Abriendo camino

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Si el general hubiera estado atento, hubiera ordenado forzar los ataques a rango, aumentarlos hasta el límite, lo que quizás hubiera sido fatal para los vivos. No obstante, aun así, su situación era muy precaria.

Los proyectiles físicos y mágicos caían sobre ellos y, aunque no tenían una gran puntería, eran demasiados para fallar todos. Pequeños escudos individuales, menos costosos y móviles, protegían a los heridos y a algunos magos, siendo su mayor problema el de una duración reducida. Intentaban evitar los ataques para minimizar el daño en los escudos, pero no era fácil.

Los arqueros poseían bastante agilidad, y eran capaces de esquivar la mayoría, bloqueando los pocos que llegaban hasta ellos, mientras que algunos magos eran capaces de usar sus báculos para defenderse.

Quienes peor lo tenían eran los guerreros, que no solo debían lidiar con los proyectiles sino luchar encarnizadamente contra sus enemigos. No tenían que preocuparse de los ataques a distancia que venían de frente, pues sus propios enemigos los interceptaban involuntariamente, pero no siempre podían con los que venían desde atrás. Los que estaban en segunda línea intentaban bloquearlos o desviarlos, pero era difícil escapar totalmente ileso.

Quien más quien menos estaba sufriendo numerosas heridas por esos ataques, siendo los dos gigantes quienes más padecían. Puede que su cuerpo fuera más resistente, pero también su gran tamaño los hacía blancos más fáciles. La Regeneración de Eldi no era suficiente, y sus compañeros temían el momento en el que no pudieran aguantar más.

El alto humano usaba Molino cuanto podía para bloquear ataques, y ¿Proyectiles a mí? cuanto era capaz, pero sus reservas de maná estaban bajo mínimos.

Fue entonces cuando los guerreros que venían como refuerzo llegaron ante las hordas enemigas. Hasta ahora habían sido los magos quienes atacaban, pero habían dejado de hacerlo al comprobar la poca eficacia de sus hechizos. Pero al llegar los guerreros, los reanudaron. Además, lo hacían desde más cerca, por lo que podían aumentar su precisión.

Estos guerreros hacían un trabajo adicional al de los magos. No sólo usaban sus habilidades y su nivel ligeramente superior para atacar a los seres corrompidos, sino que ocupaban físicamente el espacio liberado. Impedían así que sus enemigos volvieran a ocuparlo, ganando terreno con rapidez, gracias también al apoyo de los magos. Tenían sus armas y equipo en perfectas condiciones, además de sus reservas de energía prácticamente intactas. Su mayor problema era que sólo tenían dos sanadores capaces de curar sus heridas.

Sus aliados estaban en una situación crítica y no podían perder tiempo, así que avanzaban con todo, exponiendo su propia seguridad. No en vano, algunos de los atrapados eran amigos o familiares. Si la lucha se prolongaba demasiado, la situación pasaría a ser crítica incluso para ellos.

Uno de los magos recuperó suficiente maná para erigir una nueva barrera, barrera que debía aguantar ella sola todos los ataques. Les dio un pequeño respiro, demasiado pequeño, pues no duró más de un minuto. Poco después otro mago erigió la siguiente. Estaban exprimiendo su poder al límite, pero sabían que sólo eran parches para ganar unos segundos más.

Los gestos del resto de magos indicaban que tardarían bastante en poder erigir las suyas, así que Eldi decidió tomar un riesgo adicional. Saltó de nuevo en medio del enemigo, usando Terremoto y agotando de nuevo su maná con una Explosión de Fuego.

Lo siguiente que hizo fue confiar en Propulsar si se acercaba un enemigo, o Apartad si eran varios. Lo hacía continuamente, disminuyendo rápida y peligrosamente sus reservas de energía. Además, su armadura actual era algo menos resistente que la anterior, y pronto empezó a tener un aspecto lamentable, lleno de cortes y bañada en su propia sangre.

Sus heridas eran cada vez más serias y abundantes, y su energía cada vez más escasa. Pronto tendría que tomar la decisión de huir con Poder Canguro, si es que aún era capaz. Pero gracias a su temeraria acción, había atraído la atención de muchos de sus enemigos, facilitando el trabajo de los dos frentes, en especial de los magos. Sus hechizos contra perdidos que miraban hacia otro lado eran más que efectivos.

Eldi se giró para usar de nuevo Propulsar ante el enemigo que se acercaba, pero se detuvo a tiempo. Era un enorme pangu, de tres metros de alto y dos cuernos en su cabeza. Blandía una enorme hacha, pero su característica más importante es que era un aliado. Éste lo saludó, inclinando levemente la cabeza en un gesto de reconocimiento y respeto. Luego sobrepasó al alto humano, tomando su puesto y reduciendo aún más la distancia con los dos gigantes.

Varios otros guerreros lo sobrepasaron, también saludándolo con respeto y algo de admiración. La visión de aquel guerrero luchando solo en medio de los enemigos les había sorprendido y llenado de asombro. Éste aprovecho para recuperar el aliento y dejar que sus heridas se fueran curando, no sin antes bendecir a los que pasaban con Puños de Acero, hasta el límite de su maná.

Los guerreros miraron de reojo una vez más a aquel sorprendente guerrero desconocido. Apenas había rumores del visitante lejos de su campamento, pues lo habían prohibido, así que no sabían quién era. Pero el hecho de que además de lo que habían visto pudiera también aumentar la fuerza de sus aliados era algo excepcional.

No tardó en levantarse y sacar una lanza. No estaba en la mejor de las condiciones, pero aún era útil para apoyar desde atrás. Pretendía ayudar a mantener el pasillo que habían creado los refuerzos, mientras la vanguardia de estos se encontraba finalmente con la que habían venido a rescatar.

Los gigantes y el pangu se miraron fijamente unos instantes. En otras circunstancias no habrían dudado en medir sus fuerzas, pero ahora se emplazaban para hacerlo más adelante. Aunque eran de especies diferentes, había puntos en común entre sus tradiciones.

Inmediatamente, se volvieron hacia los flancos. Habían conseguido alcanzarse, ahora era necesario ensanchar el pasaje para que pudieran pasar con seguridad los más vulnerables.

En ese preciso instante, el general reaccionó. Su mente no estaba clara, había demasiada ira, demasiada confusión, demasiada frustración para que un ser que había sido voluntariamente corrompido mantuviera la compostura. Quizás había ganado poder, pero el precio que había pagado no había sido bajo. Había renunciado a sí mismo, a lo que había sido hasta entonces, dejándose seducir por las palabras que sus oídos querían escuchar.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora