La Orden del Fénix

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HARRY POTTER PERTENECE A JK ROWLING

Ahora leo yo_ dijo Tracy, levantando la mano.

La Orden del Fénix_ leyó con una sonrisa.

—¿Tu...? —Sí, mi querida y anciana madre —afirmó Sirius—. Llevamos un mes intentando bajarla, pero creemos que ha hecho un encantamiento de presencia permanente en la parte de atrás del lienzo.

Y si tiraran la pared_ sugirió Justin_ se caería con todo y cuadro.

Podría funcionar_ dijo Sirius pensativo, una sonrisa formándose ante la cara que pondría su madre si echaban abajo la pared.

Rápido, vamos abajo antes de que despierten todos otra vez. —Pero ¿qué hace aquí un retrato de tu madre? —preguntó Harry, desconcertado, mientras salían por una puerta del vestíbulo y bajaban un tramo de estrechos escalones de piedra seguidos de los demás. —¿No te lo ha dicho nadie? Ésta era la casa de mis padres —respondió Sirius—. Pero yo soy el único Black que queda, de modo que ahora es mía.

Alguna vez pensaste que serias el dueño_ preguntó Narcissa.

Quizás antes de entrar a la escuela_ dijo Sirius pensativo_ después de eso mamá dejó claro que yo no era adecuado.

Sin embargo, todavía intentó que lo fueras_ dijo Narcissa_ Sirius asintió con una mueca ante el recuerdo.

Se la ofrecí a Dumbledore como cuartel general; es lo único medianamente útil que he podido hacer. Harry, que esperaba un recibimiento más caluroso, se fijó en lo dura y amarga que sonaba la voz de Sirius.

Perdón, cachorro_ dijo Sirius_ pero me estaba volviendo loco en esa casa.

No te culpo_ aseguró Harry, entendiendo que su padrino debía sentirse prisionero en su propia casa.

Siguió a su padrino hasta el final de la escalera y por una puerta que conducía a la cocina del sótano. La cocina, una estancia grande y tenebrosa con bastas paredes de piedra, no era menos sombría que el vestíbulo. La poca luz que había procedía casi toda de un gran fuego que prendía al fondo de la habitación. Se vislumbraba una nube de humo de pipa suspendida en el aire, como si allí se hubiera librado una batalla, y a través de ella se distinguían las amenazadoras formas de unos pesados cacharros que colgaban del oscuro techo. Habían llevado muchas sillas a la cocina con motivo de la reunión, y estaban colocadas alrededor de una larga mesa de madera cubierta de rollos de pergamino, copas, botellas de vino vacías y un montón de algo que parecían trapos. El señor Weasley y su hijo mayor, Bill, hablaban en voz baja, con las cabezas juntas, en un extremo de la mesa.

No escuché lo que decían_ dijo Harry cuando todos los miraron, ganándose miradas decepcionadas, mientras Molly suspiraba.

En Hogwarts ya se habría enterado de todo_ dijo Sproud, todos asintieron.

En Hogwarts no saben como ser discretos_ dijo Bill, Molly asintió, mientras los profesores lo miraban mal.

La señora Weasley carraspeó. Su marido, un hombre delgado y pelirrojo que estaba quedándose calvo, con gafas con montura de carey, miró alrededor y se puso en pie de un brinco. —¡Harry! —exclamó el señor Weasley; fue hacia él para recibirlo y le estrechó la mano con energía—. ¡Cuánto me alegro de verte! Detrás del señor Weasley, Harry vio a Bill, que todavía llevaba el largo cabello recogido en una coleta, enrollando con precipitación los rollos de pergamino que quedaban encima de la mesa. —¿Has tenido buen viaje, Harry? —le preguntó Bill mientras intentaba recoger doce rollos a la vez—. ¿Así que Ojoloco no te ha hecho venir por Groenlandia? —

La historia del trio de oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora