Zona de iniciación (III)

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Le había costado muy poco subir la afinidad de las armas hasta 2, pues cuanto más bajo es el nivel menos cuesta mejorarlo, pero en llevar su propio nivel a 3 había invertido largas horas, ya que los muñecos de entrenamiento no eran el método más eficiente, aunque sí el más seguro. Incluso había usado su tienda de campaña portátil para dormir, agotado.

Todo el tiempo había ido activando la bendición y la habilidad del conejo, pues ninguna de ellas estaba en su máximo nivel, así como usado la curación cada vez que se lastimaba y tenía suficiente maná. En esos momentos estaban en 4, 8 y 7 respectivamente. También había descubierto el agotamiento que le producía usar demasiadas habilidades, así como nada especial al quedarse sin maná, más allá de un sensación de vacío.

Al subir de nivel había ganado el hechizo de hielo equivalente al fuego, por lo que ahora podía tomar la bebida fría, además de una habilidad que le permitía esquivar rápidamente hacia atrás, pero que consumía una cuarta parte de su energía física. Cabe mencionar que el nombre del hechizo, Toque Helado, era similar al equivalente de fuego, Toque de Fuego, y que le parecieron medianamente aceptables.

Finalmente, había decido subir su hechizo menor de curación hasta 10, golpeando la pared de piedra con el puño y curándose después, pues incrementaba bastante más la afinidad si tenía algún efecto. Por muy doloroso que fuera y aunque más adelante dejara de ser útil, quizás su vida pudiera depender de ello. Probó también el puño con fuego y hielo, y aunque el daño pudiera ser mayor en el objetivo, no tenía ninguna ventaja en su entrenamiento.

Y no dejaba de lanzar la bendición o la habilidad del conejo cada vez que su efecto finalizaba, para entrenarlas. Usaba también el esquivar cuando tenía suficiente energía y, cuando se quedaba sin maná y energía, simplemente descansaba, revisaba el inventario, intentaba infructuosamente entender el funcionamiento interno de hechizos y habilidades, pensaba en Melia o recordaba el pasado.

Con cierta amargura, recordó como había sufrido tras dejar el juego, como se había recriminado a sí mismo ser tan débil como para sentir una especie de síndrome de abstinencia por un juego o por pensar en una NPC, algo que ahora veía diferente. Aunque no se había culpado por echar de menos a Gjaki o Goldmi, pues ellas era personas reales, por mucho que su comunicación fuera tan sólo a través del juego.

Recordó como una vez incluso había estado parado delante de un escaparate planteándose comprar un juego para ayudarlo a olvidar otro, aunque un pequeño accidente a su espalda le había hecho olvidarse de ello y nunca más se lo había planteado.

Sonrió ante el recuerdo cómico de una mujer y una adolescente con un vestido gótico en el suelo, tras haber chocado la una contra la otra en un despiste de ambas. Quizás lo más divertido había sido el rostro avergonzado de las dos, como se habían disculpado mutuamente y como se habían ido rápidamente del lugar, huyendo de las miradas del resto de los presentes y de su propio sentido del ridículo.

Se sintió un poco culpable de reírse de las desgracias ajenas, aunque no había sido grave y...

«¿Acaso no es el gag más universal?», se autojustificó.

Revisó también las skills que aún no podía usar, probó hielo y fuego con todas las armas, e incluso intentó mezclarlos con muy poco éxito. Cabe decir que las flechas con hielo no resultaron una buena combinación, pues su alcance decrecía ostensiblemente.

También probó las diferentes armas y armaduras de nivel alto, siendo incapaz de utilizarlas, así como algunos trajes. Estos no daban ningún problema pero tampoco ninguna bonificación y sólo proporcionaban un efecto cosmético en el juego, por lo que sólo tenía los que Gjaki había hecho para él. Era una de las aficiones de su antigua compañera de juego, y era realmente impresionante la cantidad que había llegado a diseñar para ella. Decidió no obstante reservarlos, pues temía que pudieran estropearse, así que de momento usaría aquella túnica propia de los jugadores novatos.

Tampoco dejó de sorprenderse por los objetos que guardaba en el inventario, aunque por ahora sólo la tienda le había resultado útil. Poder llevar algo de ese tamaño en un espacio virtual, en el que el peso, forma o tamaño no resultaban un problema, era muy conveniente. Sólo hubiera deseado que en el juego hubiera comprado más de ellos, y algunos libros para poder entender las leyes de aquel mundo, pero entonces no habían tenido mayor interés.

Finalmente no pudo posponerlo más. El beneficio de entrenar la bendición o las habilidades del conejo o esquivar, cuyo nombre de Reacción Gatuna prefería obviar, no era suficiente para justificar más retrasos. Así que, con el corazón en un puño, avanzó lentamente hacía la parte oscura de la cúpula, por mucho que tuviera la habilidad de velocidad activada.

Observó la zona oscura, que parecía estar hecha de un material líquido e incluso creaba ondas al tocarla, como si fuera agua, y tragó saliva de nuevo ante la idea de cruzar aquella masa de materia desconocida. Reactivó la bendición y la habilidad del conejo, para tenerlas disponibles si le hacía falta, y esperó a recuperar el maná y la energía física, empuñando con fuerza el hacha a dos manos, agarrándose a ella para sentir algo de seguridad.

Finalmente, con el corazón latiéndole con fuerza, avanzó hacia aquel líquido, dejando atrás para siempre las ruinas de la zona de iniciación y la seguridad que proporcionaban, y dirigiéndose hacia un futuro de inciertas promesas y peligros.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora