Pequeña ciudad

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La presencia de los soldados significaba que no iba a poder entrar en la mazmorra con facilidad, pero lo que más sorprendió a Eldi fue la existencia de una pequeña ciudad que había crecido alrededor de ésta, una ciudad que no recordaba del juego.

En un principio, se había construido una posada para albergar a los frecuentes aventureros. Más tarde una herrería para arreglar y vender armas. Luego ventas de pociones, ropas, joyería mágica... Con el tiempo habían llegado granjeros para cultivar la tierra, y habían empezado a ser un punto de paso interesante para mercaderes. E incluso algunos aventureros se habían acabado asentando, formando familias.

Poco a poco, se había convertido en una aldea, y había seguido creciendo hasta el tamaño actual, el de una pequeña ciudad con unos poco miles de habitantes.

Eldi se vistió con una larga túnica con capucha, bajo de la cual estaba su armadura. Gjaki los había obligado a comprarla en una misión de incógnito, argumentando que así era más realista, y tanto Goldmi como él habían obedecido resignados. Su compañera podía volverse bastante insistente en esos asuntos.

Era nivel 35, ya que había usado Disimulo para adaptar su nivel visible, y empuñaba también un báculo de calidad mediocre que habían comprado como accesorio para el disfraz. Aparentar ser un mago, concretamente un sanador, le permitía ocultar su cuerpo y rostro, además de actuar como una clase muy diferente a la suya. Esperaba que fuera suficiente para no ser descubierto, pero no por ello dejaba de vigilar cuidadosamente alrededor.

La mayoría de los aventureros tenían niveles entre 33 y 42, aunque había pocos de estos últimos, y sólo vio a uno de un nivel superior al suyo. Era lo esperado, pues la mayoría de los que alcanzaban nivel 43 tenían la opción de ir a otros lugares más provechosos, y donde podían seguir subiendo de nivel.

Le preocupaban más los soldados, aunque los que encontró eran de nivel bajo. No obstante, sólo había visto unos pocos, por lo que tendría que andarse con cuidado. Por suerte, su aspecto no era especialmente sospechoso allí.

Era una ciudad un tanto especial, llena de aventureros, por lo que la seguridad estaba garantizada. Por ello, no se controlaba el acceso, suponiéndose que cualquier problema sería solucionado por ellos mismos. Al fin y al cabo, algunos se habían asentado allí, y la mayoría llevaban varios años, por lo que todos se conocían. Se necesitaba una media cinco años para subir hasta nivel 43 en aquella mazmorra, desde el 33 que era el que se consideraba mínimamente necesario. El primer piso era 35, por lo que es suficiente con dos niveles menos si se va en grupo.

Decidió acercarse más y dar una vuelta por los puestos, aunque hubo un par de los que prefirió alejarse. Sintió algo raro en una mujer de pelo azul, así como en un hombre con algunas cicatrices, y que vendía antídotos. No podía reconocer exactamente cuál era el problema, pero algo que se podría definir como su aura se veía artificial.

Echó un vistazo a armas y equipos, pero la calidad no podía compararse con las que él poseía. Las estaciones de artesanía mágica estaban lejos, y el coste de transportar el equipo era alto. Era mejor para los aventureros hacer un viaje a los talleres y elegir el equipo adecuado, que comprar el que pudiera llevarse hasta allí, por lo que los mercaderes ya no solían molestarse en traerlo.

Compró algo de pan recién hecho y algo parecido a la mantequilla. Sólo su olor le había abierto el apetito. Lo envolvió y lo guardó en una bolsa, aunque en realidad iba a parar a su inventario, pues usaba la bolsa sólo para disimular.

Siguió caminando mientras ojeaba los puestos, y estaba muy atento a su alrededor, siendo el llanto de un niño lo que llamó su atención. Había un grupo de ellos jugando, y al parecer uno de ellos se había caído y su pierna sangraba ligeramente. Nadie les hizo mucho caso, era algo habitual, pero Eldi decidió acercarse.

El niño se calló de pronto al ver al forastero que se aproximaba, con más curiosidad que miedo. Estaban acostumbrado a los aventureros que iban y venían, y había mucha gente allí. Aunque no esperaba que se agachara frente a él y acercara su mano a la herida, que se curó completamente en un momento.

–¡Gracias!– exclamó el niño, para irse rápidamente corriendo detrás de sus amigos.

No muchos aventureros se molestaban en actuar si el problema no era grave, pero tampoco era algo excepcional. Por ello, una vez comprobaron que no había nada de que preocuparse, las miradas abandonaron a Eldi, sin que él fuera consciente de hasta que punto sus acciones habían sido observadas al milímetro.

Sin un plan concreto y necesitado de información, se sentó en una mesa al aire libre, cerca de un grupo de unos diez aventureros que hablaban animadamente. Esperaba poder escuchar algo interesante desde allí mientras tomaba una especie de cerveza de un color azulado, sabor ligeramente dulce y con un alto contenido en alcohol. Se la tomó despacio, junto a una carne ligeramente dura y muy cocida, pero cuyo sabor no estaba mal. Estaba algo preocupado por el efecto que pudiera tener el alcohol sobre él en aquel mundo, aunque sin motivo. Su resistencia a venenos también lo ayudaba con el alcohol.



–Perdona, ¿eres sanador? Te hemos visto curar al niño. ¿Estás interesado en entrar con nosotros a la mazmorra? Nos iría bien tener a alguien que pueda curarnos. Nosotros nos encargamos de los esqueletos, cada uno va con su piedra y, si encontramos algo, lo repartimos entre todos– dijo casi sin respirar una joven de pelo verde corto, de estatura media y con una larga espada a su espalda.

–Tonta, ni siquiera te has presentado– le reprochó un hombre ligeramente mayor que ella, con el mismo color de pelo y dándole un ligero golpe en la cabeza.

–Ay, tampoco tienes que pegarme– se quejó ella, tocándose la cabeza y algo enfurruñada.

–Siempre estáis igual– suspiró una tercera, con el pelo negro y atado en una cola a su espalda, al igual que el hombre que estaba junto a ella. Ambos tenían edades similares a los otros dos.

–Voy, voy– siguió la primera –. Yo soy Etina, soy guerrera. Este bruto es mi hermano Jubo, también guerrero pero especializado en defensa. Ella es Lánita, maga de fuego. Y él es Lánoto, su hermano y mago de hielo.

Infló el pecho orgullosa mientras se presentaba y esquivaba el ataque de su hermano, y mientras que Eldi los miraba entre sorprendido y divertido.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora