Encuentro en la mazmorra

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Contra los esqueletos no había sido capaz de apreciarlo, pues no habían sido más que pequeñas escaramuzas, pero contra el enorme esqueleto de más de tres metros, pudo entender algunas de las virtudes y carencias del grupo.

En lo que más destacaban era en la coordinación, se conocían todos de hacía mucho. Sabían cuándo dejar paso al otro, cuándo esconderse tras el escudo de Jubo, cuándo apartarse para que impactaran los hechizos, o cómo alternar hielo y fuego. No luchaban individualmente, sino como una unidad de cuatro.

Entre sus carencias, destacaba la falta de experiencia, y, sobre todo, el no estudiar los movimientos de su enemigo. Confiaban sólo en su poder, en su defensa y en sus reflejos, y no aprovechaban la previsibilidad en los movimientos del contrario.

Eldi, por otra parte, tan sólo se mantenía al margen, y los curaba cuando se acercaban. Se limitaba a aplicar Regenerar, que era lo más eficiente, pues tampoco sufrían tanto daño. El problema estaba en que la batalla se alargaba y el daño se acumulaba, lo que los había obligado a retirarse en anteriores ocasiones, algo que Regenerar había solucionado por completo.

–¿Bajamos?– preguntó Etina, algo cansada pero exultante tras la victoria.

Todos asintieron en cuando Eldi lo hizo. No podrían seguir mucho más allá sin él, y no estaban seguro si aceptaría continuar, así que se alegraron de poder seguir adelante.

Descansaron y comieron antes de continuar, recuperando tanto maná como energía. Y aunque no había gastado mucho, Eldi podía notar como se recuperaba más lentamente, que es lo que sucede en las zonas de menor nivel al propio.



En segundo piso también había esqueletos, pero de nivel 36, y armados con un hueso que podían lanzar. Y aunque la espada de Etina no es el arma ideal contra los esqueletos, la joven peliverde usaba toda la hoja para golpearlos en lugar de cortarlos, siendo suficientemente efectiva.

Tampoco tuvieron grandes problemas, una vez Eldi insistió que se fijaran en el movimiento de los esqueletos cuando lanzaban el hueso, y por fin consiguieron esquivarlos. Se sorprendieron un poco de ser capaces de evitar ese ataque con tanta facilidad una vez lo reconocían, preguntándose si podían hacer lo mismo con los demás.

No encontraron más que un par de hongos pequeños, que no cogieron porque no habían crecido lo suficiente, y ni una sola veta de metal mágico. Al parecer, lo extraían nada más aparecía, provocando que tuviera una concentración de maná muy inferior a los que él había obtenido en la otra mazmorra. Lo lamentó, pues le hubiera gustado conseguir algo de hierro mágico.

No les fue especialmente difícil atravesar aquella planta, pues el efecto de las bendiciones era mucho más relevante que el nivel superior de los esqueletos, por lo que no tardaron en llegar al jefe de planta, otro esqueleto enorme, y armado con un hueso también enorme.

–Hay que estar atentos con el hueso, lo lanza como los otros, pero es mucho más grande y puede causar mucho daño. Además, tiene muchos, así que puede tirarlos todo el rato. No es seguro estar a rango– explicó Lánoto, que había recogido esa información previamente.

Todos asintieron, y miraron a Eldi, quien aseguró que estaba bien, que podía arreglárselas. Era al que menos conocían, por lo que no sabían hasta dónde llegaban sus habilidades. Aunque es cierto que era él quien les había abierto los ojos sobre los lanzamientos de los más pequeños.



La lucha no fue mal. No era muy diferente al anterior en el cuerpo a cuerpo, pero era capaz de interrumpir a los magos al lanzar el hueso y obligarlos a esquivarlo. Aún no eran lo suficientemente hábiles para seguir con los hechizos si hacían movimientos bruscos.

Al final, tuvieron que retirarse. Corrían el riesgo de quedarse sin maná y energía, y esa era una valiosa lección que tenían bien aprendida. Habían estado a punto de morir en el pasado por arriesgarse demasiado, de perder su vida y la de sus hermanos y amigos, algo que no habían olvidado ni olvidarían jamás.

Salieron de la sala sin que el enorme esqueleto pudiera evitarlo y, una vez se aseguraron que no los seguía, Eldi acabó de curar los últimos rasguños. Pretendían seguir en la planta, acabando con los esqueletos y haciéndose más fuertes, mientras les quedaran provisiones. O hasta que sus heridas empezaran a ser serias, en el caso de que su sanador no siguiera con ellos. Si lo hacía, igual intentarían enfrentarse al jefe de planta una vez más.

–Oh, eres un sanador. Deja a esos novatos y vente, nos hace falta uno– exigió la voz de uno de los que se acercaban.

Eran un grupo de cinco, vestidos con armaduras relucientes y llamativas, especialmente quien había hablado. A Eldi no le gustó su tono de voz, pero aún menos que dos de ellos fueran nivel 50, mientras que los otros estaban entre 34 y 37.

Etina y Jubo los miraron enojados, mientras que los dos magos ocultaban mejor sus sentimientos. Eldi, por su parte, intentó mostrarse tranquilo.

–¿Quiénes sois?– preguntó.

–Eh, ¿no me conoces?– preguntó éste, algo irritado.

–He llegado hoy, no conozco a casi nadie.

–Ah, ja, ja, eso lo explica. Soy Aljhon, sobrino de los condes, y el mejor aventurero del reino– respondió arrogante.

–¡Sabes que no puedes hacer esto! Los grupos no se hacen y deshacen dentro de la mazmorra– interrumpió Jubo.

Uno de los niveles 50 puso la mano en su maza, esperando la orden, algo que no pasó desapercibido a Eldi.

–Eso lo decido yo. Al fin y al cabo, esto sólo era un prueba– le replicó Eldi, en un tono que pretendía ser algo arrogante, y que los jóvenes no esperaban.

–Jo, jo, bien dicho. Aunque si queréis venir con nosotros, os podemos hacer sitio por la noche– ofreció Aljhon, entre burla y lujuria.

–¡Antes muerta!– se negó Etina, ofendida.

–Parecen que no quieren venir– se burló también Eldi –. Por supuesto que voy con vosotros, es una oferta mucho más tentadora que estar con estos novatos. Pero dejadme un momento, tengo que acabar mis negocios con ellos.

–Sí, sí, pero date prisa. Estaremos en el jefe.

Esperó a que se alejaran antes de volverse hacia los jóvenes, que lo miraban con odio, con desprecio, decepcionados.

–Cómo has podido, yo creía que...– le reprochó Etina, casi con lágrimas en los ojos.

–Son una basura, pero son peligrosos. Eran capaces de matarnos, y los dos de atrás son mucho más fuertes que nosotros. Es mejor que salgáis de aquí, aún no estáis fuera de peligro.

Los cuatro lo miraron confundidos, comprendiendo que lo habían juzgado mal.

–¿Y tú?– preguntó Lánoto.

–Por ahora iré con ellos, pero no os preocupéis, sé defenderme.

Lo miraron marcharse antes de activar los portales de vuelta, los que venían con el pase de entrada. Estaban preocupados por él, pero también algo confusos. En la última mirada de aquel hombre había algo que no habían visto antes.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora