Rumores

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–Y entonces, ¿el rumor sobre el visitante en Goltrenak es real? ¿O alguno de los otros?– preguntó Ricardo.

En la última reunión con los nobles, lo habían tratado como un rumor más, como uno de las tantos que habían surgido en la última semana. Todo el mundo parecía haberlo visto en cada uno de los rincones del reino, ya fueran esos rumores causados por los propios rebeldes o simple imaginación.

Quería saber si había algo de verdad en alguno de ellos. Era imposible comprobarlos todos, además de que la mayoría de ellos carecían de fundamentos lo suficientemente sólidos como para siquiera iniciar una investigación. Y eso también hacía que el verdadero Eldi Hnefa tuviera más libertad de movimientos, aunque éste desconocía la situación.

–Es de los informes más sólidos, aunque también hay contradicciones. Al parecer tenía una compañera demihumana y su aspecto no coincide, ni siquiera sus armas o hechizos. Es cierto que podría llevar un disfraz o estar escondiendo su poder, pero apenas tenemos información. Podría ser tan real como otros cien, así que sólo hemos ofrecido una recompensa por su cabeza al Gremio de Asesinos local, por si acaso. Por ahora, no hay más pistas de ese supuesto aventurero que el haber acabado con unos bandidos– informó Elsa.

Ricardo suspiró. Todos los informes eran así, o peores. Sólo unos pocos de ellos podían ser ciertos, o puede que ninguno.

–¿Y el plan B?

–Je, je. Parece que al final también apuestas por él– sofocó Elsa su risa.

–Qué remedio me queda...– se encogió de hombros.

–Dos de los candidatos parecen interesados, creo que aceptarán. Sólo hay que negociar el precio, aunque seguro que no será barato. No creo que pidan sólo dinero, habrá que usar algunos de los artefactos del tesoro para pagarles.

–Entiendo– asumió Ricardo, muy serio.

Los artefactos a los que se refería Elsa eran preciados y únicos, irremplazables. Pero la amenaza que suponía Eldi Hnefa no se podía tomar a la ligera, así que ambos asumían que tendrían que sacrificar algunos de ellos. A no ser, claro, que pudieran recuperarlos después. Eso era algo que debían planear con cuidado, tampoco podían permitirse enemistarse con aquellos candidatos.

La situación ideal era que se mataran entre ellos o se hirieran de gravedad, tras lo cual podrían rematar al que sobreviviera. O, si eran descuidados, tenderles una trampa tras una borrachera.

Pero todo ello sólo eran especulaciones. Debían asumir que podían perder esos tesoros a cambio de mantener su poder, a cambio de eliminar la amenaza que para ellos representaba Eldi Hnefa.

–Te avisaré cuando avancen las negociaciones. Intentaremos mostrarles los menos valiosos, pero seguramente tienen información de lo que tenemos y saben exactamente qué es lo que quieren. No creo que pidan poco.

–Hablaré con su majestad. No le gustará, pero acabará aceptando.

–Te lo confío a ti, no hay nadie mejor para ese trabajo– se despidió Elsa con una sonrisa un tanto burlona.

Ricardo suspiró, no iba a ser fácil. Lo primero que tenía que hacer era abordar a la reina en un momento que estuviera de buen humor, algo que últimamente no ocurría con frecuencia. Lo segundo, convencerla, pero sin que pareciera que lo hacía, consiguiendo que ella tuviera la impresión de ser quien tomaba la decisión. Se dio media vuelta y se marchó a tantear y preparar el terreno.



–Los duques de Felgrok intentaron tender una trampa a los mellizos, pero fallaron. Ahora mismo, no sé dónde están, pero me imagino que estarán planeando algún tipo de represalia– informó Tresdedos en medio de la reunión, cuando alguien preguntó.

En realidad, dar esta información había sido idea de ellos. Tras registrar e interrogar a una moribunda Águila de Fuego, habían descubierto quién estaba detrás, uno de los sospechosos. Mencionando su nombre allí y sabiendo que se iba a filtrar, era su represalia, su venganza, al menos por ahora.

El haber actuado solos y fallado tendría efectos negativos ante otros nobles, debilitando la posición de los duques. Además de asustarlos, hacerles temer que estaban tras ellos, que cada sombra escondía un asesino que había venido a buscarlos.

–¿Y Eldi Hnefa? ¿Alguno de los rumores es creíble?– preguntó finalmente uno de los supuestos rebeldes y espía de los nobles, que había esperado nervioso a que alguien preguntara antes que él, pero no había sido así y había perdido la paciencia.

–No sabemos dónde está, pero no me extrañaría que apareciera por el ducado de Felgrok– sugirió Tresdedos, convencido de que no iba a ser así. Pero si conseguía hacerles creer que era una posibilidad y movilizaban tropas, mejor que mejor.

El espía asintió, un tanto decepcionado. Aunque al menos tenía algo más que informar, por mucho que sólo fueran conjeturas.



El corazón de la dríada se conmovió una vez más ante la actitud de él. No le podría haber reprochado que se hubiera dejado seducir. Al fin y al cabo, no había ninguna promesa entre ellos, ningún compromiso que cumplir.

Sintió alivio ante la liberación de la ansiedad que, hasta ese momento, no había sido consciente que se había acumulado en su pecho, aunque no de toda. Aún seguía teniendo miedo a que, cuando la viera como un ser real, se decepcionara. Al fin y al cabo, para él, ella sólo era un recuerdo lejano, y los recuerdos suelen adornarse con el paso del tiempo, embelleciéndose y haciendo palidecer a la realidad. Temía y ansiaba el momento de un encuentro que ni siquiera podía saber si tendría lugar. Por ahora, sólo podía esperar.

También temía que no le perdonara lo que estaba haciendo, que la odiara por ello. De hecho, simplemente que se sintiera insultado o decepcionado la aterrorizaba. Lo había estado esperando tantos años y, ahora, cuando quizás tendría la oportunidad, estaba más asustada de lo que lo había estado nunca, en toda su larga vida.

Pero nada podía hacer excepto esperar e intentar no pensar demasiado en ello. No quería imaginarse que sucedería con ella si él no la correspondía, si podría seguir viviendo, si tendría las fuerzas suficientes para seguir adelante. La espera había sido dura todos estos años, pero ahora se le hacía insoportable. Sin embargo, si algo no podía hacer, era renegar de su compromiso, de su deber. Debía seguir hasta el final.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora