peter maximoff;

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Escuchó unas sonoras carcajadas burlonas. Lucille giró sobre sus talones, encontrándose con el platinado mutante, Peter Maximoff.

La muchacha elevó su anatomía de las húmedas hierbas, limpiando todo rastro de suciedad que ensuciaba sus prendas de vestir. Sintió una agudo dolor en sus rodillas, seguramente tendría varios moretones a causa de la caída.

—¿Te encuentras bien, Lucy? —inquirió el joven, acercándose hacia donde se encontrar ella. Estiró su brazo para prestarle su ayuda.

—Bien, sólo quiero besar el suelo.

Las carcajadas burlonas volvieron a sonar en su cavidad auditiva. Los rosados labios de Lucille se fruncieron, mientras negaba repetidas veces ante el comportamiento de su compañero.

Ignorando completamente la anatomía del platinado, empezó a caminar hacia la mansión, quería llegar cuando antes a la enfermería. El dolor había aumentado, y le costaba mantener un ritmo ligero con sus pasos.

—¿Quieres qué te lleve? —indagó Peter, evitando que sus carcajadas vuelvan a salir de su boca.

Antes de que lograra emitir palabra alguna, se hallaba entre los fuertes brazos del muchacho frente a la imponente estructura de la mansión que funcionaba como colegio y hogar para mutantes.

Los ojos color avellana de la joven se dirigieron hacia la puerta principal de roble. Charles los observaba divertido, mientras que el hombre que se encontraba parado a su derecha, Erik le dedicaba una mirada de desaprobación.

Lucille hizo una morisqueta de sufrimiento cuando sus pies fueron depositados al pie de las escalinatas de piedra. “No seas tan exagerada, Peter se está preocupando demasiado”, la voz de Charles resonó en cada recoveco de su mente, “pero piensa que eres bonita. Así que, has ganado la apuesta”.

—Pet, ¿podrías acompañarme a la enfermería?

El nombrado asintió enérgicamente, cargándola nuevamente entre sus brazos. En un abrir y cerrar de ojos ambos se encontraban dentro de la enfermería, que, para suerte de la castaña, estaba completamente vacía.

Lucille sentó su anatomía en una de las tantas camillas, mientras que Peter rebuscaba algunos elementos entre las alacenas.

—Maximoff —nombró, captando su atención— sabes que mi mutación me permite curarme ante cualquier herida, ¿verdad? —aquella acotación provocó que el rostro del muchacho se tornara rojizo ante la vergüenza que sentía en esos momentos— ¿y que me has hecho ganar ciento cincuenta dólares?

—¡Rayos! —exclamó, frustrado, mientras sentaba su cuerpo en un mueble bastante alejado del lugar donde ella se encontraba— ¿es tu venganza?

—En realidad era una excusa para pasar tiempo contigo a solas.

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