Cuenta cuentos

735 120 0
                                    

A la mañana siguiente, salieron temprano en dirección a la siguiente aldea. No es que no quisieran quedarse un poco más, pero todos tenían prisa, no sólo Eldi. Era necesario preparar armas y equipos cuanto antes, pues había mucho que sustituir después de la última batalla.

Si bien no creían que el enemigo atacara en un tiempo, no podían estar completamente seguros de ello. Si algo les había enseñado el campo de batalla era a estar siempre preparados para lo peor, a no confiarse nunca.

La siguiente aldea estaba cerca, y no tuvo ningún problema en aprender y enseñar las pociones que conocía. Quedaron un tanto asombrados por la variedad del alto humano, aunque, por desgracia, algunas de ellas les sería muy difícil de crear, al carecer de los ingredientes. No obstante, cuando fueran a la capital, echarían un ojo. Si los podían conseguir o encargar a un precio razonable, no durarían en hacerlo.

Por supuesto, había curiosidad e interés por conocer los últimos acontecimientos. Si bien ya habían recibido noticias, escuchar la historia de los que los habían vivido en persona era totalmente diferente. La información recibida por los canales mágicos era muy resumida y concisa, totalmente carente de detalles.

Además, una de las elfas que acompañaban a Eldi era realmente una hábil narradora, capaz de atraer el interés de la audiencia, de envolverlos en la historia, casi de hacérsela vivir en primera persona.

–... y entonces, Eldi levantó las manos y un gran poder surgió de él, formando una densa niebla que tapó el cielo y engulló los ataques de los enemigos...– narraba Deranlín.

Eldi seguía haciendo pociones, aunque era consciente que muchas miradas estaban puestas en él, así como de las exclamaciones de los niños. Decidió ignorarlas. Con suerte, cuando siguiera la historia, se olvidarían de él.

–... de la nada, creó unas lanzas mágicas, que no sólo poseían la terrible aura del rayo, sino que eran capaces de aniquilar a sus enemigos de un solo impacto...– seguía un rato después.

Una vez más sintió todas las miradas, en especial las de los más jóvenes, que creían estar viendo a un gran héroe. Miró a uno de los elfos, pidiéndole con la mirada un poco de piedad, que no exageraran tanto. Pero el elfo sólo sonrió divertido y se encogió de hombros, diciéndole así que aquello no estaba en sus manos.

Además, tampoco creía que la elfa estuviera exagerando tanto, como mucho adornando un poco la historia. No obstante, sabía muy bien que aquel visitante no veía igual las cosas, no se veía a sí mismo como un héroe, algo con lo que todos los demás estaban en desacuerdo. Es cierto que no había sido el único héroe de aquella batalla, todos los habían sido, pero ninguno había brillado tanto como él. Sólo el mismo héroe no lo consideraba así.



–Si esto continúa así, me quedaré calvo. ¿No podríais hacer que destacara un poco menos en la historia?– suplicó Eldi.

Antes de salir, había acabado dejándose cortar un poco el pelo, otra vez. No podía negarse a los ojos expectantes de los niños elfos, deseosos de conseguir un cabello para hacer un amuleto y añadirlo a la colección de héroes. Era una costumbre de los más pequeños, y el del alto humano ocuparía una posición importante.

–¡Ni hablar!– rio Deranlín.

–Ríndete, no vas a convencerla. Los cuenta cuentos son inflexibles en sus historias. Y ella es especialmente tozuda– rio también Galdomor.

–¿¡Quién es tozuda!?– se molestó la elfa.

–Nada, no he dicho nada– rápidamente intentó disculparse, escondiéndose detrás de otro elfo.

Ella resopló, no mirándolo ni dirigiéndole la palabra durante más de media hora, mientras los demás los miraban con una sonrisa resignada. Los conocían de hacía tiempo, y sabían que aquellas peleas eran habituales entre ellos.

Eldi se preguntaba cuál era exactamente su relación. No eran hermanos y tampoco parecían que fueran pareja, pero tampoco quiso preguntar. Si se lo contaban, escucharía, pero tampoco iba a meterse en los asuntos de los demás.

Eran un grupo amplio, cuyo nivel estaba ligeramente por encima del de la zona en la que estaban, por lo que ningún depredador era tan imprudente como para atacarlos. Pero, aun así, debían ir con cuidado. Nunca puedes estar completamente seguro en la selva, algo que se confirmó cuando un grupo de primates azules los rodeó.

Eran unos veinte, de más de metro y medio de altura y de niveles entre 70 y 72. Habían intentado hacerse con el control de su manada, pero habían sido vencidos y expulsados, por lo que ahora rondaban aquella zona de menor nivel en busca de comida, antes de volver y tratar de encontrar un lugar más apropiado para ellos.

No eran un gran peligro para las aldeas, que contaban con formidables medidas de protección. Y probablemente tampoco para los cazadores elfos, que conocían bien sus terrenos de caza y eran sensibles a los más pequeños cambios. Pero los viajeros eran más vulnerables. Por ello, solían viajar en grupo numerosos y con protección, para evitar sorpresas.

Sin embargo, aquel grupo era relativamente pequeño, por lo que los primates confiaban en su victoria. No obstante, antes de iniciar su ataque, su confianza empezó a resquebrajarse. Dos sus miembros murieron al instante, atravesados sus cráneos por flechas que habían entrado a través sus ojos. Y un tercero estaba gravemente herido. Había conseguido girarse, apartando el ojo de la trayectoria de la flecha, pero aun así ésta había penetrado parcialmente su cráneo, por lo que no tardaría en morir.

A pesar de ser varios niveles superiores, la diferencia no era ni mucho menos insalvable, y los arqueros elfos habían usado poderosas habilidades y hechizos para aumentar el poder de sus flechas, combinación que aún podían realizar algunas veces más, pero que no era tan efectiva una vez el enemigo era consciente del peligro. Unido a su casi infalible puntería, los arqueros habían reducido el potencial enemigo en tres de ellos.

Los tres guerreros, incluido Eldi, se movieron para formar un triángulo defensivo, en cuyo interior estaban los arqueros. El alto humano inmediatamente invocó un Anillo Eléctrico. Si paralizaba a alguno de los primates, aunque fuera por un instante, sería presa fácil de las flechas. Era una táctica que había utilizado a menudo con Goldmi.

A continuación, invocó un Área de Ataque para aumentar el poder de los arqueros. El resto de áreas podían esperar a que el enemigo se acercara un poco más. Luego bendijo las armas de los guerreros con Toque Vampírico y Toque de Fuego. Finalmente, blandió su hacha.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora