Sospechas

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Eldi miró a los enanos marcharse, en lo que esperaba que fuera un "hasta la próxima". Les había prometido volver, promesa que pensaba cumplir a no ser que algo grave sucediera. Confiaba en aquellos enanos toscos, ruidosos, tozudos y leales. De hecho, no se imaginaba hasta que punto eran leales. Antes incluso de encontrarse, habían recibido la promesa de recompensas, cerveza de extrema calidad incluida, si conseguían información sobre cierto visitante. Ni siquiera lo habían considerado.

Tampoco tenía ninguna duda de que harían llegar las armas a su destino, a los jóvenes con los que había compartido unas horas en una mazmorra, los mismos con los que su hija se había encariñado. Le hubiera gustado ver su cara al recibirlas. Quizás a ellos también podría hacerles algún día una visita.

Y, al pensar en ello, se dio cuenta de que aquellos a los que le gustaría volver a ver habían aumentado a medida que había recorrido su camino. De alguna forma, aquel mundo estaba dejando ser uno extraño y ajeno, e incluso tenía una familia.

No sabía a cuántos más encontraría, pero sí sabía a quién quería encontrar, pues la imagen de Melia nunca había desaparecido de su corazón. Sólo se preguntaba hasta que punto sería real, o si ella aún se acordaría de él, o si sentiría o podría llegar a sentir algo por él. Con esperanza y miedo en lo más profundo de su alma, siguió hacia delante.



Se había vuelto a poner el disfraz de semielfo. No se movía como un elfo, pero Lidia había asegurado que no habría muchos problemas si sólo era semi. De hecho, los elfos que se encontró en el bosque no parecieron percibir nada extraño. Sólo se mantenían en guardia ante un desconocido, pero, al no empuñar éste sus armas, no se pusieron nerviosos. No sabían que podía sacarlas de inmediato, y que no eran las que mostraba.

Poco a poco, los encuentros fueron disminuyendo a medida que se adentraba en el bosque. No debería haber peligro para él, pues sólo era de nivel 41, pero el recuerdo de la pantera de ébano no se había borrado de su memoria. Sabía que no podía confiarse. Especialmente cuando los sonidos se habían acallado, y un tenso silencio lo envolvía.

Oído de Murciélago lo avisaba de que había peligro acercándose por todos lados, aunque el aviso era débil. Se subió a un árbol, tanto para observar desde la altura como para evitar un ataque sorpresa.

No tardó en verlos. Decenas de velociraptores lo rodeaban. Estaba seguro de que no podían ser los mismos que la otra vez, estaba demasiado lejos de aquel lugar, y, por lo que le habían contado, suelen mantenerse en su territorio. Eso significaba que había otro grupo que se había expandido, algo que hubiera achacado a la casualidad si no fuera por su visita a Khaladok.

Los enanos habían hablado sobre aquel supuesto enemigo cuya naturaleza era desconocida. Un enemigo que se dedicaba a tentar a unos y otros, y enfrentarlos contra quienes no sucumbían a la tentación. Un enemigo que no dudaba en jugar con las fuerzas de la naturaleza para debilitar a los que se oponían a él. Un enemigo paciente, que actuaba desde hacía cientos de años, reforzando poco a poco su posición en el reino. Y, al parecer, todo parecía indicar que también en otros.

Por lo tanto, no era descabellado pensar que el crecimiento de aquellos feroces depredadores también pudiera tener algo que ver con dicho enemigo. De hecho, quien había roto el equilibrio matando a los dragones terrestres, el desaparecido visitante, se rumoreaba que tenía a alguien detrás, pero no se sabía quién. Todo parecía cuadrar, aunque, como bien sabía Eldi, eso no significaba necesariamente que fuera cierto.

En su trabajo, en no pocas ocasiones se habían encontrado con que teorías que parecían cuadrar perfectamente acababan siendo falsas o incompletas. De todas formas, tampoco es que importara mucho en aquellos momentos. Ni siquiera tenía una pista de quién, quiénes o qué era aquel supuesto poder oculto. Por ahora, debía centrarse en sus problemas más inmediatos. Como, por ejemplo, la manada de velociraptores que lo rodeaban.

Se acercaron a la base del árbol mientras el alto humano los observaba con detenimiento. Tenía curiosidad por el comportamiento de aquellos seres similares a los que antaño habían habitado su antiguo hogar. Se preguntó si aquellas plumas eran iguales a las que aquellos habían tenido.

Un par de ellos comenzaron a trepar por el tronco del árbol, facilitándoles sus uñas curvadas el clavarse en la madera. Eldi deshizo el disfraz, pues no podía usar todo sus poder y mantenerlo. Empuñó la lanza y esperó a que el primero llegara a su altura. Inmediatamente, desactivó Disimular y usó Impacto Perforante contra el dinosaurio, atravesando su garganta y clavándolo en el árbol.

No murió inmediatamente, así que lo remató con el hacha. Luego, atacó al otro, que se había quedado quieto, indeciso de si continuar o huir. Al descubrir que su presa era mucho más poderosa que él, sus instintos le indicaban que huyera, pero se contradecían con los de cazador. Su indecisión le costó la vida.

El resto de la manada se alejó instintivamente, mirando desde lo lejos a la presa cuya fuerza había aumentado de repente. Aunque la superaban en número, entendían que tanta diferencia de poder lo convertían en un enemigo, no en una presa. Y, además, su posición les impedía atacarlo todos a la vez.

Así pues, retrocedieron poco a poco, sin dejar de mirar a Eldi. Finalmente, se dieron la vuelta y salieron corriendo de allí, dejando atrás los cadáveres de sus camaradas. No podían perder más tiempo, necesitaban encontrar otras presas más asequibles.

Eldi se quedó un rato en el árbol, esperando y observando, mientras su asistente recogía hasta la piel y los huesos, dejando muy pocos restos para los carroñeros. No le era muy necesario nada de lo que recogió, pues con ellos sólo tenía recetas para armas y armaduras nivel 40.

A pesar de ello lo guardó, pues tenía espacio más que suficiente y siempre podría venderlo. O conseguir crear objetos que no fueran armas. Aunque a pesar de que había aprendido algunas recetas con los enanos y el pueblo-topo, no había ninguna que pudiera aplicar a sus recientes adquisiciones de material, en especial las del pueblo-topo. Los ingredientes que estos manejan son los que pueden hallarse en las profundidades, y si bien sería posible adaptar algunas de las recetas para usar otros materiales, o crear alguna nueva, no poseía esa habilidad.

–Aún no la tengo– se dijo a sí mismo, convencido de poder lograr desarrollarla.

Finalmente, se bajó del árbol y siguió su camino, sobre todo buscando dónde descansar. Se estaba haciendo de noche y pronto usaría Escudo del Dormilón, por lo que debía encontrar el mejor lugar posible y el más resguardado. Era molesto que animales chocaran o pisaran su escondite.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora