Narra Mateo
- Porque he entendido que no querías hablar de él, y que serías tú mismo el que me confesara que es tu hermano si en algún momento te apetecía hacerlo.
Atrapa una de mis manos entre las suyas por sobre la mesa.
- Debe de ser muy duro.
Valora comprensiva.
+ Una jodida mierda.
- ¿Me lo quieres contar?
A veces me hace sentir que nos conocemos de toda la vida y podemos hablar de lo que sea.
+ ¿No es siempre la misma historia?
Me mira confundida. No entiende lo que trato de decir.
+ ¿No empiezan todos con la idea ilusa de que ellos no van a volverse adictos?
Me explico. Ella suspira dándome la razón.
- Supongo que sí.
+ No hay mucho más por contar. Fue un gilipollas que retó a su suerte y le salió fatal.
Zanjo. Nos hemos divertido y no quiero que la conversación se torne amarga. Y además, no he caído hasta ahora en que para investigarla convirtiéndome en su amigo yo también tengo que tener cosas que delatar sobre mi vida. Y aún no decido si seguiré inventando a un Martín totalmente diferente a Mateo o seré yo mismo disfrazado en otro nombre.
+ Oye, que se nos hace tarde.
Miro el reloj pensando en Eva. Tengo que volver a casa. Pero no quisiera dejar nuestro juego aquí. Ni me apetece que nos vayamos con un mal sabor de boca por culpa de mi hermano.
+ ¿Una última pregunta?
- Vale.
Su sonrisa es tan bonita que me cuestiono si pagaría por verla cada día.
+ Su turno, señorita.
Yo he sido el último en preguntar, y me ha fascinado su respuesta. La oportunidad de dejar al otro elegir cuando hablar de un tema que duele me parece un nivel de respeto y empatía que pocos tienen.
- Cuéntame alguna chorrada que hayas hecho.
+ ¿Solo una?
Risueño gano algunos segundos para pensar en algo que pueda confesarle.
- En el último año.
Me lo pone difícil.
+ Invité a una chica a cenar a un restaurante súper pijo.
Me hace gracia a la par que me avergüenzo. Que cabrón fui con aquella tía. Aunque era una pesada.
+ Tenía muchas ganas de ir porque varios amigos ostentaban con haber estado y comer como los dioses.
Sonríe interesada.
+ Su familia tiene mucho dinero y ella siempre me hizo saber sin tapujos cuántas ganas me tenía.
Río con el recuerdo.
+ Yo no tenía un duro para nada, mucho menos para pagar aquel restaurante.
Todo mi dinero lo usé en poder ingresar a Alex.
+ ¡Pero es que a mi me compras por la tripa, ¿sabes?!
Me excuso.
- Me estoy imaginando lo peor.
Advierte nerviosa.
+ Pues hemos pedido de todo, y estaba delicioso.
Confieso.
+ Al acabar el postre le he dicho que iba a por el coche, así ella no tendría que andar con esos tacones de miedo ni pasar frío mientras caminábamos.
- ¿Y?
+ Pues o sigue en aquel restaurante esperándome.
Río travieso y algo arrepentido.
+ O ha tenido que pagar ella la cuenta y apañarse para volver a su casa.
- Eres un capullo.
Carcajea.
+ Si que lo soy.
Le doy la razón.
+ Con ella lo fui.
Admito.
+ Pero es que era súper pesada.
Me excuso.
- A ver si me vas a hacer lo mismo a mí.
+ Sí hombre, pero aquí no merece la pena. Cuando vayamos a un sitio de esos pijos que te cobran trescientos euros por un trocito de carne que no le quita el hambre ni a un bebé.
Sus carcajadas me dan la vida.
- Estas loco, Martín...