Capítulo 116

95 12 4
                                    

Decido hablar. Necesito desahogarme.

- Tuvimos una charla en la que me pedía que le quiera. En que me aseguraba que sus sentimientos por mi son de verdad. En que me decía que me respetaba tanto que no me follaba, solo me hacía el amor.

Sollozo cargada de rabia.

M: Un poco cursi, pero a veces cuando los tíos nos pillamos somos así de idiotas.

Le defiende.

- He ido a verle esta mañana y le he encontrado desnudo, cubriéndose con una toalla y una tronca más guapa que la mismísima afrodita con su sudadera me ha abierto la puerta.

No puedo evitar que mis ojos se inunden recordando la imagen.

- Esta mañana ha tenido los huevos de pedirme que le quiera, Melen.

Lloriqueo.

- Me ha dejado más cachonda que la primera vez que lo hicimos tú y yo...

M: Exageras.

Ríe recordando nuestra primera vez juntos, tirando del humor para levantarme el ánimo.

- Puede.

Admito traviesa. Aquella noche parecíamos dos adolescentes borrachos y desesperados.

- Pero me he quedado a dos velas, con un calentón que flipas, y el cabrón va y se desfoga con otra.

Me quejo llorica.

M: Yo también puedo ayudarte.

Le miro arqueando una ceja.

M: Pero sólo si es lo que realmente quieres.

No me lo pienso ni un segundo y ataco sus labios con ansias. Le beso con agresividad, con fuerza y con muchísimas ganas. Melendi no tarda en seguirme el ritmo, y a los pocos minutos la ropa empieza a estorbarnos. Conocemos nuestros cuerpos a la perfección, por lo que no hay errores en nuestros movimientos. Me deshago de mi jersey y el hace lo propio con el suyo. Al poco rato me coloco a horcajadas sobre su cuerpo y sus manos juguetean encantadas con mis pechos. El bulto de sus pantalones pide a gritos ser liberado, por lo que me deshago de ellos para proporcionarle el espacio que tanto necesita. Con besos apasionados nos cambia de posición, tumbándome en el sofá para quedar sobre mí.

M: Abre.

Sin separar sus labios de los míos me pide que separe las piernas para colar sus dedos en mi interior.

- ¡Ay!

Me quejo adolorida cuando introduce tres de ellos.

- Quita.

Le pido y al instante sus dedos están fuera.

M: ¿Te he hecho daño?

Se preocupa.

- No.

Contesto.

- "Me lo he hecho yo"

Tan solo lo pienso, recordando la fuerza que he usado para masturbarme hace unas horas pensando en Martín.

- Es que creo que tengo una herida.

Me excuso ruborizada y enfadada conmigo misma. Y es que encima me he dejado sin echar un polvo yo solita.

Todos los secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora