De cerca, se puede apreciar la delicadeza del trabajo de herrería, además de multitud de inscripciones, runas, grabadas con gran habilidad.

Eldi era capaz de hacer ese tipo de armas a partir de las recetas del juego, y tenía cierta compresión de las runas. Pero ser capaz de crear nuevos conjuntos de runas o modificarlos estaba más allá de sus habilidades.

Las runas también son una forma de magia. A través de ellas fluye el maná, que es redirigido y modificado por cada una de las runas, pero también por el conjunto de ellas. Conocer lo que hacen cada una individualmente es sólo el principio del estudio de una de las ramas más antiguas de la magia.

Cuando se llega a ese primer nivel de conocimiento, empieza el verdadero reto, el entender como interactúan entre ellas, como una runa modifica la forma de afectar al maná de otra runa. Luego qué pasa con conjuntos de dos runas sobre una. O de conjunto de dos sobre otros de dos. Y, a medida que van aumentando el número de conjuntos y las runas en estos, aumenta la complejidad.

Lo peor, o lo más interesante, según se mire, es que no acaba aquí. La disposición de las runas, rodeando o flanqueando, por ejemplo, también afecta al resto, así como la distancia, la fuerza con la que están grabadas o incluso el material. El añadir una sola runa a un conjunto complejo puede cambiar totalmente el comportamiento, o el cambiarla de posición. Puede llevarlo a cotas insospechadas o a arruinarlo.

Hay tantas posibilidades, que su estudio nunca se acaba. Siempre hay margen de mejora, de pequeñas sutilezas o de grandes cambios. Y después de una pequeña charla sobre ellas, de empezar a intuir la complejidad de aquella ciencia, Eldi se moría de ganas de estudiarlas más a fondo. Lo añadió mentalmente a su lista. Por desgracia, ahora no era una opción.

Luego fueron a tomar un tentempié, es decir, una abundante comida que Eldi fue incapaz de terminarse, y mucha cerveza. No sorprendió a los enanos que el elfo no pudiera con su pequeña ración, y lo ayudaron gustosos. Lo que sí les sorprendió fue que aguantara tan bien el alcohol. Intentaron que bebiera más para averiguar hasta dónde podía llegar, pero éste se negó, arguyendo que era su límite y tenían cosas que hacer.

Los enanos aceptaron sin problemas. Pueden ser ruidosos, bromistas o curiosos, pero también muy hospitalarios. Jamás obligarían a un invitado a hacer lo que no desea. Otra cosa muy diferente es tentarlo con más comida o bebida, o burlarse de él, pero eso entra dentro de la hospitalidad enana.

Cabe decir que enanos y enanas bebían, comían y se reían por igual. No parecía que hubiera una diferencia en fuerza física o carácter, e incluso los niños estaban allí. Sólo que no les dejaban emborracharse hasta llegar a la mayoría de edad. Es decir, no más de cuatro enormes jarras de cerveza. Solían quejarse, pero no osaban desobedecer a los mayores.

Aunque, en aquella ocasión, los jóvenes estaban más interesados en las novedades del día, ya fuera el extranjero o las últimas batallas contra trolls y orcos. Y no eran los únicos. Los adultos tampoco ocultaban su interés.



Eldi estaba un tanto preocupado por la borrachera de sus acompañantes, preguntándose que iba a hacer ahora. Pero, tan pronto les cayó un cubo de agua encima, se despejaron. Sin duda, su capacidad de recuperación es sorprendente. Y su resaca inexistente.

–¡Eh, gandules, despertad! ¿No teníais un jodido trabajo que hacer?– les gritó la mesera que les había tirado el agua.

–¡Joder!– exclamó Trelka, incorporándose de golpe –¿Por qué has tardado tanto en despertarnos?

–¡Vamos amigo elfo! O esos cabrones cerraran la herrería– se levantó de golpe Trelko.

El elfo los miró boquiabierto. Estaban completamente empapados, pero se lo tomaban como la cosa más normal del mundo, y no había rastro de su borrachera. Lo único que les preocupaba era que se hacía tarde.

Los siguió mientras se abrían paso hasta la salida, pasando por encima de algún que otro enano, pero sin pisarlos. Sus movimientos eran mucho más considerados y menos torpes de lo que pudiera parecer. Y bastante más rápidos. De no ser por Espíritu de Conejo, hubiera sufrido para seguirlos.

Cuando llegaron, se encontraron con que una enana anciana los esperaba en la puerta. Ambos hermanos se detuvieron y saludaron de forma casi militar, con respeto, preguntándose que hacía allí.

–Gran Sabia, es un honor– saludaron ambos a la vez.

Lo que más le sorprendió a Eldi es que era la primera vez que ningún insulto salía de su boca. La anciana miraba a los hermanos, pero los escoltas de ésta lo miraban a él. Sus niveles eran variados, pero había un par que sobrepasaban 60.

–Me encargaré de guiar a nuestro invitado. Así que ya podéis sacar vuestro culo de aquí– les espetó ésta.

No había hostilidad en sus palabras, más bien familiaridad, familiaridad enana. Los hermanos se despidieron de Eldi y se marcharon, obedeciendo. No había miedo en su voz ni en su rostro, sólo respeto.

–Ven, sígueme– le dijo a Eldi, casi como una dulce abuela. Luego cambió su tono a uno más enérgico –. Vosotros esperad aquí. Si alguno se asoma, os patearé vuestros gordos culos todo el camino de vuelta.

Eldi la siguió, un tanto sorprendido, hasta que llegaron a la plataforma mágica. Ella se giró hacia él.

–En primer lugar, quería agradecerte tu ayuda contra los trolls. Esos malditos nos causan problemas continuamente, pero al menos esta vez se ha resuelto sin complicaciones. Por ello te consideramos un amigo.

–Sólo pasaba por allí. Hice lo que cualquiera hubiera hecho.

–Ja, ja, no lo creas. Muchos simplemente se hubieran ido para no meterse en problemas. Aunque tuvieran fuerza más que suficiente para echar una mano.

La anciana miró fijamente a los ojos de Eldi antes de volver a hablar, como si pudiera ver a través de ellos.

–En segundo lugar, hay algo que me preocupa. No eres un elfo. ¿Quién eres y qué quieres realmente?

Eldi la miró sorprendido. No sabía cuándo su disfraz había sido expuesto. O quizás aquella anciana podía ver a través de él. Se temía que se había metido en un problema.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora