Capítulo 125

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Narra Mateo

Sus besos atacan los míos deseosos. Nos saboreamos. Nos disfrutamos. Nos estremecemos.

+ Si no paras no sé si volveré a tener la fuerza de aguantarme de hacerte mía.

Advierto separándome ligeramente de sus labios. Mis pantalones empiezan a sentirse abultados. Aunque el real motivo es la falta de oxígeno y no otra cosa.

- No quiero que lo hagas.

+ ¿Quieres que te haga mía?

Pregunto directo, mirándola a los ojos color chocolate más bonitos del mundo.

- Pues no creo que necesitemos tantos nombres, ¿no?

Se escaquea de contestar.

- Nos acostamos y ya.

Sonrío negando con un gesto casi imperceptible y dejo una caricia en su mejilla.

+ ¿Cenamos?

Vuelve a detenerse un par de segundos a pensar.

- Sí.

Acepta llevándose una patata a la boca.

- Joder, que buenas que están.

+ Habrá que comprobarlo.

Digo empezando a devorarlas.

+ Sí.

Aseguro y sonrío verla relamerse el ketchup.

- No conocía este sitio.

Cambia el tema.

+ Me trae mucha paz.

- Es bonito.

Admira las vistas. Son preciosas, pero cuando no llueve se ven todavía mejor.

+ ¿Ves aquellas casitas?

- No.

Enfoca la vista.

+ Las de allí arriba.

- Sí. ¿Qué hay allí?

+ Son pequeñas, pero sus dueños las construyeron con mimo.

- ¿Dónde estamos?

+ En las afueras.

Le enseño el mapa en mi móvil.

- ¿Por qué me has traído aquí?

Me encojo de hombros.

+ Mis abuelos vivían en la casita azul.

- Jo, no veo nada, Martín.

Esta oscuro y llueve. Lo bonito es poder mirar Madrid iluminada, aquellas cabañas no tienen nada que llame la atención, únicamente para mí son importantes. Tengo bonitos recuerdos.

+ Si te apetece luego nos acercamos.

Propongo.

+ La tormenta solo nos permite ir en coche, pero yo de niño hacía este paseo casi todos los días.

- Por supuesto. ¿Quién vive allí ahora?

Se interesa.

+ No lo sé.

Sonrío amargamente. Les echo de menos, especialmente a mi yayo.

+ Cuando murieron yo no tenía mucha relación con mis padres, y nadie me consultó que hacer con la vivienda. Es una lástima, porque si hubiese sabido que iban a venderla, igual la hubiese comprado yo, pero dejamos de entendernos años antes y para entonces casi no nos comunicábamos.

Confieso.

- Cada vez que me hablas de ellos pienso en cuánto me hubiese gustado conocerles.

Me acaricia. Sus manos son tan suaves que podrían curar heridas.

+ ¿Has acabado?

Pregunto por la comida.

- Sí.

En pocos de segundos metemos la basura en una bolsa de la que me ocuparé luego y acomodo el asiento para poder tener un poco más espacio.

+ Ven.

Le pido ayudándola a colocarse entre mis piernas.

+ No puedo prometerte que estaremos demasiado cómodos.

Me lamento.

+ Pero me apetece mucho tenerte así.

La cobijo dulcemente para sentirnos cerquita.

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