Fuerzas de defensa

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Gantaldón no entendía que estaba sucediendo. En sus cincuenta años luchando en aquella zona, nunca se había encontrado con nada parecido. Era demasiado absurdo. Y, dadas las señales que había visto a lo lejos, estaba sucediendo en todos los frentes donde había generales.

Su zona era, aproximadamente, de nivel 75, y alrededor de esos niveles estaban las cientos de criaturas corrompidas que atacaban. Lo que no tenía sentido era que lo hicieran de aquella forma, recibiendo heridas, incluso muriendo algunas de ellas, y sin conseguir avanzar en su ataque.

Hacía mucho que los generales no causaban grandes problemas, desde las últimas derrotas en las que había acabado muriendo todos aquellos de niveles menores a 68. Desde entonces, se habían mantenido semiocultos, ordenando pequeños ataques, intentando pequeñas emboscadas. Al parecer, el saber que había quien los podía matar los había asustado.

Nada de eso explicaba la concentración actual de perdidos en el límite de sus territorios, llevando a cabo ataques esporádicos, casi suicidas. Ni siquiera estaban consiguiendo que sus reservas de maná se vaciaran. Estaba claro que estaban tramando algo, pero le era imposible imaginar el qué, pues no parecían estar logrando nada.

No creía que sus enemigos fueran a cruzar la zona yerma y realizar un ataque total, pues sin miasma eran más débiles. En aquel lado del río, se sentían a salvo. Es cierto que los obligaban a tener desplegadas sus tropas para evitar tener zonas desprotegidas, pero no podía entender de qué les servía.

Sólo cuando una señal de ayuda urgente apareció, tanto él como los que estaban en las otras zonas empezaron a entenderlo. Fue precisamente entonces cuando el ejército enemigo empezó a avanzar.

–Maldita sea, nos quieren retener– gruñó el veterano elfo.

No era un ataque total, sólo mostraban sus colmillos, exponiendo una pequeña parte de sus fuerzas. Era evidente que no les preocupaban los heridos o las bajas, los generales estaban dispuestos a sacrificar a unos cuantos cientos de sus tropas con tal de mantenerlos allí, de evitar que acudieran al rescate de sus compañeros.

La amenaza era evidente. Si disminuían sus defensas, entonces dejarían su posición vulnerable. Pensó que quizás podían desprenderse de una decena de efectivos, pero no sólo serían insuficientes sino que no llegarían a tiempo. Eran los que estaban cerca quienes debían enviar ayuda, pero esas zonas estaban en la misma situación, incluso peor. Había aún más enemigos amenazándolos, tenían todavía menos margen de maniobra.

La angustia se apoderaba de ellos a medida que el tiempo pasaba sin una solución. Si avanzaban, si bien podían llevarse a algunos por delante, la mayoría de sus enemigos lograrían retroceder. Además de que no podían llevar a cabo una carga hasta el final sin saber si había más enemigos ocultos. Podría ser perfectamente una trampa para ellos. Si bien el río y la carencia de miasma les daba ventaja en su posición, al otro lado era el enemigo quien tenía la ventaja.

La situación no era muy diferente en los otros focos de combates, donde, al igual que en éste, estaban en un punto muerto, y todos ansiosos por la situación en la que se encontraba el grupo que había sido emboscado.

Necesitaban enviar refuerzos antes que fuera demasiado tarde, si no lo era ya. No temían que el enemigo también lo hiciera, pues los perdidos no pueden moverse a zonas de bajo nivel así como así. Allí la concentración de miasma es menor de la que garantizan que no despierten las criaturas de nivel mayor.

Fue entonces cuando, en la zona de nivel más alto, donde incluso podían encontrarse seres como mantícoras, unicornios o grifos, una anciana druida tomo la decisión de enviar dos de sus fuerzas a reforzar la zona inmediatamente inferior. No podían enviar ayuda directamente a los que lo necesitaban, pero si indirectamente.

Una notificación llegó a dicha zona bastante antes que los refuerzos. Inmediatamente, el encargado de aquella zona hizo el cálculo de lo que suponían aquellos refuerzos de mayor nivel, de cuándo y por dónde iban a llegar. Envió entonces refuerzos a la zona inmediatamente inferior, teniendo en cuenta esos parámetros y de cuántos se podía desprender. Lo hizo en dos tandas, esperando un poco a los que venían y asegurándose de no quedar demasiado desprotegidos, e informando al destino de los refuerzos.

Los refuerzos se fueron propagando hacia las zonas más débiles rápidamente, cada vez más numerosos. Cuando llegó el turno de la zona inmediatamente superior a donde estaba Eldi, se desprendieron de un 10% de sus efectivos inicialmente, con otro 15% un poco después y un 25% al final. Había pasado mucho tiempo, demasiado, y dudaban de que pudieran llegar a tiempo. Pero tenían la obligación intentar el milagro.

Habiéndose desprendido de tantos, el general de los perdidos decidió aprovechar la situación para mostrar sus cartas. Más fuerzas corrompidas aparecieron, lanzando un ataque total contra ellos. Pero no sólo tenían la ventaja de la posición, sino que los que se habían quedado eran los especialistas en defensa. Además, allí podían usar las fuerzas de la naturaleza que estaban fuera de su alcance en la zona de miasma.

Escudos mágicos, raíces e incluso el agua del río se interpusieron en el avance de sus enemigos, mientras el general se congratulaba de la estupidez de los vivos. Podrían aguantar más, pero apenas hacían daño y acabarían cayendo.

Frunció el ceño cuando llegaron refuerzos desde el flanco, que atacaron a los perdidos ferozmente. No obstante, aunque de nivel superior, no eran suficientes para representar un problema real. Sí, les ocasionarían bajas, pero no podrían detener su avance y, al final, se verían completamente superados, ya que estaban usando sus energías demasiado descuidadamente.

Convencido de la victoria ante la escasez de los refuerzos enemigos, se dio cuenta demasiado tarde de que los refuerzos habían aumentado. Cuando lo hicieron de nuevo, la posición desventajosa de sus fuerzas se hizo patente.

Ordenó la retirada, pero había sufrido un número importante de bajas. Era un derrota para él, pero al menos la victoria definitiva en la zona inferior lo compensaría. Acabar con un grupo importante de vivos, y quizás absorberlos en su ejército, sería un duro golpe para sus enemigos. Lo importante era que aquellos que debían reforzar las zonas superiores en el futuro nunca llegaran.

Estaba completamente seguro de aquella victoria, los refuerzos de los vivos ya no podían llegar a tiempo, y lo mismo pensaban los otros generales, algunos de los cuales también habían cometido el error de atacar, sufriendo pérdidas de la misma forma.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora