- Pasa.
Abro la puerta después de casi una hora.
M: He traído japonés.
Besa mis mejillas y me enseña la bolsa. Huele que alimenta.
- Estaba cocinando.
Le guío hasta la cocina.
M: Bueno, te queda para mañana. Ahora no hagas nada más.
- Prefiero cenar esto, Melen.
Señalo el pavo con verduras que he puesto en el horno.
- Tengo que cuidarme.
Me excuso.
- Ya sabes, la gira y tal.
Argumento sin encender alarmas.
M: Vale.
Deja la bolsa cerrada sobre la encimera.
M: Te acompaño en los buenos hábitos.
- Tu no tienes que renunciar a eso. El olor me dice que esta para chuparse los dedos.
Me relamo tan solo con el olfato.
M: No pasa nada.
Asevera despreocupado y me ayuda a colocar los platos en la mesa.
M: ¿Vamos a abrir un vino?
Pregunta indeciso. Frente a él hay vasos y copas.
- Yo no debería.
M: Agua para dos.
Obedece sin ponerme pegas.
M: Que económica y aburrida estás hoy.
Se ríe quejándose por lo bajini, aunque se asegura que le oiga.
M: Yo venía a hablarte de tonterías y pasar el rato, pero mejor me cuentas tú por qué te ves tan triste.
Solo escucharle ha gatillado que mis ojos vuelvan a encharcarse.
M: ¿Otra ves Martín?
- No.
Bebo bastante agua y miro al techo para evitar romper a llorar.
- Sí.
Me contradigo.
- El también.
M: ¿Qué ha pasado ahora?
Se interesa.
- Creo que no le gusto.
Opto por hacerlo parecer una duda. Sentenciarlo me sigue pareciendo demasiado humillante.
M: ¿Qué dices?
- No le pongo.
Admito ruborizada e incómoda.
M: Eso es imposible.
Se niega a creerme.
- En serio, Melen.
Suspiro dispuesta a confesarme con él aunque sintiéndome muy pequeñita.
- No quiere follarme.
M: ¿Me estás vacilando?
Niego con lágrimas en los ojos. Hablar este tema me hace sentir incómoda. Especialmente con Melendi, pero a la vez lo necesito.
- Primero me decía que era porque quería demostrarme que me quiere a mi, no por el sexo.
M: Me lo habías contado.
Recuerda.
M: Y me parece bonito. Cursi, pero bonito.
- Ya, pero sigue sin querer acostarse.
Me limpio las mejillas y los ojos con el dorso de la mano.
- Estábamos a punto, pero acaba por poner excusas, y no me folla.
M: Ese tío es un gilipollas.
Acusa.
M: Con lo buena que estás.
Me siento tan pequeñita exponiendo mis inseguridades con mi cuerpo, por más que Melendi solo me alabe.
M: ¿No será gay?
Me hace reír entre sollozos.
- Creo que el gilipollas eres tú.
M: Lumi, tronca, es que no creo que haya un solo hombre en el mundo al que no le pongas.
- He cogido mucho peso el último tiempo.
Me tapo la cara con las manos para esconderme mientras lloro. Entre este tema y papá estoy sobrepasada.
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Todos los secretos
Любовные романыUna historia en la que TODOS tienen algo que ocultar