Narra Malú
- No quiero hablar de esto.
Suplico con un nudo en la garganta. A mi también me duele no poder rozarle. Siento mi piel llenarse de llagas anhelando sus caricias.
+ No puedes pedirme que renuncie a ti sin explicarme el por qué.
- Te he dicho que no quiero hacerlo.
Como siga insistiendo voy a romperme.
+ Y yo que no me basta con ser tu amigo.
Se defiende.
+ De hecho, no creo que podría serlo.
Suspira sincero.
+ Ya no... ahora que conozco el sabor de tus besos y la suavidad de tu piel tersa no podría fingir que no te deseo en cada momento.
Oculto un puchero. ¿Por qué tenía que pedirme que hablemos? La noche iba estupendamente ocultando nuestros sentimientos en un tablero de parchís.
+ Pero si quiero que sigamos teniendo esa confianza de amigos.
Implora.
+ Cuéntame que te pasa.
Me mira preocupado.
+ Confía en mi.
- Lo hago, Martín.
No quiero hacerle daño. Antes de empezar todo esto que no sé ni cómo llamar me di cuenta que podemos ser muy buenos amigos. Tenemos confianza y complicidad. El amor y el sexo solo han venido a complicar las cosas y aunque me parezca imposible, necesito arrancar las últimas dos y tirarlas al garete, contrariamente a lo que él se ve capaz de hacer.
+ No parece.
Me refuta.
+ ¿Crees que no me doy cuenta de las ganas que tienes de llorar desde hace horas?
Escucharle poner en palabras mis sensaciones se convierte en el detonante para que mis lágrimas atrevidas dejen de obedecerme y escapen por mis ojos. Me quedo de pie, sollozando inmóvil. Martín vuelve acortar nuestra distancia y ahora no puedo alejarlo, porque mis manos las uso para taparme la cara y no llorar como una cría frente a él.
+ ¿Qué pasa, mi niña?
Me ha abrazado, empujándome a su hombro para descargar todo allí, acariciándome dulcemente el pelo y la espalda.
- Nada.
Gimoteo. Desde aquella noche en la playa mi cuerpo parece cada día más imperfecto. Mi padre más capullo. Sebastián más cruel y yo más pequeñita. Todo pasa.
+ Ey, reinona, ¿que tienes?
Su forma tan tierna de llamarme me hace intensificar el llanto.
- No quiero hablar.
Sorbo la nariz, separándome de él. Nos sentamos en la cama y atrapa una de mis manos con las suyas, en un gesto simple, pero que me transmite mucho apoyo.
+ ¿Tu no sabes lo mal que te hace dejarte todo dentro?
Limpia mis lágrimas con sus pulgares y vuelve a la posición de antes.
- No.
Niego irónica con una sonrisa amarga y los ojos hinchados.
+ Venga.
Me da por pérdida. Claro que lo sé, pero al final siempre acabo guardándome todo para mí.
- No quiero.
Suspiro.
- Me da mucha vergüenza.