Narra Mateo
+ Tu no tienes que hablar.
Estamos tan cerquita que un murmuro es suficiente para que me oiga.
+ Solo escucha lo que tengo que decir.
Le pido atrapando su carita entre mis manos. Cierra los ojos resignada al sentir el tacto y una lágrima atrevida rueda por su mejilla. Apoyo mi frente en la suya y sigo hablándole bajito.
+ Sé que te he hecho pasar un día horrible, y me siento fatal por ello.
Prometo.
+ Pero nada es lo que piensas.
Asevero.
+ La chica que viste en mi casa es Malena.
Comienzo a explicarle.
+ Vive en el piso del lado. Estuvo con Eva cuando Alex dejó el hospital y nos ha acompañado a los dos todo lo que ha podido desde entonces.
Siempre le estaré agradecido.
+ Anoche estuvo hasta tarde con nosotros y esta mañana se ha pedido churros para desayunar en la cama, pero eran demasiados y ha venido a comerlos conmigo en casa.
Le cuento detalladamente.
+ No se ha molestado en vestirse, porque solo estamos a una puerta de distancia y no contaba con toparse con nadie.
Me escucha atenta, sin gesticular.
+ No he dejado de hablarle de ti y de lo loco que me tienes.
Intuyo una sonrisa que ella intenta ocultar.
+ Pero soy un poco torpe y me he tirado el café encima. He ido a ducharme cuando tú apareciste.
Abre sus preciosos ojos color chocolate y me mira intensamente.
+ Abandoné Madrid hace demasiado tiempo y la verdad es que no conservo aquí muchos amigos.
Confieso.
+ Desde que volví de Miami con Eva he estado muy solo, y cuando Malena se mudó a nuestra planta la conocí de casualidad, pero se convirtió en mi amiga.
Aseguro.
+ Jamás podría verla con otros ojos.
- Es muy guapa.
Me rebate el argumento con carita indefensa.
- Muy.
Insiste. Y algo en su voz me hace sentirla incierta en su imagen.
+ Pero ella no es tú.
Me mira insegura. Apuesto a que se debate en si creerme o echarme a la calle como a la peor basura.
+ ¿Puedo besarte?
Rozo sus labios esperando un permiso que no llega, pero tampoco se aparta. Un beso suave es el encargado de insistir y aunque no responde a él, tampoco lo rompe, por lo que soy yo el que lo intensifico, al principio con timidez, incrementando el ritmo, atrapando sus labios con más fuerza, y luego colándome en su boca, haciendo bailar su lengua aterciopelada con la mía, hasta que por fin consigo que se entregue a mí, que sus labios busquen los míos, que su aliento y el mío se confundan, que sus manos envuelvan mi nuca, evitando que me aleje.