Corazón de la Llama Eterna

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Quedaban pocas horas de luz cuando llegaron a la aldea que poseía una plataforma mágica de joyería. No había muchas reparaciones que hacer allí, pero sí encargos para la creación de nuevos anillos, brazaletes, pendientes o collares.

Eldi esperaba poder seguir intercambiando recetas. Tenía curiosidad por las joyas élficas, pues había podido ver de primera mano la belleza y delicadeza de sus diseños, que no restaban en lo más mínimo efectividad. Pero, esta vez, no tuvo el recibimiento que esperaba.

–No estoy interesado en tus diseños ni en enseñar los míos– declaró secamente el artesano, antes de darse media vuelta y marcharse.

No era el único capaz de crear joyas, pero sí el único que estaba en aquel momento en la aldea. Curiosamente, no era elfo, aunque era imposible conocer su raza. Una capa oscura con capucha cubría su rostro y cuerpo. Sólo se podían entrever los ojos, cuyo color púrpura cubría un extraño entramado amarillo. La piel alrededor de estos era del mismo color púrpura.

No era el único que se ocultaba con aquellas ropas, y ninguno de ellos parecía estar interesado en el recién llegado, a diferencia de los elfos. Y de un par de enanos que estaban de paso, y que lo habían recibido demasiado efusivamente, antes de perderse entre los árboles sobre los que se construían las moradas de los lugareños.

Por suerte, consiguió unos pocos materiales, los suficientes para hacer joyas nivel 70, aunque no 75. Había creado un par de anillos y un collar, que ahora estaba examinando, indeciso de si girarse o no. Hacía un buen rato que sentía que alguien lo estaba observando.

–Señor, ¿sabe hacer collares?– le preguntó una voz infantil.

Eldi se giró para encontrarse con una figura de baja estatura, envuelta en las misma ropas misteriosas que el joyero. Sólo sus ojos era visibles, también de un color púrpura, pero mucho más claro. El dibujo amarillo que se extendía por su iris era mucho más rico e intrincado que el del hombre, y singularmente bello. Parecía una obra de arte.

–Sí, puedo hacer algunos collares– le respondió, sonriente.

–¿Me harías uno?

Eldi se sorprendió un poco ante la petición, pero no tardó en sonreír. No tenía la menor duda de que aquella era la razón por la que lo había estado vigilando. Y no veía ninguna razón para negarse. Había varios collares ornamentales que podía hacer, algunos singularmente hermosos, y tenía suficiente material para muchos de ellos.

Por otra parte, el nivel de la niña era sorprendentemente alto para su edad, o para lo que parecía su edad, pues no se puede estar seguro cuando no conoces la raza, y apenas ves la estatura y los ojos. Estaba por encima de 50, así que no sabía si sería más apropiado hacerle uno que tuviera bonificaciones.

–¿Qué tipo de collar quieres?

La niña llevó las manos al interior de la capa, para luego extenderlas hacia el hombre. Sostenían una hermosa piedra preciosa del tamaño de una pelota de tenis, del mismo color púrpura que los ojos de la niña. Estaba deliciosamente tallada en forma de lo que técnicamente sería un hexecontaedro pentagonal, un poliedro de sesenta caras iguales, cada una de ellas con cinco lados.

En lugar de brillar, parecía absorber la luz en cada una de las caras, a través de las cuales se percibía una profundidad infinita, y la difusa forma de un dibujo tridimensional en finas líneas amarillas.

–¡Uno con esta piedra!– exclamó la niña.

Eldi cogió la gema con suma delicadeza, temiendo que a la entusiasmada niña se le acabara cayendo. La examinó con cuidado, al mismo tiempo que los ojos de la niña parecían examinarlo a él. Había algo de miedo y algo de excitación en ellos.

–¿¡Qué haces Menxilya!?– exclamó de pronto una voz.

Era mismo hombre con el que Eldi había hablado brevemente antes, el joyero. Su mirada pasó de la niña a la gema, y luego al hombre que la sostenía.

–Devuélvenos la gema, es muy importante para nosotros– le pidió en un tono arrogante, que pretendía ser también intimidatorio.

–¡No! ¡Él puede hacerlo!– protestó la niña.

–No seas cabezota, sabes que es imposible. Llevamos años intentando encontrar el método– desaprobó el hombre misterioso.

–¡Sé que puede!– insistió la niña.

Podía apreciarse en su ceño fruncido que no estaba contento. Sus ojos púrpuras miraron fijamente al alto humano, extendiendo sus manos hacia él.

–Por favor, devuélvenos la gema y dile que no puedes hacer nada con ella

Aunque las palabras pudieran parecer respetuosas, no lo era el tono. Parecía exasperado, pero también cansado, y se podía apreciar una profunda melancolía en su voz. Eldi no escondió la gema, ni tampoco se la dio, sino que lo miró un tanto desconcertado por lo que acababa de averiguar.

–De hecho sí que puedo, pero...

Usando la gema como referencia había encontrado una única receta, una un tanto peculiar. No estaba el nombre del collar ni sus efectos, ni siquiera el dibujo del resultado. Sólo los materiales necesarios, la gema entre ellos.

–¡¡Esto no es un juego!! ¡¡No puedes reírte de nuestras esperanzas!! ¡¡De nuestro legado!!– gritó totalmente fuera de sí, avanzando un paso hacia el alto humano.

Varios elfos se acercaron al oír los gritos, además de algunas figuras también encapuchadas. Éstas miraban asustadas hacia la gema que sostenía Eldi, hacia el hombre que gritaba y hacia la niña, cuyos ojos derramaban lágrimas, mientras se colgaba del brazo del hombre encapuchado.

–¡Déjale! ¡Él puede hacerlo!– sollozó ésta.

Con la niña intentando detenerlo, el hombre se quedó quieto, incapaz de moverse, de arriesgarse a hacerle el más mínimo daño. Intentó contenerla con extrema suavidad, mientras miraba con rabia a quien sostenía la gema. No podía tolerar que pretendiera ser capaz de algo que era imposible.

–... pero me falta un material. Tengo todos los demás: el Corazón de la Llama Eterna; plata, platino, oro, mithril, oricalco y adamant mágicos; rubíes de la Montaña Eterna; zafiros del Mar Inconmensurable...

El hombre encapuchado bajó los brazos y miró a Eldi, incrédulo, incapaz de asimilar lo que estaba escuchando.

–¿Za...Zafiros? ¿Plata? ¿También ha... hace falta plata? ¿Y...? ¿Cómo... Cómo conoces el nombre de la piedra? ¿Cómo conoces los materiales? ¿Qué... Qué falta?– tartamudeó, habiendo perdido completamente la confianza que ostentaba unos segundos atrás. Sus ojos parecían querer salirse de sus órbitas.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora