Lie to me - Capítulo 49

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|¿Quién dijo que no puedes volver a casa?|

Londres – exactamente 24 horas después.

Estacioné la camioneta en vacío. Era tarde, casi medianoche. Era extraño que el automóvil de David no estuviera allí.

Un mal presentimiento cruzó mi alma.

Apagué el motor, me colgué la cartera y bajé. Busqué las llaves y la puse en la puerta haciéndola girar. La llave giró, pero la puerta no se movió. ¿Estaba cerrada por dentro? La llave no hubiera entrado. Hice un intento más. Otro. Empujé la puerta con todas mis fuerzas. Nada. Recordé la cerradura más alta, la que usábamos solo cuando salíamos de viaje, y cuya única copia tenía David.

El miedo se disparó en mí al darme cuenta del límite que había cruzado. Miré alrededor buscando una respuesta en el medio de la noche.

Rodeé la casa hasta la barda que separaba el jardín, me trepé a ella. Avancé despacio y abrí el ventanal roto del lavadero y por ahí pude entrar a la casa.

Entrar al lugar familiar del que había sido excluida como castigo a mis errores y mis elecciones, me golpeó. La casa vacía era un símbolo de lo que había logrado con mis actos. Ese lugar sagrado donde había construido mi familia, ahora pisoteado, como todas las cosas en las que creía, por una pasión descontrolada como si tuviera 15 años.

La culpa y el dolor me sacudieron haciéndome caer de rodillas, llorando sin poder contenerme, yo había destruido todo lo que había construido, había matado mi cuento de hadas, había quemado la nave de mis sueños hasta convertir en cenizas todo lo que me había sostenido, lo que me había salvado.

Sentía como el dolor me estaba arrasando como un incendio desde adentro, las consecuencias de mis tremendas decisiones quemándome como ácido de batería desde adentro, golpeándome como un látigo implacable, desgarrándome y desangrándome como garras afiladas de acero que destruían todo a su paso.

Me dejé ir agonizando en mi dolor, ahogándome en mis propias lágrimas, consumida por ese fuego sin resistirme, sintiendo cada llamarada para que doliera más, para que no me olvidara nunca de que había sido yo y, solo yo, la causante de la tragedia en la que me tocaba agonizar.

Lloré, grité, gemí, y dejé ir mi consciencia sobre la cerámica fría de la cocina de mi casa, de mi hogar.

....

David estacionó su coupé roja, con una simple maniobra, frente a la puerta del edificio de fachada antigua sobre Guttenberg Road. Apagó el motor y apoyó ambas manos sobre el volante, suspirando profundo. Bien, tanto tiempo había esperado ese momento, cerró los ojos sintiendo las alas de la libertad intentando desplegarse en sus hombros amplios, haciendo de ese esfuerzo, una agonía exquisita.

13 años.

No había peor cárcel que la auto impuesta, y su matrimonio era eso: una cárcel, sin celda ni barrotes, sin guardias, pero enclavada en la piel y el alma de tal manera que era imposible escapar sino era despellejándose vivo, o con un trasplante de cerebro. Y el amor por sus hijos hacía que cualquier salida de emergencia fuera inaccesible. Hasta ese jueves.

Inspiró profundo como si por primera vez hubiera podido hacerlo en más de una década. Inclinó la cabeza apenas afuera de la ventanilla, la brisa de la noche otoñal era fresca, un preludio del clima habitual de Octubre. Lluvia, niebla, bruma. Él era un típico londinense, amante de esos pequeños detalles que hacían de Londres su lugar en el mundo, aunque no vistiera frac y bombín. O cambiara, por tradición familiar e interés comercial, el té de las cinco por el mejor café de los alrededores.

Lie to me - Camren G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora