Sapos(I)

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¿Proyectiles a mí? protegió a Eldi y a sus compañeros del ataque venenoso del sapo, de las pocas mucosas que no lograron esquivar. Para ninguno de ellos era una novedad que sus enemigos lanzara veneno.

El anfibio se puso entonces a saltar sobre sus dos patas, provocando un mini terremoto a su alrededor. Eldi usó Equilibrio para levantarse y Estabilidad para mantenerse de pie, mientras lanzaba Jabalina sobre uno de las patas y cambiaba a hacha.

Mientras, los guerreros-topo también luchaban para mantener el equilibrio y atacar las patas del anfibio, al mismo tiempo que el resto de guerreros llegaban con sus lanzas. Y un par con flechas, pues habían encontrado en los arcos que les había dejado probar Eldi su arma ideal.

La distancia entre niveles no era excesiva, por lo que la diferencia numérica abrumó al sapo, a pesar de que todos evitaban atacar al cuerpo. Su cabeza y sus patas estaban destrozadas, y ya no podía usar una de sus mejores armas, la lengua. Pronto sucumbió ante el aluvión de ataques, y Eldi rápidamente empezó a cortar el estómago de la bestia, sin importarle la membrana venenosa que recubría la piel.

El hombre-topo no se movía, y tanto el humano como los que se habían acercado aplicaron desesperadamente curas al cuerpo maltrecho, así como primeros auxilios para expulsar el líquido que pudiera haber ido a parar a sus pulmones. Tenía el cuerpo cubierto de lo que parecían quemaduras, pero no eran sino el efecto de los jugos gástricos y el veneno.

–Cof, cof.

Fue como un milagro hecho realidad cuando tosió, expulsando parte de un líquido venenoso de su interior. Aquel líquido hubiera causado heridas incurables en el interior de su cuerpo si en este mundo no hubiera magia capaz de regenerar incluso las partes del cuerpo más inaccesibles.

–¡Dico!– lo abrazó llorosa una mujer-topo, a la que luego habría que curar el veneno con el que acababa de contactar.

–Gita...– dijo él en un murmullo.

El resto los miraron, aliviados por haberle salvado la vida, y preguntándose, con una sonrisa un tanto traviesa, como iban ahora a ocultar que estaban saliendo juntos, algo que todos ya sabían. De hecho, cuando se calmaron, ambos se dieron cuenta de que su relación había sido expuesta y, abochornados, descubrieron que hacía tiempo que no era ningún secreto.

No obstante, tanto el estrés al que había sido sometido su cuerpo como el horror de ser comido vivo habían hecho mella en él, por lo que aseguraron una de las casas excavadas para que descansara.

Había estado abandonada muchos cientos de años, parte de las paredes se habían desprendido, y había signos evidentes de que otros seres habían morado allí. Incluso aún podían encontrarse restos de platos rotos que en su momento los dueños no se habían llevado consigo.

Y mientras descansaban y algunos se recuperaban de sus heridas o contacto con el veneno, discutían la mejor forma de lidiar con aquellos sapos, pues suponían que habría más de ellos. Su lengua y su veneno eran el principal problema.

Pero lejos estaban de pensar que se iban a encontrar con diez de ellos a la vez, con niveles que iban desde 50 a 55. Rodeaban la zona en la que estaban, por lo que no podían escapar sino enfrentándose con los anfibios.

–Son territoriales y nos consideran una amenaza– masculló Fita, mientras distribuía los grupos y se preparaban para enfrentarlos.

–Yo también voy– se levantó el hombre-topo que había sido engullido.

Se sentía humillado y quería venganza, por lo que era difícil decirle que no, además de que no podía negarse que se había recuperado físicamente. Quizás no estaba en las mejores condiciones, pero tampoco era un estorbo. Por ello, lo asignaron al grupo más numeroso y, en principio, el menos peligroso.

Eran algo menos de 50, por lo que prácticamente tocaba a cinco por sapo, pero eligieron una táctica parecida a la que habían usado contra la Guardia Real de las hormigas. Diez grupos de tres de ellos se encargarían de retenerlos, tres por sapo, o en algunos casos cuatro. Mientras, el resto iría en otro grupo a por el más débil, atacando al siguiente cuando éste cayera, o apoyando a quienes tuvieran problemas. Lo llamaban grupo aniquilación.

O ese era el plan, pero faltaba por ver si eran capaces de contener a los más fuertes, pues podían ser hasta 10 niveles superiores. Bastaba con distraerlos, pero eso no significaba que fuera tarea fácil.

Eldi, junto a los dos arqueros-topo, se iba a enfrentar a uno de los 55. Tenía más recursos que nadie para esquivarlo y distraerlo, por lo que se había ofrecido voluntario. Los otros dos estaban de apoyo, para distraer y molestar al anfibio, con la orden de huir si se acercaba demasiado, ya que sus niveles sólo eran 42 y 43.

Invocó Muro de Tierra en cuanto el sapo abrió la boca, desapareciendo de su vista e impidiendo que lo atacara con la lengua. Cerca de allí, Tica no pudo evitar que el ataque con la lengua de otro sapo la alcanzara.

–Es asqueroso pero funciona– murmuró Tica.

Todos se habían cubierto con las grasas que habían extraído de sus presas, con la intención de ser demasiado resbaladizos y no ser víctima de las pegajosas lenguas. Y habían conseguido su objetivo, aunque ésta estaba preparada para el plan B, agarrando fuerte su martillo, con la lanza a la espalda y un pequeña botella con un veneno muy potente al alcance.

El sapo retrajo su lengua, desconcertado por haberse escabullido su presa de ella. Pero esa no era la única sorpresa que lo aguardaba. Escupió su propia lengua ante el sabor ácido que le traía, el sabor de un veneno que habían mezclado con las grasas, y que la propia Tica había creado días atrás a partir de una receta de sus ancestros. No era suficiente para acabar con ellos, unos seres que también usaban veneno, pero sí los debilitaba. El que llevaba en la botella era más potente, pero no podía mezclarlo con la grasa.

Además, el veneno también tuvo un efecto disuasorio, pues los enormes anfibios no volvieron a usar sus lenguas una vez lo probaron, aunque eso no significaba que se fueran a rendir. Se sentían un tanto incómodos por no poder usar su arma preferida, y de que sus presas se les estuvieran resistiendo, aunque había algo más que los afectaba.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora