Engenak

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Y mientras Eldi volvía de nuevo agotado y se metía en la tienda ante la mirada del Oráculo, en el reino de Engenak se celebraba un banquete como en tantas otras ocasiones. En un alarde de lujo, que contrastaba con la miseria de las zonas más pobres, los nobles vestían sus mejores ropas y lucían sus mejores joyas, además de unas sonrisas no siempre sinceras. Y mientras muchos de ellos comían, bebían y charlaban sobre asuntos intrascendentes, en una sala contigua se llevaba a cabo una reunión, algo que no estaba en absoluto fuera de lo normal.

–Así que ahora sí que ha llegado el último. ¿Está confirmado que sea humano?– preguntó una mujer con un vestido negro y cuya edad sobrepasaba los cincuenta.

–No Elsa, no lo está. Todo lo que sabemos es que se han cerrado todas las puertas– respondió un hombre que superaba los setenta y que vestía un llamativo vestido de varios colores, la última moda.

–¿Qué medidas se han tomado?– inquirió Elsa.

–Hemos enviado varios equipos, pero de momento no tenemos nada concreto. La orden es de capturarlo vivo o muerto, si lo encuentran– informó el hombre.

–Maldita sea Ricardo, ¿por qué no estábamos vigilando la zona?– se quejó un hombre de generosa barriga, pelo rubio rizado y vestido con tonos amarillos y blancos.

–Artio, sabes tan bien como yo que hace veinte años decidimos deshacernos de la vigilancia. Ya había pasado mucho tiempo y era un gasto innecesario. Nadie creía que quedara alguno por regresar. Ni siquiera podíamos saber que había puertas que aún estaban abiertas. Malditos guardianes, no han soltado ni una sola palabra en todos estos años– respondió Ricardo.

–Eso ya no importa, no podemos cambiar el pasado. Lo realmente importante es asegurarnos que no sea Eldi Hnefa. Y, si lo es, ocuparnos de él antes de que se convierta en un problema– intervino una mujer cuya edad estaba en la treintena y que vestía ropas elegantes pero no sobrecargadas.

Todos asintieron ante la afirmación de la reina, que por otra parte era bastante obvia. En su momento, ese visitante había declinado sus generosas ofertas y los había amenazado con volverse contra ellos si no "cumplían su deber con los ciudadanos". En aquel momento era poderoso, impredecible y tenía la reliquia, por lo que la clase dirigente había aceptado sus condiciones, algunos de ellos esperando la ocasión para acabar con él.

Y cuando los visitantes se habían ido, habían actuado con cautela ante la posibilidad de la vuelta de quien les había arrancado la promesa. Sin embargo, después de cincuenta años habían asumido que aquello ya no iba a pasar, hasta que habían descubierto que alguien más había vuelto.

Se podría pensar que la probabilidad de que fuera precisamente él era mucha casualidad, pero ningún visitante humano había regresado, que se supiera, y Eldi Hnefa había interactuado claramente con ellos. Así pues, la posibilidad de su vuelta no podía descartarse. Y, si era así, se convertiría en su enemigo, pues en los últimos veinte años habían, poco a poco, vuelto a abusar de su posición, a acumular más y más riquezas y poder a costa de su pueblo.

No eran conscientes, o no querían serlo, de que el crecimiento del reino tenía que ver con que sus habitantes habían gozado de la libertad y seguridad para emprender nuevos negocios o ampliar los existentes. Al fin y al cabo, los consideraban estúpidos, vagos y desleales, casi animales que debían ser tratados con severidad, y que la libertad de la que habían gozado en los últimos tiempos los había asilvestrado. Que algunos hubieran empezado a reclamar igualdad de derechos era algo tan impensable como estúpido, y que habían cortado de raíz veinte años atrás mediante una dura represión.

–¿Qué hay de ese Gremio?– preguntó Artio.

–Hemos contactado con ellos, pero es necesario el acuerdo de todos antes de dar luz verde– respondió Elsa.

–No necesitamos a esos campesinos para arreglar el problema. Mandad si es necesario más tropas para cubrir todas las posibles zonas. Por mi parte, debo atener otros asuntos. Os confió los detalles.

–Majestad– saludaron todos los nobles, levantándose e inclinándose ante ella cuando ésta se levantó y marchó.

Hubo silencio hasta que se cerró la puerta, tras lo cual siguieron discutiendo algunos detalles y los problemas con la resistencia, aquellos que aún reclamaban igualdad y derechos para todos, los que habían sobrevivido a las purgas de los últimos veinte años. Finalmente, la reunión se dio por acabada y todos volvieron a la fiesta.

–Entiendo que el Gremio está en ello.

–Por supuesto Ricardo, ¿quién te crees que soy?– respondió Elsa con una media sonrisa y separándose de él tras la breve conversación


–Los nobles están en movimiento– anunció la recién llegada a quienes se encontraban alrededor de la humilde mesa de madera, tenuemente iluminada bajo la luz de una vela. Con una capa, ocultaba su uniforme de sirvienta.

–No podemos permitir que consigan su objetivo. Es nuestra única esperanza– susurró otra.

–Pero Lidia, es casi imposible adelantarnos a ellos, no tenemos suficientes recursos– rechazó un hombre corpulento, con dos dedos menos en su mano izquierda.

–Entonces nos centraremos en sabotearlos. Si es él quien ha vuelto, debemos hacer lo posible para darle tiempo y estar atentos a cualquier oportunidad– propuso Lidia.

–Y si es él y lo encontramos, ¿nos ayudará?– preguntó un hombre joven, algo temeroso.

–Lo conocí en persona. Puede que ahora esté confundido, pero nos ayudará. No tengo la menor duda, es un hombre de palabra. Y estoy segura de que es él, tiene que ser él, tenía un vínculo con nosotros.

Nadie dijo nada más al respecto, sabían de la fe de Lidia en aquel hombre al que había conocido de niña, cuando la salvó. Nadie sabía como conservaba su juventud, pero todos la respetaban y esperaban que tuviera razón. Nadie había luchado como ella contra la opresión.

Pero no podían estar seguros ni confiarlo todo en esa única carta. Pudiera ser que hubiera llegado antes y hubiese muerto. O que ahora no consiguiera sobrevivir. O que no fuera a llegar nunca. Sin embargo, era su mejor opción, su oportunidad de volver a disfrutar de la libertad de la que habían gozado durante cincuenta años. La libertad que les había conseguido el visitante del pueblo, una libertad que nadie se había atrevido a soñar en su momento y a la que ahora no querían renunciar. Si bien nunca habían dejado de ser vasallos, durante ese tiempo no habían tenido que preocuparse más que de pagar unos impuestos razonables, impuestos que ya no lo eran tanto.

Todos ellos habían luchado para mantener a raya la avaricia de los nobles, consiguiendo que algunos dudaran, consiguiendo retrasar lo inevitable, ganar tiempo. Pero eran pocos y no tenían suficiente poder. Ahora, por lo menos, tenían un objetivo claro, por mucho que no supieran si era real.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora