Nacidos de la Ira

924 138 16
                                    

–No me has dicho tu nombre– le preguntó indirectamente Miaunla, que se había desprendido de la ropa que cubría su rostro.

Eldi se encontró con unos felinos ojos amarillos y pupilas negras. Su expresión se había suavizado tras ayudar a los prisioneros a volver a sus hogares, a recuperar sus vidas tanto como fuera posible. Algunos de ellos habían sufrido tanto como ella, o incluso más, pues llevaban más tiempo bajo el yugo de los bandidos.

Nunca podría olvidar los recibimientos de los familiares, los abrazos y las lágrimas entre ellos, tanto por volver como por dejar atrás el infierno al que habían sobrevivido, así como los abrazos de agradecimiento hacia ella y Eldi. Todo ello había derretido un poco el corazón congelado de la mujer-gata, a la vez que había reforzado la convicción en su camino. Aunque ahora había un poco menos de odio y venganza, y una pizca más de querer a ayudar, de evitar el daño, el dolor.

Cabe decir que ella también había ido tapada en todo el viaje, siendo su identidad el de una de las dos personas que había acabado con los bandidos. No quería sentir la compasión o lástima por parte de los otros prisioneros, por lo que había llegado a aquel trato con Eldi para evitar ser reconocida.

Ahora era su despedida y, aunque sabía que era un riesgo, decidió que debía ser sincero con ella. Se sacó el pasamontañas y cerró un momento los ojos, pasando estos, cuando los volvió a abrir, del color verde a su dorado original.

–Me llamo Eldi Hnefa.

La expresión de sorpresa de Miaunla resultaba cómica, pues nunca lo hubiera esperado. Conocía perfectamente aquel nombre, salía en las historias que le habían leído de pequeña. El nombre de un visitante que había cambiado el reino de Engenak, el de un héroe diferente.

Sonrió y lloró por primera vez desde que había sido liberada, cogiéndole las manos, como si quisiera asegurar que era real.

–Gracias por confiar en mí. Te aseguro que no se lo diré a nadie. Ves con cuidado, en Goltrenak los visitantes no son bienvenidos. Espero que nos volvamos a ver.

Y, tras esas palabras, se volvió hacia la pequeña ciudad de la que habían salido para despedirse, enjuagándose las lágrimas que no dejaban de fluir. Por unas horas se olvidó de la venganza, no ocupando su corazón ni su objetivo ni su pasado reciente, sino la memoria del encuentro con el héroe de su niñez.

Eldi también se volvió, aún preocupado pero esperanzado. Aquella inesperada sonrisa demostraba que aún latía un corazón que anhelaba vivir, aunque no se atreviera. Hubiera querido hacer más, pero ella no lo habría permitido. Por lo menos, había esperanza para ella. Si ese día llegaba, si ella lograba encontrar una forma de vivir más allá de la venganza, quizás sería el momento de preocuparse por su nombre, que era un tanto...


Durante varios días, Miaunla estuvo haciendo misiones sencillas, más que nada para disimular y tener una excusa para explorar ciertas zonas sin levantar sospechas. Tenía suficiente dinero, su parte de lo que habían recuperado de los bandidos, y de la recompensa por estos. El resto, lo habían repartido entre los prisioneros.

Había rechazado varias invitaciones para unirse a grupos de aventureros, pues no quería perder de vista su objetivo, varios grupos pequeños de bandidos. No tenían un nivel muy alto, pero sabían esconderse. Y aunque no podía enfrentarse a ellos sola, tenía algunos planes para, al menos, debilitarlos.

De hecho, ya había emboscado y asesinado por separado a dos de ellos, cuando salían borrachos de un burdel. Siendo cada uno de un grupo diferente, había dejado pistas falsas para intentar que creyeran que el culpable era el otro grupo. No sabía si funcionaría, pero al menos había dos de ellos que ya no podrían hacer más daño.

Estaba desayunando en una cantina junto al gremio, como hacía habitualmente. Allí era fácil escuchar conversaciones, a veces obtener información interesante. Sin embargo, hoy toda su atención estaba puesta en un grupo de cuatro al que hacía ya un tiempo tenía en su punto de mira.

–No podemos hacerlo– se negó el que llevaba un arco a su espalda.

–¿Por qué no? Mataron a nuestras familias y amigos, sólo merecen sufrir lo que les hicieron– protestó la joven que llevaba un báculo.

–Pero Disyna, si atacamos sabrán que vamos a por ellos. No podemos arriesgarnos. Tenemos que saber dónde se esconden– argumentó el primero.

–¡Llevamos seis meses buscando! ¡Por lo menos acabemos con esos!– insistió la maga.

–Aunque quisiéramos, y aunque su nivel no es muy alto, son más que nosotros, y ni siquiera tenemos alguien que pueda tanquear. Es demasiado peligroso, sobre todo para los magos.

Disyna se mordió el labio con fuerza, frustrada, mirando enfadada a su hermano por no apoyarla. Era su sanador y deseaba tan fervientemente como su hermana acabar con aquellos bandidos, con todos los bandidos del mundo, pero también entendía que no estaban en condiciones de hacerlo. Por ello, no había dicho ni una sola palabra.

–Estoy de acuerdo con que es frustrante, pero no estamos preparados– añadió una semielfa que llevaba una enorme espada a su espalda.

–¿Y cuándo lo estaremos, Raila?– se quejó la maga

–Quizás yo pueda ayudaros– interrumpió de pronto una voz desconocida.

Todos miraron sorprendidos a la recién llegada. Creían que estaban hablando en voz suficientemente baja, pero no contaban con que alguien hubiera estado premeditadamente espiándolos. Era una mujer-gata que les resultaba familiar, pues últimamente se habían cruzado bastantes veces con ella. Pronto descubrirían que no había sido casualidad.

–¿Quién eres?– preguntó el sanador, abriendo finalmente la boca.

–Mi nombre es Miaunla. Quiero acabar con todos los bandidos, es personal. Tengo información de algunos de ellos, y aunque en los últimos días he podido matar a dos de esos deshechos humanos, me iría bien un poco ayuda. Os he estado observando, y creo que compartimos objetivos.

La miraron con desconfianza. Es cierto que, si fuera una enemiga, una de aquellos bandidos, le hubiera sido más sencillo tenderles una emboscada. Pero no les era fácil confiar en nadie. Y menos en alguien que los había estado acechando.

–¿Cómo sabemos que nos dices la verdad?– inquirió Raila.

–Esta noche lo podréis comprobar. Hay una reunión entre dos bandas para intentar limar diferencias. La situación es tensa, las dos creen que los otros son los culpables de mis... travesuras... Sería una verdadera lástima que los representantes de una de las partes cayera en una emboscada y estallara una guerra entre ellas...– explicó con ironía y una expresión salvaje.

Los otros cuatro la miraron entre dubitativos e interesados. Y cuando ella sacó un mapa de la ciudad, con algunos puntos marcados, todos escucharon muy atentos sus explicaciones.

Nadie podía saber entonces que aquel sería el primer paso para un grupo que se haría llamar "Nacidos de la Ira". Su nombre infundiría el temor en los corazones de los bandidos y otros criminales.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora