Goltrak (III)

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La mayoría de los seres que encontró en el "Bestiario" eran los que conocían del juego, o variaciones de ellos. Había algunos insectos gigantes que no recordaba, así como desconocía que hubiera tanta variedad de serpientes, pero pocas novedades logró encontrar, y ninguna especialmente significativa. También es cierto que aquel libro solo describía los animales más comunes en el reino, y sólo leyó otros dos, referentes al reino elfo y a Engenak.

Había otros libros más avanzados, pero su acceso era reservado a aventureros de rango mayor al suyo, o a quienes hubieran ganado acceso por otros medios, como peleteros expertos. Era frustrante no poder acceder a ellos cuando cumplía los requisitos, pero no podía mostrarse por ahora.

En cuanto a la magia, consiguió descripciones de muchos hechizos que le podrían ser útiles, pero que tardaría años en dominar, y lo mismo para habilidades. De todas formas, en lo que estaba más interesado, como científico que seguía siendo en su interior, era en los fundamentos de la magia y habilidades, en por qué y cómo funcionan, cuáles son los principios por los que se rigen. Pero esa información sólo estaba disponible para los estudiosos de sus respectivas ramas, por lo que le era imposible acceder a ella o saber hasta dónde llegaba.

Frustrado, volvió a la biblioteca a devolver los libros, el carnet y recuperar el depósito. Y a despedirse del viejo bibliotecario.

Días atrás, cuando estaba ojeando libros sobre la historia del reino y del mundo en general, le había preocupado las continuas miradas de éste. Y su preocupación de que su disfraz hubiera sido descubierto se había hecho realidad, aunque no como él había temido.

–Eres Eldi Hnefa, ¿verdad?– le había preguntado éste.

Se había acercado a él en un momento en el que no había nadie en esa zona de la biblioteca, sorprendiéndolo con la pregunta. Era evidente que no podía negarlo. No podía haber llegado a preguntar su nombre por casualidad, lo que significaba que su identidad había quedado expuesta.

–¿Qué es lo que quieres de mí?– había preguntado Eldi, con desconfianza.

Pero lejos de amenazarlo, estar tendiéndole una trampa o intentar chantajearlo, el anciano había exhibido su mejor sonrisa y mostrado una vieja pelota, cuya superficie se había desgastado por el uso y el paso del tiempo. Los ojos marrón oscuro se habían vuelto llorosos, mientras que las largas orejas de conejo se habían quedado completamente rígidas debido a la emoción en el corazón del bibliotecario.

–Tú... eres... el niño de aquella vez– finalmente lo había reconocido Eldi, con los ojos muy abiertos por la sorpresa.

–Siempre he querido darte las gracias– le había dicho el bibliotecario, emocionado y cogiéndole las manos, con lágrimas deslizándose por su mejilla –. Doy gracias a nuestro dios, Hu Tianbao, por haberme dado la oportunidad de poder volver a verte.

Aún en el juego, había salvado a un niño-conejo de morir aplastado bajo un carreta, que sin embargo había aplastado la pelota con la que jugaba. Eldi le había regalado otra pelota, la que ahora tenía ante sí, y se hubiera olvidado del evento si no fuera porque le había parecido extrañamente real. Había buscado luego información para saber si continuaba de alguna forma, pero no había encontrado mención alguna. Supuso que nadie le había dado mayor importancia, pero ahora entendía que la razón era otra: a nadie más le había ocurrido, había sido real.

Lo más curioso es que lo había descubierto a pesar del disfraz, pero su forma de caminar, de moverse, de hablar y sus gestos eran característicos, así como su voz. Al menos lo eran para el niño que había estado observando a su salvador, a su héroe, cada vez que tenía ocasión, atento a su aparición en la ciudad. Y ésta había sido durante un tiempo su base de operaciones.

Desde entonces, le había sido mucho más fácil encontrar los libros que quería, gracias a la ayuda del bibliotecario, aunque ni siquiera él podía darle acceso a los libros avanzados. Pero sí proporcionarle información del reino, incluso le habló de un curioso festival en el que las mujeres debían maquillarse para parecer lo más feas posibles, pero sin que se notara que lo hacían con esta intención, mientras que los hombres debían parecer débiles, pero no incapacitados. Era un festival cuyo origen estaba en el reinado del visitante,

También le consiguió un mapa en el que estaban marcados los lugares en los que podía encontrar plataformas mágicas. El anciano había investigado y recopilado esa información para su salvador.

Se abrazaron y desearon lo mejor, con la promesa de Eldi de visitarlo si volvía a pasar por la ciudad. Además, le regaló una daga en la que puso su marca, para que pudiera fardar ante sus nietos, que no se acababan de creer que su abuelo hubiera conocido a aquel visitante. Este diría que la había encontrado rebuscando entre sus cosas, y que la había recibido de niño como recuerdo. Si bien no era toda la verdad, tampoco era una gran mentira.



Cuando Eldi salió con la caravana que escoltaba, junto con otros aventureros, le sorprendió que las colas de entrada fueran más largas de lo habitual, así como la mayor presencia de soldados por las calles.

–¿Qué es lo que está pasando?– preguntó a un arquero elfo, que aprovechaba la escolta para volver a casa.

–Por lo que parece, alguien extraño acabó con unos bandidos y rescató a varios prisioneros. Por alguna razón, hay sospechas de que podría ser un visitante, así que han reforzado la seguridad. La verdad es que se pasan, no ha hecho nada malo, todo lo contrario. Pero si de verdad es un visitante, no quieres dejarlo entrar, y lo expulsaran si lo encuentran. A veces se pasan con los prejuicios– explicó éste.

–Ah... Ya veo– balbuceó Eldi.

Aquello no lo esperaba, pero, pensándolo bien, era lógico. A lo poco que los prisioneros hablaran de los hechizos usados para salvarlos, levantaría sospechas. No les había pedido que guardaran el secreto, había creído que con su disfraz era suficiente, pero era evidente que había sido ingenuo.

No obstante, lo que más le preocupaba no era ser descubierto por los soldados del reino, que probablemente no harían más que expulsarlo, sino que los asesinos enviados por los nobles de Engenak descubrieran su pista.

Por ello, se alegraba de estar saliendo de la capital, y pronto del reino. Confiaba en que no podrían seguirle más allá, pero tomaría cuantas precauciones pudiera. Una vez acabara la misión de la escolta, desaparecería, dirigiéndose hacia su destino e intentando no dejar rastro.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora