El Oráculo (I)

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Una máscara mitad negra, mitad blanca, mitad triste, mitad alegre. El resto del cuerpo cubierto por una túnica con capucha que le cubría todo el cuerpo, también mitad negra mitad blanca pero en lados opuestos a la máscara. Llevaba un par de botas, una negra y otra blanca, esta vez en el mismo orden que la máscara y que el símbolo que lucía en el centro de la túnica, un Taijitu, o símbolo del yin y el yang.

Era un NPC al que todos los jugadores conocían, un NPC que les daba información del mundo, que les daba misiones y del que nadie sabía nada. A excepción de que podía aparecer y desaparecer en cualquier momento. El Oráculo.

–Bienvenido de nuevo, Eldi Hnefa, te has hecho esperar– lo saludó éste, o ésta. Nadie conocía su sexo o raza, y su voz era neutra.

–¡Oráculo...! ¿Cómo...? ¿Por qué...? ¿Qué... haces aquí...? – balbuceó Eldi.

–Vengo y voy a donde se requiere mi presencia, porque esa es mi misión. El cómo no lo puedo responder– respondió a todas las preguntas, como siempre las respondía el Oráculo, aunque a veces sin dar respuestas.

–¿Qué has querido decir con que me he hecho esperar?– inquirió de nuevo Eldi, aún estupefacto.

–Eres el último en llegar.

–¿El último? ¿Cuántos más han venido? ¿Otros jugadores? ¿Gjaki o Goldmi? ¿Sabes algo de Melia?

–Sí, el último, ya no vendrán más. Han vuelto entre cinco y veinte. Sí, otros jugadores. No puedo dar información sobre individuos– respondió el Oráculo a todas las preguntas, una a una.

–¿Por qué he vuelto? ¿Es este mundo real? ¿Lo era el juego?

El Oráculo miró al cielo, como hacia en el juego cuando iba a explicar algo trascendental, algún trasfondo épico. Luego volvió a mirar a Eldi.

–En el pasado, hace casi ya 100 años, una amenaza terrible se cernió sobre el continente de Jorgaldur, una amenaza contra la que el poder de los imperios era insuficiente. Por ello, se unieron para crear avatares con la esencia de la tierra, recipientes mágicos a los que poder dar forma a través de la propia alma, avatares capaces de aprender y ascender a las cotas más altas de poder. Pero pocos eran capaces de dominarlos y, los que lo eran, tenían ya el suficiente poder para luchar por sí mismos. Se necesitaba un ejército, así que llamaron a seres de otro mundo que estuvieran dispuestos a prestar su ayuda.

Sin decir una palabra, Eldi escuchaba una vez más la historia que ya conocía, con la que se presentaba el juego. Sin embargo, a partir de allí empezó a cambiar, empezando por el tiempo en el que había comenzado todo. Ahora se le había sumado tiempo que había pasado desde que él había empezado el juego hasta ahora.

–Esos seres, a los que vosotros llamáis jugadores, creaban unos avatares etéreos, que podían ser vistos, pero que apenas interactuaban con el mundo. Muchas veces, veían el mundo que fue o que podía haber sido, moldeado por el poder existente en su origen. Por ello, muchas veces realizaban las mismas acciones, como comprar las mismas armas, realizar los mismos eventos, misiones, como cortar un árbol que no habían realmente cortado. Pero ellos no lo veían así, para ellos era ampliar el conocimiento del mundo, de sus poder, y así también aumentaban el suyo.

Eldi tragó saliva, preguntándose si aquello significaba que en realidad nunca había hablado con Melia.

–Sin embargo, ese ejército de seres semiincorpóreos sí era efectivo contra una amenaza también semiincorpórea, por lo que acabaron salvando a quienes los habían convocado, a través de lo que para ellos sólo era un juego. Pero ni los poderes de esos imperios no son los únicos existentes en Jorgaldur, ni todos los jugadores erais iguales.

Eldi escuchaba con atención, totalmente inmerso en aquellas palabras, en lo que significaban para él.

–Algunas almas modelaron con más intensidad sus avatares, mostrándolos a veces más nítidos y viendo más claro el mundo, haciéndolos incluso capaces de interactuar éste y sus seres, de ganarse su interés y de ser reclamados por ellos. Incluso hubo quienes se ganaron el derecho a volver cuando sus almas se liberaran de las ataduras de su propio mundo. Y, hace poco, la última de las puertas entre nuestros mundos se cerró, lo que significa que el último avatar había recuperado a su dueño y se había fusionado con él.

–Entonces, ¿Melia...?– preguntó esperanzado.

–Si las interacciones que tuviste fueron únicas entre vosotros, diferentes del resto, probablemente fueron reales. Si no, probablemente tan sólo el sonido del viento.

El corazón le latía con fuerza. Nadie más había hablado con Melia, y raros eran los casos que las conversaciones fueran tan reales, tan íntimas. Se convenció de que la dríada era real, de que su corazón no le mentía. Aunque aún tenía que encontrarla. Aún tenía que saber cuáles eran los sentimientos de ella. Y no olvidaba que ella no era lo único diferente que le había pasado en el juego.

–¿Y las misiones únicas? ¿Las que sólo un jugador podía llevar a cabo?

–Si eran únicas, es probable que fueran reales, pero no puedo asegurarlo. Los poderes de este mundo y del tuyo, los de los que llamáis desarrolladores, pueden afectar de diferentes formas.

Gjaki y Goldmi habían tenido misiones únicas. Se preguntó si también habían llegado a aquel mundo, si podría encontrarlas. O si sólo era el resultado de la labor de los desarrolladores del juego. Sin embargo, no tenía ni idea de cómo contactar con otros jugadores. ¿O sí?

–¿Hay alguna forma de contactar con los jugadores que han vuelto?– preguntó, esperando que el Oráculo lo ayudara.

–Si los encuentras o encuentras a alguien que los conozca. Como con cualquier otro ser de este mundo– respondió éste, haciendo añicos sus esperanzas.

–¿Y que se espera de mí?

–Nada. Ahora eres un ser más de este mundo, un ser libre. Yo sólo estoy aquí para cumplir mi misión, la de servir de guía, no la de patrón. Puedes escucharme o no, preguntarme o no. No soy más que una señal en el camino que puedes seguir o ignorar– reveló el Oráculo.

–¿Y por qué esta aldea está desierta?¿Por qué lo estaba la zona de iniciación?

–Fueron creadas para vosotros, para daros la bienvenida, aunque a veces solo fuera su reflejo lo que se apreciara. Cuando no hubo más jugadores a los que recibir, se anuló el poder que permitía entrar en ellas a quienes eran ajenos, se abandonaron. Pero dejándose en pie para los que estaban por volver.

Eldi se lo quedó mirando un rato, aún confuso, aún con muchas preguntas y dudas. Pero al menos ahora tenía una pista, ahora sabía algo más, ahora comprendía un poco su situación.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora