Artesanía olvidada

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La espera se hizo larga, más de seis horas en un lugar cerrado en el que no se podía contemplar el cielo. No es que tuviera claustrofobia, pero tampoco había nada que ver allí excepto paredes excavadas en la tierra.

Poco pudo sacarles a sus acompañantes de lo que estaba sucediendo, de sus tradiciones o de su forma de vida, como tampoco había logrado reunir mucha información mientras los había acompañado por la superficie. Había logrado cierta confianza con ellos, cierto compañerismo, pero no que se abrieran lo suficiente para hablar de ellos o de su pueblo. Aunque, a decir verdad, tampoco él había hablado mucho de sí mismo.

Se entretuvo practicando sus habilidades, jugando con el niño, hablando de temas intrascendentes con los adultos, o incluso enseñándoles algunos hechizos y técnicas con la lanza que, quizás, con el tiempo, conseguirían aprender. De hecho, el mismo pudo observar una técnica de lanza para desprender parte del techo sobre sus enemigos, y se preguntó si podría llegar a aprenderla, algo que no logró con unos pocos intentos. Quizás, como el resto de habitantes de aquel mundo, podría llegar a dominarla con tiempo y esfuerzo.

Cuando finalmente volvieron, no venían solos. Los acompañaban dos mujeres-topo y un hombre-topo con muchas más arrugas de las normales en ellos, y con una escolta de cinco soldados que estaban entre los niveles 30 y 45. No parecían tener intenciones hostiles, pero, de tenerlas, estaría en problemas, pues lo superaban en número, en niveles y en conocimiento del terreno.

Una de los ancianos se acercó a él. Al principio le había costado distinguir los sexos de aquellos seres, pero, tratándolos, había descubierto sutiles diferencias en las orejas, ojos y color de la piel.

–Me han contado que tienes unos seres pequeños que te ayudan con los restos de los animales, y que sacas herramientas de la nada. ¿Eres un visitante?

–Así es– respondió Eldi, algo tenso. No sabía si estaba en un problema.

–Como suponíamos. Eso explica por qué ayudaste a nuestros hermanos, algo que no harían los que caminan bajo el cielo. O quizás tenemos muchos prejuicios del exterior, hace ya mucho que no tenemos contacto con ellos– siguió la anciana –. Pero, primero de todo, gracias por salvarlos. Te lo agradecemos profundamente.

Todos ellos hicieron una reverencia al extranjero, que este recibió algo avergonzado. Luego, otro anciano dio un paso al frente.

–Vato nos ha explicado que su hijo tiene la capacidad aprender herrería mágica y que tú podrías enseñarle. ¿Podrías explicarnos cómo?– pidió con un tono humilde que lo desarmó por completo. No podía no responder, y tampoco lo consideraba ningún secreto.

Eldi les explicó que se necesitaba ser un maestro de una artesanía mágica para descubrir a quienes tenían talento en ella, así como poder enseñarles a usar la plataforma mágica correspondiente, para lo cual se necesitaba ésta. También detalló como se subía el nivel de la herrería usando metales cada vez más resistentes, la necesidad de maná en los niveles más altos y, por tanto, la de subir el propio nivel de los herreros y su reserva de maná si se deseaba alcanzar dichos niveles.

–Entonces, si Cato alcanzara el nivel 7, ¿podría reconocer y enseñar a otros?– quiso asegurarse el anciano.

–Hasta donde yo sé, sí, así es.

–¿Qué quieres a cambio de enseñarle?– intervino la tercera anciana.

Eldi lo pensó un momento. En realidad había aceptado simplemente para ayudarlos, no esperaba nada a cambio. Quizás habría conocimiento, materias primas o tesoros que podrían interesarle, pero se sentiría culpable de negociar con el futuro del niño.

–Lo único que puedo pedir es que me deis la oportunidad de considerarme un amigo. Y, a ser posible, si hay algún camino para atravesar las montañas que podáis mostrarme, lo agradecería, pero le enseñaré igualmente.

La anciana asintió, sorprendida y complacida ante aquel extraño pero amable extranjero. Había estado usando Clarividencia en él, un hechizo que le permite saber si alguien miente y que muy pocos son capaces de obtener. Se necesita talento y trabajo duro durante mucho tiempo para dominarlo, lo cual significa renunciar a otros caminos más rápidos y cómodos. Pero tiene el premio de ser reverenciada y respetada entre los suyos, convirtiéndose alguien encargada de mediar en las siempre delicadas disputas.

–En ese caso, ¿podrías acompañarnos?

Puso algo nerviosos a los guardaespaldas de los ancianos que el extranjero caminara junto a ellos, pero no podían poner en cuestión sus decisiones. Y, dado que habían en parte aceptado considerarlo un amigo, empezaron a explicarles ciertos aspectos de su pueblo.

–La artesanía mágica era muy importante en nuestro pueblo hace cientos de años, en especial la herrería, pues nos proveía de herramientas que nos ayudaban a perforar y apuntalar nuestros túneles. O para extraer los minerales que encontramos al abrirnos paso.

»Ahora, esas herramientas escasean y no las podemos reparar. Las que podemos crear son de menor calidad y no resulta fácil, pues es complicado montar el sistema de ventilación que necesita una herrería, y no siempre es sencillo encontrar el combustible.

»Tiempo atrás, hubo una guerra de hermanos contra hermanos, en la que el control de las artesanías mágicas era un factor clave para conseguir ventaja sobre el rival, lo que acabó resultando en que se luchara por las plataformas y se acabaran perdiendo todas. Y, con el tiempo, se perdieron también los artesanos, pues ya no había medios.

»Hace unos setenta años, localizamos algunas de las plataformas que se habían perdido. Estaban en una aldea abandonada no muy lejos de aquí. Las trajimos y las devolvimos a su lugar, pero en todo este tiempo no hemos conseguido utilizarlas. Muchos de los conocimientos se transmitían boca a boca, y se perdieron con los artesanos.

»Nos has traído esperanza y conocimiento. Por primera vez sabemos qué hace falta, y que podemos conseguirlo gracias a ti. Dices que conoces otras artesanías, y sé que te estamos pidiendo mucho, pero, ¿podrías ayudarnos a encontrarlos y enseñarles también?

Eldi no dudó en aceptar. Para él representaba sólo algo de tiempo y la oportunidad de conocer un pueblo diferente, mientras que para ellos era prácticamente una cuestión de vida o muerte. Muchos morían por no tener las herramientas adecuadas para excavar o mejores armas para defenderse.

–Por cierto, la mujer que nos acompaña, la del pañuelo rojo...– dijo Eldi, refiriéndose a una mujer-topo nivel 40.

–Sí, ¿qué le pasa?– preguntó una de las ancianas, un tanto extrañada.

–Puede ser alquimista.

Los ancianos los miraron a él y a la mujer con los ojos muy abiertos.

–¿Has oído, Tica? ¡Puedes aprender alquimia!– la informó el anciano, entusiasmado.

–¿Qué? ¿Yo? ¿No soy mayor para eso?– respondió ésta, entre confusa y emocionada.

–Tu nivel es alto, así que debes tener bastante maná. Eso te ayudará a practicar y subir de nivel más rápido.

Ella, que había estado mirando al extranjero con algo de antipatía, pasó a verlo con adoración. Al fin y al cabo, la artesanía mágica se había convertido en casi una leyenda entre ellos, algo que todo niño-topo sueña con poder hacer. Ya de adultos, tienen que afrontar la realidad y renunciar a ese sueño, pero a ella se lo habían traído de vuelta.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora