Incendio forestal

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Lo que más lamentaba Eldi era haber perdido dos lanzas, que seguramente se habrían quemado junto al cuerpo de la araña. Pero era un mal menor, y al menos había recuperado las dos primeras.

No se encontraron con problemas al volver, y siguió a los elfos a su campamento base, en el que había unos veinte individuos, la mayoría también elfos. El alto humano se ocultaba bajos sus ropas y les había pedido que no desvelaran su identidad.

Aunque, al igual que los enanos, los elfos de aquella parte del reino no tenían nada en contra de los visitantes, quería pasar tan desapercibido como le fuera posible. Sin duda, era algo que no estaba consiguiendo, ya que no había dejado de meterse en problemas desde que había llegado a Goltrenak.

Los elfos actuaron con rapidez, y en menos de un día habían reunido a más de cien individuos. Debían rodear esa zona del bosque y quemarla, tanto para acabar con las arañas como para crear una zona de exclusión, libre de vegetación y en la que pudieran controlar que no se acercaran.

No les hacía ninguna gracia quemar el bosque, aunque fuera una parte pequeña, pero la situación lo requería. La invasión de las enormes arañas era algo sumamente peligroso y extraordinario, nunca había ocurrido a aquel nivel.

En el pasado, de vez en cuando alguna araña había llegado al bosque proveniente del corazón de la montaña, pero era algo que el propio bosque podía controlar. Una invasión a aquella escala no tenía precedentes conocidos, y comprometía el equilibrio de todo el ecosistema. Ya muchos animales habían dejado esa zona, lo que no sólo ponía presión en las regiones adyacentes, sino que dejaba sin presas a las arañas. Sin duda, ello provocaría que se siguieran expandiendo.

Eldi se ofreció a ayudar, pues tenía un interés especial. El lugar al que se dirigía era precisamente dónde se habían originado los arácnidos. Aún no había decidido que hacer al respecto, si entrar igualmente o buscar otra ruta. Por ahora, ayudaría a despejar el camino hasta la entrada.



Se dividieron en grupos, yendo el hombre encapuchado con aquellos a los que había salvado. Al menos, así no tendría que revelar su identidad a nadie más. Ya la sabían estos y los jefes de la expedición, además de los enanos y unos cuantos habitantes del reino.

Se podían permitir ser un grupo relativamente reducido al llevar Eldi el material, que consistía básicamente en los aceites inflamables con los que rociaron los árboles. Podía ver en los rostros de los elfos lo duro que les resultaba condenar a aquellas majestuosas plantas, pero era un sacrificio necesario para evitar un mal mayor.

Esperaron a que la dirección del viento fuera propicia para evitar así malgastar maná, y, casi a la vez, todos los grupos iniciaron el fuego. Usaban su magia para asegurarse de que fuera en la dirección correcta, y el propio río para refrescar las zonas contiguas quemadas, evitando que pudiera resurgir y propagarse en otra dirección.

Eldi se encargaba de estar vigilante. Su misión era defender a los elfos si algún peligro aparecía, pero las arañas huían en dirección contraria al fuego. Más tarde, descubrirían que muchas se habían intentado refugiar en la entrada del pasaje, ocasionando un amontonamiento letal. Algunas habían logrado pasar, pero la mayoría habían muerto asfixiadas, aplastadas, quemadas o atacadas por sus propias congéneres.



El bosque carbonizado era un espectáculo desolador. Las arañas amontonadas a la entrada de la cueva resultaba espeluznante. La idea era dejarlo tal cual y vigilar los nuevos límites del bosque, además de colocar trampas por si salían. Nadie se quería aventurar a inspeccionar el interior, excepto el enigmático extranjero.

A pesar de que intentaron convencerlo de lo contrario, finalmente Eldi decidió entrar, con precaución, sin tomar más riesgos de los necesarios. El Oráculo le había recomendado aquel paso, y pretendía intentar seguirlo. Confiaba en sus habilidades y hechizos para defenderse y descansar.

Su intención era regresar si era demasiado peligroso, aunque no les tenía miedo a las arañas, cuya principal arma, sus telas, era vulnerable al fuego. Y tampoco un veneno de aquel nivel debería ser un problema para él, ahora que tenía el hechizo para curarlos.

Además, tenía la sospecha de que aquello no era normal. Le parecía demasiada casualidad la coincidencia en el tiempo del aumento de velocirraptores y arañas, así que quería investigarlo.

Y también podían servirle para levear. Llevaba varios días sin hacerlo, y se empezaba a sentir algo ansioso, pues necesitaba ser más fuerte para volver a Engenak, donde lo esperaban sus hijos. Es cierto que al otro lado del pasaje debería tener la oportunidad de hacerlo, pero mejor si adelantaba trabajo.

Así, dejó que su asistente limpiara un poco la entrada ante la perpleja mirada de los elfos que se había quedado con él, y que le despidieron con desasosiego. Por mucho que hubieran comprobado que tenía bastantes recursos, temían que fuera directo a su muerte.



La luz de la lámpara flotante mostraba un techo de más de cinco metros de altura, con cavidades donde podían esconderse las arañas. El silencio resultaba escalofriante, aunque no tanto como los cadáveres de arañas, muchos de ellos medio devorados. Y cuando vio que a una araña alzando uno de aquellos cadáveres, y arrastrándolo a un agujero a media altura, no le quedó ninguna duda de que el canibalismo no era algo extraño en su especie.

Supuso que las que se habían refugiado en el túnel habían sido atacadas por las que estaban allí, o quizás se habían matado entre ellas. Estaba también seguro que había peligros acechándole en todas las direcciones, aunque, con suerte, habrían comido lo suficiente y lo dejarían en paz.

Fue cuando dejó de encontrar cadáveres que la situación se complicó, pues empezaban a abundar las telas de araña. Sin duda, eran demasiadas, no podía haber suficientes presas para todas, era imposible que la comida llegara al interior. Eso podía explicar la razón por la que muchas de ellas habían emigrado al exterior.

Lo que no tenía sentido era que hubiera llegado hasta ese punto. Si no había presas para todas, ¿cómo habían llegado a alcanzar tal número de individuos para que hubieran tenido que emigrar tantas casi a la vez? Lo normal es que hubieran ido saliendo poco a poco, a no ser que la escasez de presas hubiera sido algo repentino. Algo tenía que haber sucedido, ya fuera algo casual o premeditado.

Y mientras estaba ensimismado en sus pensamientos, varios octetos de ojos lo acechaban, esperando a que quedara atrapado en sus redes. Pero, por desgracia para ellas, estás eran quemadas cuando él se acercaba. 

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora