Narra Mateo
Sus besos atacan los míos deseosos. Nos saboreamos. Nos disfrutamos. Nos estremecemos.
+ Si no paras no sé si volveré a tener la fuerza de aguantarme de hacerte mía.
Advierto separándome ligeramente de sus labios. Mis pantalones empiezan a sentirse abultados. Aunque el real motivo es la falta de oxígeno y no otra cosa.
- No quiero que lo hagas.
+ ¿Quieres que te haga mía?
Pregunto directo, mirándola a los ojos color chocolate más bonitos del mundo.
- Pues no creo que necesitemos tantos nombres, ¿no?
Se escaquea de contestar.
- Nos acostamos y ya.
Sonrío negando con un gesto casi imperceptible y dejo una caricia en su mejilla.
+ ¿Cenamos?
Vuelve a detenerse un par de segundos a pensar.
- Sí.
Acepta llevándose una patata a la boca.
- Joder, que buenas que están.
+ Habrá que comprobarlo.
Digo empezando a devorarlas.
+ Sí.
Aseguro y sonrío verla relamerse el ketchup.
- No conocía este sitio.
Cambia el tema.
+ Me trae mucha paz.
- Es bonito.
Admira las vistas. Son preciosas, pero cuando no llueve se ven todavía mejor.
+ ¿Ves aquellas casitas?
- No.
Enfoca la vista.
+ Las de allí arriba.
- Sí. ¿Qué hay allí?
+ Son pequeñas, pero sus dueños las construyeron con mimo.
- ¿Dónde estamos?
+ En las afueras.
Le enseño el mapa en mi móvil.
- ¿Por qué me has traído aquí?
Me encojo de hombros.
+ Mis abuelos vivían en la casita azul.
- Jo, no veo nada, Martín.
Esta oscuro y llueve. Lo bonito es poder mirar Madrid iluminada, aquellas cabañas no tienen nada que llame la atención, únicamente para mí son importantes. Tengo bonitos recuerdos.
+ Si te apetece luego nos acercamos.
Propongo.
+ La tormenta solo nos permite ir en coche, pero yo de niño hacía este paseo casi todos los días.
- Por supuesto. ¿Quién vive allí ahora?
Se interesa.
+ No lo sé.
Sonrío amargamente. Les echo de menos, especialmente a mi yayo.
+ Cuando murieron yo no tenía mucha relación con mis padres, y nadie me consultó que hacer con la vivienda. Es una lástima, porque si hubiese sabido que iban a venderla, igual la hubiese comprado yo, pero dejamos de entendernos años antes y para entonces casi no nos comunicábamos.
Confieso.
- Cada vez que me hablas de ellos pienso en cuánto me hubiese gustado conocerles.
Me acaricia. Sus manos son tan suaves que podrían curar heridas.
+ ¿Has acabado?
Pregunto por la comida.
- Sí.
En pocos de segundos metemos la basura en una bolsa de la que me ocuparé luego y acomodo el asiento para poder tener un poco más espacio.
+ Ven.
Le pido ayudándola a colocarse entre mis piernas.
+ No puedo prometerte que estaremos demasiado cómodos.
Me lamento.
+ Pero me apetece mucho tenerte así.
La cobijo dulcemente para sentirnos cerquita.