steve rogers [maratón fósil];

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Agachó su cuerpo para tomar el trozo de papel que había caído sobre la vereda de concreto. Volvió a elevar su mirada para hallar al hombre, pero no lograba localizarlo entre la muchedumbre del parque.

—¡Miriam!

La muchacha ignoró las exclamaciones furiosas de su madre y se marchó con ligereza, internándose en las calles de Brooklyn. Unos minutos de tranquilidad alejada de los parientes de quien sería su prometido y de sus propios familiares, devolvía la felicidad y el entusiasmo a su ser.

Detestaba transcurrir sus días rodeada de las innumerables quejas de su suegra y de su madre con respecto a su manera de vestir, dirigirse a los demás, caminar y alimentarse. Además de escuchar los comentarios de los hombres con respecto a la guerra que se estaba desarrollando en Europa.

—¡Señor! —llamó, alzando su brazo para captar su atención y sobresalir entre las decenas de personas que se movían en ambas direcciones.

Parecía que el sujeto de cabellos rubios se encontraba la suficientemente concentrado en rebuscar en sus bolsillos que en prestarle atención a ella.

—¡Señor! ¡Señor!

Sus pies dolían. Movilizarse con rapidez en una superficie irregular y con tacones no había sido su mejor decisión del día. Miriam frenó unos instantes para acomodar sus zapatos y recuperar su respiración normal.

Observó minuciosamente a su alrededor. Requería encontrar al desconocido rubio y entregarle el papel que había caído de su bolsillo cuando atravesaba uno de los parques de la ciudad. Además, el contenido de la nota había llamado su atención: pinturas y lienzos.

Un sólo lugar en aquella avenida vendía esos elementos, una de las tiendas favoritas para escaparse de la realidad en la que vivía.

La campanilla de la entrada principal la devolvió a la realidad. El aroma de pino y pinturas inundaron sus fosas nasales, provocándole una sensación acogedora. Acomodó su falda a cuadros con la yema de sus dedos, mientras se acercaba a la cajas de cartón ubicadas cerca del mostrador.

—Buenos días, señor Thomas.

  —Miriam, que agradable sorpresa —saludó el avejentado propietario de la tienda— ¿Qué la trae por aquí en una calurosa tarde?

—Busco..

—Disculpe, señor Thomas, ¿dónde se entran las pinturas en tonalidades pastel?

Miriam giró sobre sus talones para apreciar al hombre que había interrumpido su conversación. Bingo, había localizado al sujeto de la lista de elementos de arte.

—¿Trata de recordar cuáles son los colores que debe llevar? —indagó, mostrando el trozo de papel escrito.

Una sonrisa asomó en los labios del hombre. Ignorando la presencia del propietario, Miriam acortó la distancia que los separaba y le entregó la lista de utensilios con una dulce mueca adornando su rostro.

  —Hace más de cinco cuadras que trato de llamar su atención. Es usted rápido, señor...

—Rogers. Steve Rogers.

—Miriam Wesley —se presentó, aceptando el saludo con cordialidad. Por primera vez no sentía presión ni nerviosismo al momento de conocer y entablar una conversación con un desconocido—. ¿Tan pequeña soy para que ignore mi insistentes gritos y mi presencia?

—No podría quejarme.

  Ambos acabaron riendo. Miriam dirigió su mirada por encima del hombro de Steve y se percató de la presencia de su prometido en la vereda.

—¿Puede ayudarme con un pequeño favor?

—No habrá inconveniente en hacerlo, señorita.

—¿Sabe de algún lugar dónde pueda pasar la tarde sin escuchar las quejas de mi madre y mi prometido? 

Steve giró su mirada en dirección al ventanal, también percatándose de la presencia del soldado que parecía buscar algo.

—¿Té, galletas y pinturas?

—Té, galletas y pinturas.

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necesito más Steve antes del experimento 💔

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