Pueblo-topo (II)

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–¿Es... eso... posible...?– preguntó Vato, el padre del niño.

–Sí, claro, sólo necesita un maestro y una plataforma mágica de herrería– respondió Eldi, un tanto confuso por la actitud de los hombres-topo. En los dos días de búsqueda de un nuevo túnel, había empezado a aprender a leer sus expresiones.

–Un... maestro...– repitió decepcionado el padre.

–Sí, ¿por qué? ¿Sucede algo?– se extrañó el alto humano.

–Yo... Mi pueblo... Según las leyendas...

Pero Eldi lo interrumpió, sacando el hacha y girándose hacia donde Oído de Murciélago le indicaba, lo que hizo que todos se pusieran en guardia. Las otras dos veces que lo habían visto actuar así, algo los había atacado.

Esta vez fue otro tigre de jade, nivel 34, que no esperaba el fracaso de su ataque sorpresa. Las presas más fáciles, sus objetivos prioritarios, habían sido defendidas por un Muro de Fuego y se habían refugiado detrás del humano, que era apoyado por seis hombres-topo de niveles entre 25 y 26.

El tigre se abalanzó hacia ellos, con la intención de sobrepasarlos con un Gran Salto, pero el terreno no aguantó su peso y sus patas se hundieron, interrumpiendo su ataque y dejándolo en una situación vulnerable.

Los seis hombres y mujeres-topo habían usado sus habilidades para manipular el terreno a la vez, en una maniobra que no hubiera sido muy útil contra los enemigos a los que habitualmente se enfrentaban en los túneles, pero si lo era en el exterior. Había sido una idea del extraño que los había salvado, y ya se había mostrado extremadamente efectiva en su anterior encuentro.

Eldi usó Jabalina y sus aliados hicieron lo propio, aunque sin una habilidad que los respaldara. Quizás no fueran tan efectivas, pero sí lo suficiente para aumentar el daño, usando las lanzas que el hombre les había prestado. Después de ello, empuñaron las suyas propias y avanzaron hacia el tigre, que había sido noqueado mediante Terremoto, aunque apenas por un segundo.

El mago de batalla usó Propulsar continuamente, noqueando ocasionalmente al felino, pero, sobre todo, asegurándose que no saliera del suelo, en incluso hundiéndolo un poco más. No era la forma más eficiente de usar su energía, en el caso de estar sólo, pero con el tigre luchando contra él y contra el terreno, sus aliados podían atacar con cierta seguridad.

Se habían acercado uno a uno a Eldi para imbuir sus lanzas con fuego, y atacaban sin piedad. Y si bien su fuerza no era lo suficiente para dañar a su enemigo con heridas muy profundas, todos atacaban al mismo punto, consiguiendo llevar a cabo lo que uno solo no podía.

Y así, mientras Eldi se ocupaba de distraer al felino, usando Provocar si era necesario, el resto se encargaban de perforar la carne del animal, que fue incapaz de reaccionar ante aquel ataque coordinado. Era lo mejor que se les había ocurrido para trabajar en equipo, algo simple y que les podía servir incluso con sus diferencias, y el poco tiempo que tenían para aprender a coordinarse.

Mientras una vez más los hombres-topo observaban maravillados como el asistente se encargaba del cuerpo, Eldi revisaba las nuevas habilidades que había conseguido al subir a nivel 31.

El hechizo desbloqueado era Explosión de Fuego, capaz de causar daño de fuego dos metros alrededor suyo a nivel 10. Dado que lo tenía en 5, sólo alcanzaba un metro. Hace más daño que Muro de Fuego, Toque de Fuego o Aura de Fuego, pero sólo durante un instante y con un costo alto de maná.

En cuanto a las habilidades, la que había adquirido la había usado muy pocas veces, pero podía ser extremadamente útil en ciertas situaciones. Era Escalar, una habilidad de lanza que consiste en arrojarla con una cuerda para clavarla en la pared, incluso de roca, y subir por ella. Tan sólo la tenía en 2.

Por otra parte y sorprendentemente, también algunos de sus aliados subieron de nivel. No es tan fácil para los nativos del mundo hacerlo como lo es para los visitantes, pero habían estado luchando contra enemigos de poder muy superior al suyo. Y aunque sólo hicieran parte del daño, había sido suficiente para alcanzar un nivel superior. Sin embargo, no ganaron ninguna habilidad, pues sólo se consiguen cada diez niveles, o si se aprenden por otros medios.

–No puede entrar con nosotros, conoces las leyes tan bien como yo– protestó una mujer-topo.

–Pero no podemos dejar pasar esta oportunidad– argumentó otro.

–Ni siquiera sabemos si nos puede ayudar. Ni si quiere– renegó la mujer.

–Deberíamos llevarlo hasta un túnel superior y que decidan los ancianos– sugirió un tercero.

–¿No deberíamos primero saber algo más? Deberíamos preguntarle...– propuso otra de ellos.

–Sea como sea, hay que tomar una decisión rápido. La superficie es peligrosa– interrumpió el padre del niño.

Eldi los miraba de lejos, preguntándose que estaban discutiendo, y planeando darles parte de lo que sus asistentes habían recolectado. Al fin y al cabo, ellos habían ayudado a acabar con las bestias.Y cuando finalmente se acercaron, le pareció que dudaban.

–Esto... Has dicho que un maestro podría enseñarle. Bueno, ¿sabes si... de alguna forma... hay la posibilidad de... que alguno de la superficie pueda venir y enseñarle?– preguntó el padre de Cato.

Eldi estaba intrigado por la actitud de aquellos seres ante la mención de la aptitud del niño, y se preguntaba qué estaba sucediendo exactamente. Dudaba si debía decirles que él podía hacerlo, si no sería peligroso. Sin embargo, parecían un tanto desesperados y no podía recomendarles a nadie más.

–Yo podría hacerlo, pero se necesita una plataforma mágica de herrería para iniciarlo. Si no pudiera hacerlo, no hubiera sabido que tiene la aptitud– confesó Eldi.

Lo miraron sorprendidos una vez más y se miraron entre ellos, llegando a un acuerdo con la mirada. Todos asintieron y Vato ejerció de portavoz.

–Yo... ehmmm... Si puedes ayudarnos a enseñar a Cato... Quizás... No estoy seguro si lo permitirán, pero si nos acompañaras... te lo agradeceríamos. Y quizás podamos ayudarte a pasar al otro lado... si nos dan permiso...

Era obvia la dificultad que tenía para pedirle aquello, su indecisión, sus dudas. Y a él le era muy difícil negarse, así que asintió y los acompañó al interior del túnel. Que cerraran el pasaje que los había llevado hasta allí no le tranquilizó, pero por lo menos le dejaron usar la lámpara que ellos no necesitaban.

Se quedó esperando allí, junto al niño la madre y otros tres de ellos, algo impaciente y preocupado.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora