La vista

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HARRY POTTER PERTENECE A JK ROWLING

Quién quiere leer_ preguntó el director mientras almorzaban.

Lo haré_ dijo Percy, recibiendo el libro.

La vista_ leyó Percy, haciendo que todos se acomodaran mejor en sus asientos.

Harry no pudo contener un grito de asombro. La enorme mazmorra en la que había entrado le resultaba espantosamente familiar. No sólo la había visto antes, sino que había estado allí. Era el lugar que había visitado dentro del pensadero de Dumbledore, donde había visto cómo sentenciaban a los Lestrange a cadena perpetua en Azkaban.

Tenía que ser esa_ se quejó Neville_ Harry no merece el mismo trato que esos_ dijo con una mirada furiosa.

Teníamos razones para usar esa sala_ dijo Fudge rápidamente_ por supuesto nunca soñaríamos con comparar al señor Potter con los Lestrange.

Las paredes eran de piedra oscura, y las antorchas apenas las iluminaban. Había grados vacíos a ambos lados, pero enfrente, en los bancos más altos, había muchas figuras entre sombras. Estaban hablando en voz baja, pero cuando la gruesa puerta se cerró detrás de Harry se hizo un tremendo silencio. Una fría voz masculina resonó en la sala del tribunal: —Llegas tarde. —Lo siento —se disculpó Harry, nervioso—. No… no sabía que habían cambiado la hora y el lugar. —De eso no tiene la culpa el Wizengamot —dijo la voz—. Esta mañana te hemos enviado una lechuza.

Si tiene la culpa_ dijo Hermione_ debieron mandarlo la noche anterior.

Exacto, quién avisa de un juicio el mismo día_ preguntó Daphne, negando con la cabeza.

Fue un gran error administrativo_ dijo Fudge con cuidado.

Siéntate. Harry miró la silla que había en el centro de la sala, que tenía los reposabrazos cubiertos de cadenas. Había visto cómo aquellas cadenas cobraban vida y ataban a la persona que se había sentado en la silla.

Será mejor que no_ dijeron todos.

Claro que no_ dijo Amelia con dulzura_ no pasará nada cuando se siente_ asegurada cuando no parecían convencidos.

Echó a andar por el suelo de piedra y sus pasos produjeron un fuerte eco. Cuando se sentó, con cautela, en el borde de la silla, las cadenas tintinearon amenazadoramente, pero no lo ataron. Estaba muy mareado, a pesar de lo cual miró a la gente que estaba sentada en los bancos de enfrente. Había unas cincuenta personas que, por lo que pudieron observar, llevaban túnicas de color morado con una ornamentada «W» de plata en el lado izquierdo del pecho; todas lo miraban fijamente, algunas con expresión muy adaptada, y otras con franca curiosidad.

Muchos estaban enojados conmigo_ dijo Harry.

Tenían demasiado miedo de lo que representabas_ dijo Albus_ al igual que Cornelius no quisieran admitir que decías la verdad_ Harry ascendió.

En medio de la primera fila estaba Cornelius Fudge, el ministro de Magia. Fudge era un hombre corpulento que solía llevar un bombín de color verde lima, aunque ese día no se lo había puesto; tampoco lucía aquella sonrisa indulgente que le había dedicado a Harry cuando en una ocasión habló con él.

Claro que no_ dijo Tonks_ a los criminales no se les sonríe_ informado.

Gracias por la explicación_ dijo Harry, ocultando una sonrisita al ver la incomodidad de Fudge.

La historia del trio de oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora