V: Ya.
Me mira compasiva.
V: ¿Sabes cuál es el otro problema?
No espera a que responda, sigue hablando.
V: Que uno no elige de quien se enamora, y aunque te empeñes en negarlo, tú ya estás hasta las trancas por Martín.
- No.
Niego rotunda.
- Me gusta, sí.
Reconozco.
- Pero no estoy pillada, ni mucho menos hasta las trancas.
V: Joder, Malú, por una puñetera vez admite lo que sientes, disfrútalo y vive a tope.
Me sugiere con tanta severidad que parece una orden, y a la vez tan rebosante de cariño que sus palabras se asemejan a una tirita en el corazón.
- No sería por una puñetera vez.
Corrijo.
- Eso ya lo hice, y salió fatal.
Le corrijo amargamente.
V: No haber querido casarte y escaparte a escondidas de todo Dios a los dieciocho años.
Rueda los ojos.
V: Además que si no aceptas ningún anillo, no van a volver a dejarte tirada el día de la boda, nena.
Dice con humor destensando el nudo que se me ha hecho en la garganta.
- Tu eres tonta.
Aunque quisiera no podría enfadarme con ella. Tiene una forma divertida y cruda de decir las verdades, pero lo cierto es que me ha hecho reír en el mismo instante que he estado por romper a llorar.
- Creo que te has dejado parte del cerebro en el paritorio.
La chincho.
- Ah, no, lo has dejado por ahí en alguna fiesta incluso antes de que naciera Carla.
V: Uy, que graciosa que estás hoy.
- Bueno, ¿y tú qué, ningún bollodrama para contarme?
V: Que va hija, si desde que nació Carla lo que me dejé en el paritorio son mis encantos.
La pequeñaja está preciosa y es súper espabilada, pero si es cierto que con casi once meses le ha robado toda la libertad a su madre, que dedicada a la pequeña tiene pocas oportunidades de salir y conocer gente nueva.
- Mañana los recuperas.
Sonrío traviesa. Sus padres han insistido en quedarse con la niña para que nosotras aprovechemos la noche como en los viejos tiempos.
- ¿Me das unos minutos?
Me excuso poniéndome en pie mientras le enseño la pantalla del móvil. Martín siempre parece saber cuándo hablo de él, porque de alguna manera, aparece.
V: Hay pitis en la terraza.
Me recuerda que hace un rato dejamos allí la cajetilla que ahora rebuscaba en mi bolso. Sonrío agradecida y descuelgo la llamada.
- Hola, Martín.
+ ¿Cómo estas, mi niña?
Escuchar aquel mote salir de sus labios me estremece.