Aprendices-topo

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Caminaron un buen rato por un túnel único y solitario, que poco a poco empezó a tener ramificaciones y gente-topo, hasta acabar llegando a lo que al hombre le pareció un laberinto donde era imposible orientarse, y donde eran observados desde los propios túneles o agujeros en las paredes. Había también una luz suave, lo suficiente para permitirle ver sin necesidad de su lámpara, una vez se hubo acostumbrado, aunque no con la naturalidad de los nativos del lugar, cuyos sentidos estaban adaptados a aquel entorno.

Habían llegado a Jordavmol, una ciudad subterránea, donde las calles eran túneles y, a diferencia de las ciudades de la superficie, se expandía en las tres dimensiones, delante, detrás, derecha, izquierda, arriba y abajo. Eldi se sentía superado, perdido en aquel lugar fascinante, tan extraño para él como él lo era para sus habitantes.

Lo llevaron por varias calles que estaba convencido que era incapaz de encontrar de vuelta, hasta llegar a un túnel lateral que conducía a una enorme estancia semivacía. En ella estaban las plataformas mágicas, y mucho espacio para otras que seguían perdidas.

Eldi las revisó todas, una por una, mientras que los demás lo miraban ansiosos, inquietos, pues no sabían si aquellas plataformas mágicas realmente funcionaban. Las habían traído con sumo cuidado y las habían colocado en su lugar con mimo, pero no habían conseguido que funcionaran, y no podían saber si había algún problema en ellas.

–Todas están bien– dio el hombre su veredicto, para alivio de los presentes.

Sólo quedaba probarlas de verdad, y Eldi se sintió un tanto inquieto, preguntándose si no fallaría enseñarle a un ser de una raza tan diferente. Sólo había una forma de comprobarlo.

Habían llevado hasta allí mineral de cobre y todos los tipos de hongos que habían logrado reunir en tan poco tiempo, así que Eldi acompañó a Cato a la plataforma de herrería, que tenía su forma habitual de robusta mesa con el color del metal fundido. No era imprescindible que tuviera esa forma, lo necesario era el sumamente complejo circuito interno que manejaba el maná y que permitía manipular el metal.

El niño cogió apenas una pequeña cantidad del mineral y lo puso sobre la mesa, tal como le había indicado el maestro. Luego, puso una mano sobre la plataforma y sintió la del hombre sobre la suya.

–Siente el maná que fluye desde mi mano, que se mueve por dentro de la plataforma para llegar al cobre y extraer su pureza.

El niño asintió aunque no acababa de comprenderlo del todo. Pero podía sentir cómo la plataforma se activaba, cómo respondía al maná, cómo el cobre se desprendía de las impurezas.

Los demás observaban maravillados cómo el mineral brillaba y parte de él se desprendía. Incluso dos ancianos, que se acababan de incorporar y que habían sido reacios a admitir al extranjero, estaban viendo sus dudas desaparecer.

–Bien– siguió Eldi –. Ahora hazlo tú solo.

Todos observaron al joven aprendiz correr hacia el montón de mineral, cogerlo con su dos brazos y llevarlo hasta la plataforma mágica. Luego, sin sentir la presión de todos los que lo observaban inquietos, incluido Eldi, puso su pequeña mano sobre la plataforma. No era consciente de la trascendencia que tenía para su pueblo, pues para él era un juego y un sueño hecho realidad. Y, como lo había hecho antes y ante el entusiasmo general, el mineral brilló al extraerse el metal puro.

El niño miró al hombre, expectante, buscando la aprobación del maestro, ante lo que éste sólo pudo sonreír y acercarse a él, colocando la mano sobre su cabeza.

–Bien hecho. Ahora vamos a intentar algo más– lo elogió.

Como la primera vez, Eldi puso su mano sobre la del sonriente niño, para luego manipular el metal y crear una punta de lanza perfecta, que Cato miraba con ojos brillantes, deseándolo intentar. No tardó en hacerlo, alcanzando la misma perfección. Cogió entonces la punta de lanza, como si fuera un tesoro, y corrió a enseñársela a sus padres.

–No puede hacer más de dos operaciones cada vez. Tendrá que esperar una hora a recuperar todo su maná, y necesita mil para subir de nivel. Las operaciones superiores costarán el doble de maná, y las siguientes tres veces más. Necesitará tener más maná si quiere mejorar, necesitará subir de nivel– repitió el hombre, ante lo que todos asintieron, muchos con lágrimas en los ojos. Hacia tiempo que habían abandonado la esperanza de poder ver lo que estaban viendo.

–Puedo enseñarle algunas recetas– siguió Eldi –, pero sólo las de nivel bajo y para armas que quizás no necesitéis. Si traéis las recetas, las probaremos.

Los ancianos asintieron. Incluso si el hombre aprendía unas recetas que habían guardado con celo y secretismo, les estaba bien. Lo importante era comprobar que funcionaban, asegurar su futuro.

–¿Tica?– llamó a la mujer-topo.

Ella acudió sumamente nerviosa, mucho más de lo que lo había estado enfrentándose al tigre. Ella sí entendía de la importancia de aquello. Pero, para su sorpresa, el aprendizaje fluyó con naturalidad. Sentía que podía usarla como si lo hubiera hecho siempre, y las recetas que le enseñaba el hombre las aprendía con suma facilidad. Es cierto que no tenía mucho sentido enseñarle las de hierbas que crecen en la superficie, pero lo hizo de todos modos, siempre y cuando tuviera ingredientes y fueran de suficiente bajo nivel.

Ella siguió practicando con los hongos que habían traído, creando de varios tipos, aunque centrándose en las de maná. Y, si bien su maestro no tenía recetas para todos los hongos, por ahora era suficiente. Mientras tuvieran ingredientes, éstas eran las más importantes, pues les permitiría practicar más, en especial a un niño con pocas reservas. Por su parte, ella era nivel 40 y su maná era alto para un guerrero, aunque bajo para un mago. De hecho, se podría decir que pertenecía a una clase parecida a la de Eldi, un mago de batalla, aunque su repertorio de habilidades y hechizos era mucho menor.

–Con suficientes ingredientes, puede que suba de nivel en menos de tres horas. Podrá subir con facilidad hasta 4, pero tenéis pocos ingredientes de ese nivel y ninguno de superiores. Y lo mismo pasa con los metales– observó Eldi.

–Los lugares donde crecen son peligrosos. Pero, con mejores armas y pociones, podremos llegar poco a poco, podremos reconquistar algunas de nuestras antiguas tierras. Te lo debemos a ti– le agradeció con lágrimas en los ojos un anciano que había votado en contra de dejarlo entrar, y que ahora se alegraba de haber perdido la votación.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora