Mazmorra, 1ª planta

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Caminó un buen rato sin encontrar nada más que paredes de piedra y oscuridad. Y algunos hongos que proporcionaban algo de luz, eran venenosos o absorbían maná, todos ellos adecuados para hacer pociones y que fueron debidamente recolectados.

De pronto, su mano tocó algo húmedo y la retiró de inmediato, temiendo que pudiera ser otro hongo venenoso, Pero no sólo la humedad no retrocedió sino que avanzó hasta su brazo, ocasionándole un fuerte dolor en las zonas abiertas de sus ropas.

Una especie de gelatina se movía sobre su ropa y se acercaba más y más al resto del cuerpo, atacando las partes descubiertas con un ácido capaz de digerir la carne. Era un limo, un ser difícil de vencer con ataques físicos pero vulnerable al fuego. O al menos ese era el conocimiento durante el juego.

Aplicó fuego sobre su mano y brazo, y también sobre la espada que había sacado, pues era más fácil de usar una arma menos voluminosa contra un enemigo que tenía encima. También se aplicó Regenerar, aunque no Curación Básica por el momento.

El limo era nivel 20, y los cortes de la espada apenas le afectaban, aunque sí el fuego que los quemaba. Asimismo, el fuego en el interior le hacía suficiente daño como para que interrumpiera su avance, además de que quemaba el ácido y protegía a Eldi. Era muy vulnerable a ese elemento a pesar de la diferencia de nivel, por lo que los ataques desde dentro y fuera acabaron con él en no demasiado tiempo.

Si bien le había causado mucho dolor, al sólo ser en el brazo el daño no era excesivo, aunque el aspecto de las zonas descubiertas era terrible. No obstante, el hechizo de curación por tiempo hacía su efecto, y prefería aguantar y esperar a gastar más maná. Había usado muchos Toque de Fuego y no sabía si se encontraría más de ellos.

Guardó el hacha que estaba en el suelo y continuó con cuidado, vigilando paredes y techo ahora que sabía a que se enfrentaba. En las mazmorras, al menos en los niveles superiores, solía haber sólo un tipo de monstruos.

La mejor noticia es que, al ser nivel 20, y con la bendición, había bastado con uno para subir de nivel y ahora era 16, lo que había desbloqueado la pasiva de curación, doblando su eficacia. Así mismo, había desbloqueado la habilidad Molino, que consiste en girar rápidamente la lanza sobre su eje para repeler proyectiles. Es más eficaz que ¿Proyectiles a mí? si se sabe cuándo y desde dónde vienen los proyectiles, y se tiene una lanza a mano, mientras que el hechizo es ideal contra ataques sorpresa. Su afinidad era 7.

Le costó dos limos subir hasta 17, aunque esta vez no tuvo que sacárselos de encima. Esperando en el techo para emboscar a su presa desde quizás hacía varios años, fueron descubiertos y atacados con lanza y fuego, siendo sus habilidades inútiles. Ni Disolver, ni Adherir, ni Detectar Carne podían hacer nada contra alguien que les atacaba de lejos. Hubieran sido más peligroso si tuvieran niveles más altos, y desarrollado las habilidades de movimiento que hacen de los limos adversarios muy complicados, sobretodo si hay muchos de ellos.

No obstante, estaba un tanto sorprendido de que hubiera tan pocos. Apenas había encontrado tres, muchísimo menos de lo que recordaba del juego, o de lo que se desprendía de las palabras del Oráculo.

Por otra parte, en 17 había desbloqueado Muro de fuego, cuya efecto puede deducirse por el nombre. El muro creado dura hasta cinco minutos en nivel 10 y lo tenía en 8. No es un hechizo que hubiera usado a menudo, pero sí en situaciones con muchos enemigos, por lo que había subido bastante.

Y también tenía a su disposición Terremoto, que permite saltar con el martillo hasta cinco metros en nivel 10, dañando y lanzando a todos los enemigos en un radio de un metro de la zona de impacto. La tenía en 10, pues era una habilidad que le gustaba usar, aunque fuera sólo por el efecto estético, recuerdo que le hizo avergonzarse un poco. A pesar de ello, se prometió probarla cuando no tuviera un techo de sólo dos metros sobre su cabeza.


Poco después del encuentro con el tercer limo, el túnel desembocó en una inmensa caverna, cuyas enormes estalactitas caían desde una altura que la luz de la lámpara flotante no llegaba a alcanzar.

Avanzó un par de pasos, vigilando las paredes y admirando el lugar, mientras un intermitente goteo indicaba que había agua en algún lugar cercano. Ese era el único sonido allí, más allá de su propia respiración.

Siguió desde su posición los movimientos de la lámpara, que iba iluminando el suelo de la caverna a medida que avanzaba, descubriendo poco más estalagmitas que surgían desde el suelo como si quisieran alzarse hasta el cielo. Hasta que descubrió algo más.

Ordenó a la lámpara que se parara en los restos de unas armas diseminadas por el suelo, descubriendo otras armas cercanas. Luego fragmentos de armaduras, ropas o mochilas. Y huesos, huesos humanos.

Se quedó paralizado, dividido entre el impulso de acercarse a aquellos restos y el de huir de aquel lugar. Pero, ante todo, la pregunta que se hacía era cómo habían muerto.

Debían de haber sido al menos cinco, y las armas eran de nivel 20 a 25. No tenía sentido que los escasos limos con los que se había encontrado pudieran hacerles frente, y en aquella cueva no había encontrado rastro de ninguno de ellos, ni de ningún otro monstruo. Y eso que la lámpara había estado iluminando casi todos los rincones.

Además, era extraño que hubieran muerto en medio de la caverna. Si tuvieran que luchar contra muchos enemigos, lo más lógico es que hubieran buscado una pared o vuelto al túnel para tener más protección. Y era impensable la aparición de un enemigo tan poderoso en aquella planta de la mazmorra.

También podían haber sido traicionados, pero no parecía la respuesta correcta. De ser así, se hubieran llevado las armas y posesiones.

Pero, entonces, ¿qué les había atacado? ¿Cómo? ¿Y dónde estaba ahora ese enemigo? Y mientras pensaba en ello, la oscuridad insondable del techo le puso la carne de gallina. Fue sólo una idea, era sólo una posibilidad, pero dio un paso atrás y envió la lámpara hacia lo alto.

Allí, pegados al techo, la luz descubrió cientos de limos esperaban pacientemente su oportunidad, para caer sobre aquellos imprudentes que osaran aventurarse en una mazmorra que llevaba demasiado tiempo sin ser explorada.

Eldi tragó saliva ante la evidencia de que, si no hubiera descubierto aquellos huesos, si aquellos aventureros no hubieran muerto allí, serían los suyos los que ocuparían su lugar en aquella trampa mortal.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora