Forgive me - Capítulo 38

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|El mensajero|

Nunca durmió... ¿o sí? ¿Era tan densa la oscuridad a su alrededor como la que estaba dentro de ella, tan vacío había quedado su corazón que ya ni los sueños le quedaban? Sus ojos nunca distinguieron la diferencia entre las paredes negras de su habitación y las de su mente. Aquel sueño que la había acompañado durante casi tres años había desaparecido, como su dueña, y esa verdad creó una presión desde adentro como si una burbuja se hubiera inflado en ella, comprimiendo sus órganos, sus músculos y sus huesos, estrechándolos contra la carcasa de piel que la rodeaba y que la hacía parecer humana. Esa fue la sensación que tuvo cuando se incorporó, sola en la cama. ¿Sola?

Del otro lado de la habitación, pudo escuchar el sonido de la ducha y algo de música clásica apagada por la puerta cerrada.

Abandonó la cama y se metió en el vestidor para cambiarse. Jeans y zapatillas con una camiseta amplia fueron lo que sus manos encontraron, sin mucho ánimo de producción. Se peinó con los dedos mientras abandonaba la recámara e hizo una breve escala en la habitación de su hija.

Dalia dormía y no parecía tener intenciones de despertar en lo inmediato. Inspiró con un dejo de alivio y bajó a la cocina.

Preparó la cafetera y la conectó. Abrió el refrigerador, recolectó sin elegir los elementos del desayuno y los dispuso sobre la mesa. Sacó de abajo de la mesada una de las bandejas para trasladarlo y sin levantarse estiró la mano para ponerla sobre la mesada.

La bandeja tambaleó. Se dio cuenta de que la había acomodado mal, pero nunca cayó al piso. Levantó la vista, y su marido estaba allí, de pie, junto a ella.

—No te escuché entrar.

—Es más común de lo que parece —Extendió su mano para ayudarla a ponerse de pie y Camila lo miró de arriba a abajo, de pies a cabeza, mutando su expresión a la incredulidad.

—¿Qué haces así?

—¿Así cómo?

—Cambiado. No puedes salir.

—¿No... puedo...salir? —espació cada una de las palabras, con un énfasis especial teñido de desafío y algo más.

—El médico dijo que te quedaras en reposo.

—Veinticuatro horas. Cumplidas. Me voy a trabajar.

—No —David había girado sobre sí, rumbo a la puerta, pero se detuvo como si le hubieran pegado un balazo en la espalda.

—¿No qué? —Camila hubiera retrocedido si la mesada no se le hubiera clavado en la cintura.

—No... no puedes irte. Estás convaleciente —se dio cuenta de que su voz era un susurro, ahogado por el miedo que desataban esos desconocidos ojos. De pronto le pareció estar frente a un extraño, en un callejón oscuro, con la garganta cerrada sin posibilidad de pedir auxilio. Sí. Se estaba volviendo loca.

—¿Y quién lo va a evitar? ¿Tú? —El desafío la envalentonó. Se pateó a sí misma a crecer los diecisiete años que no había madurado y a tomar las riendas, no sólo de su vida sino las de su familia.

—Por supuesto —David enarcó una ceja y sonrió, esperando ver cuál era el arma secreta que ella parecía tener escondida en la manga. Camila se incorporó empujándose en la mesada pero sin alejarse demasiado, como quien se adentra en aguas turbulentas y no sabe nadar.

El duelo de miradas persistió hasta que la cafetera sonó dos veces anunciando que el café estaba listo. Ella depuso su actitud y se acercó conciliadora.

—No quiero pelear, pero tienes que ser razonable. Te cayeron a golpes, estuviste inconsciente, una noche completa en observación, sólo un día de reposo. Tienes dos costuras en la cabeza, una contusión bajo el ojo, tres costillas rotas...

Lie to me - Camren G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora