Capitulo 50

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Me despierto con un dolor de cabeza tal que me hace dudar si es que me atropelló un tren. Corro al baño a vomitar y abocada al váter recuerdo que ayer bebí. Mucho.

- Nunca más.

Prometo mirándome asqueada al espejo y secándome la cara tras enjuagarme la boca. Bajo a la cocina a por una pastilla y me encuentro a Melendi dormido en mi sofá.

- Melen.

Le sacudo sin fuerza.

- Melen, tío,  ¿qué haces aquí?

Me mira adormilado y se incorpora de inmediato.

M: He venido porque me lo has suplicado.

- ¿Yo?

Me enseña su móvil con los mensajes que le mandé anoche. Doy pena.

M: He tenido suerte de que me abrieras la puerta.

Parece algo molesto.

M: Estabas borracha y dormida en el sofá.

Me cuenta.

M: Tenías cara de haber llorado, pero no logré que me contases nada. Volviste a caer rendida y te subí a tu habitación.

- No me acuerdo de nada.

Confieso.

- ¿Te he jodido la noche?

Pregunto avergonzada. Si la respuesta es afirmativa no quiero saberlo.

M: Pues sí, Malú, sí.

- Lo siento.

Estoy verdaderamente arrepentida.

- ¿Me odias?

M: No.

Suspira y se levanta.

M: Me voy a casa.

- Espera, Melen.

Le freno.

- Déjame prepararte café, e invitarte a desayunar, así te recompenso.

M: He dejado a una rubia esculpida por los dioses griegos porque me has pedido que venga y te he encontrado dormida. ¿De verdad te crees que un café va a solucionarlo?

Rompo en una carcajada que solo agudiza mi dolor de cabeza al ver su gesto.

- Si que me odias.

Contesto sola a mi pregunta.

- Y me lo merezco.

M: Eso no vamos a negarlo.

Me abraza risueño. Creo que José y Melendi son los únicos hombres que pueden presumir de mi dependencia. Yo es que no puedo vivir sin ellos.

M: Pero ya me la voy a cobrar.

Me aprieta con fuerza gracioso.

M: ¿Qué pasó anoche?

Se sienta en la banqueta apoyando sus brazos en la encimera. He conseguido convencerle de que un desayuno es lo menos que puedo hacer por el.

- No sé.

Prometo buscando recuerdos en mi memoria.

- Portu y José se fueron del bar.

Encuentro algunos extractos del día de ayer en mi cabeza.

- Martín y yo nos quedamos.

Le cuento algo confundida.

- Nos la estábamos pasando bien. Muy bien.

Remarco.

- Y vinimos a tomar la última copa a casa.

Suelto la taza que tenía en mis manos dejándola caer y romperse en mil pedazos sobre el suelo. Ya recuerdo lo que pasó.

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