- Joder, es mi padre.
Maldice.
- Martín, tienes que esconderte.
La miro perplejo.
- Sube.
Me pide sin que la entienda. No pretendo que me presente como su chico, pero tener que esconderme es otra cosa.
- Por favor.
Lee en mi mirada la confusión.
- No me avergüenzo de ti.
Promete y me besa. Está temblando y yo no quiero dejarla sola ahora.
- Quiero proteger lo nuestro.
Se hace pequeñita rogando en su susurro. Pepe ya ha cruzado el jardín y ahora toca directamente a la puerta.
- Mi padre rompe todo lo que me importa.
Explica con los ojitos llenos de dolor, empujándome arriba.
- No importa lo que pase, no bajes.
Implora y baja los escalones de dos en dos para abrirle a su progenitor.
Narra Malú
- Papá.
Pe: Malú, mi niña...
Intenta besar mis mejillas, pero me aparto evitando cualquier tipo de contacto físico, por lo que sus besos aterrizan en el aire.
Pe: ¿Qué ocurre?
Me mira serio.
- Estoy ocupada y has venido sin avisar.
Pe: Llevo días llamándote.
Me reclama.
- He estado liada.
Pe: Ya. José y tú madre me lo han dicho.
- Haberles hecho caso.
Espeto por lo bajini, pero consigue oírme y me mira tan intensamente que podría atravesarme.
Pe: ¿Ahora vas a dejar la tontería y decirme que te pasa?
- Que estoy cansada y llegas aquí sin avisar. ¿No tengo derecho a querer estar sola en mi casa sin que vengas a molestarme?
Pe: No seas maleducada, que soy tu padre.
- Claro, por eso yo no puedo divorciarme de ti.
Pe: ¿Qué has dicho?
- Que quiero estar sola.
No se de donde saco la valentía para hablarle así. Jamás me había enfrentado a él.
- Vete, papá.
Ignora mi pedido y se sienta en el sofá.
Pe: Explícame ya mismo que es esta tontería.
Exige.
- ¿Que quiero que te vayas? Una tontería claro.
Arremeto irónica.
- Si cuando tenía dieciocho años no fuiste capaz de respetar mis deseos y mis desiciones por qué iba a esperarme que lo hicieras ahora, ¿no?
Pe: ¿Malú que estás diciendo?
Mantiene esa faceta dura, y gesto enfadado, aunque le conozco demasiado y sé que ha entendido perfectamente de qué hablo.
- Estoy diciendo que cuando me vendiste para alejarme de Sebastián, me alejaste de ti con su partida.
Afirmo.
- Para ti estoy muerta.
Sentencio.
- Asume que me morí de pena llorando por él, y no intentes remediarlo, porque para mí tú también estás muerto.
Pe: Malú.
Me llama consternado, acercándose a mí.
Pe: Yo quería lo mejor para ti, hija.
Intenta explicarse.
Pe: No te he vendido, nunca te haría daño, mi niña.
- No te justifiques.
Le pido.
- Lo que me hiciste no tiene perdón.
Pe: Yo solo te estaba protegiendo, no te he vendido, mi niña... ¿Cómo vas a acusarme de...?
- ¡Te he dicho que no quiero escucharte!
Grito interrumpiéndole y percatándome de las lágrimas que recorren mis mejillas y el vaivén de mi respiración agitada.
Pe: Pero estás confundida. Yo no...
- ¡No me mientas más, maldito embustero!
Vocifero alterada y siento su mano estamparse contra mi mejilla.