- Venga, cuéntame como acabaste trabajando para Sony y no dedicado a la música.
Tras romper el hielo pidiendo unas copas de más los dos hemos aceptado pasar lo que queda de tarde charlando.
+ Es una larga historia.
- No tengo prisa.
+ Ya, pero igual te aburro.
- Puede, pero nunca vas a enterarte.
Advierto divertida.
- Además de cantante soy muy buena actriz.
Miento haciéndome la chula.
- Y ya sabes... No es de buena educación pasarme el tiempo bostezando mientras hablas.
+ Ahora me quedo más tranquilo.
Me sigue el rollo.
+ Bueno, empecé a tocar la guitarra a los ocho años.
Bostezo exageradamente haciéndole reír.
+ Mira que eres tonta.
Se queja obligándome a romper en una sonora carcajada que acapara algunas miradas de más.
- Lo siento.
Me disculpo descojonada.
- Me lo has puesto a trapo.
Sigo riendo.
- Anda, cuéntame.
Pido acabando el contenido de mi copa. Creo que me apetece otra, por lo que mientras le escucho atenta le hago una seña al camarero.
+ Pues la guitarra invitó al bajo, luego quise probar con el piano y siempre le tuve ganas al saxo. De adolescente formé una banda y nos paseábamos por los bares tocando.
Me cuenta nostálgico.
+ Hacíamos buena pasta.
Agrega.
+ Y eran los mejores momentos de la semana para nosotros. Nos evadíamos de la realidad de mierda en la que vivíamos.
- Vaya.
Me compadezco.
- ¿Y por qué no habéis seguido?
+ Éramos tres.
Me cuenta.
+ El líder tuvo que ocuparse de negocios familiares, y nos prometió sacarnos adelante a nosotros también.
- ¿No cumplió?
+ Más o menos, pero ya no hay banda.
Sonríe amargamente sin querer ahondar en el tema.
- ¿Por qué no has formado otra?
Pregunto. Recuerdo aquel día en que tocó el piano para darme las notas de aprendiz en acústico. Le odié, pero no sería capaz de negar su talento. Si quisiera dedicarse a esto podría llegar muy lejos.
+ Tengo un trabajo que paga bien y responsabilidades que no me permiten volver a las andadas.
- ¿Lo echas de menos?
+ Tocar sí. A la banda también, pero fueron años difíciles.
Confiesa.
- A ver si un día me tocas algo.
+ ¿Qué quieres que te toque?
Pregunta gracioso haciéndome notar lo mal que puede interpretarse mi comentario.
- El Saxo, Martín.
Ruedo los ojos.
- O la guitarra.
+ No.
- Vamos, no me vas a decir que te da vergüenza.
+ No he vuelto a tocar más que el piano.
Me mira a los ojos y no sabría descifrar lo que me provoca.
- ¿Oye, seguimos las copas en mi casa y me cuentas el por qué?
Propongo acabándome el contenido de mi última cerveza.