El regreso de la golondrina

76: Ataque y matanza (II)

Sun-shi nunca había visto una escena tan aterradora en su vida. Después de un momento de aturdimiento, un tono estridente y áspero salió de su garganta. Golpeó las paredes del carruaje presa del pánico.

—¡Detén el carruaje, detén el carruaje! ¡Quiero ver qué está pasando!

Qin Yining rápidamente detuvo a su madre.

—Está bien, está bien. No entres en pánico, madre. Veamos qué está pasando. ¡Podremos discutir todo con mi padre más claramente después de que veamos lo que está pasando! ¡Madre, debes mantener la calma!

—Sí, señora. La cuarta señorita tiene razón. Realmente necesitamos mantener la calma en esta situación. —La frente de Jin-mama estaba cubierta de sudor frío.

La cara de Bingtang estaba blanca mientras se quejaba con los dientes apretados.

—¡¿Qué está haciendo ese emperador inútil ahora?!

El carruaje se acercó al bullicio mientras todas levantaban las cortinas para echar un vistazo. Las cosas habían alarmado a los peatones cercanos y a los sirvientes de las mansiones vecinas. Mucha gente se había acercado, algunos para el espectáculo y otros con justa indignación. El murmullo de la discusión aumentó rápidamente, ya que todos estaban desconcertados del por qué la mansión duque de Ding había caído en estos apuros después de celebrar el funeral de Sun Yu.

Cuando Qin Yining vio que había mucha gente alrededor, ella y Jin-mama ayudaron a Sun-shi a bajar. El cuarteto se envolvió con fuerza en capas y sombreros con velo, observando discretamente desde el fondo de la multitud. Las puertas abiertas de la mansión se habían cerrado de golpe, y los soldados colocaron sellos de papel sobre las puertas. Los dueños de la mansión habían sido expulsados ​​de su casa y ahora estaban parados en filas como burros atados.

La duquesa, la tía mayor, la segunda tía y otras nueras estaban atadas juntas. Todas intentaban apoyar a las dos mujeres embarazadas del medio. La que tenía la barriga más grande, y estaba a pocos días de dar a luz, era la quinta prima política de Qin Yining, mientras la que tenía un bulto medio era su octava prima política. A pesar de que tenían gente que las apoyaba, todavía no se veían muy bien. Sus quinto y octavo primos, una fila por delante de ellas, se volteaban constantemente para preguntarles cómo estaban.

Cuando los soldados vieron esto, miraron hacia el hombre de mediana edad que vestía la capa de pelaje negro y terciopelo. Sus labios se curvaron en una orden silenciosa. Los soldados entendieron y retrocedieron, haciendo que sus vainas se estrellaran contra su quinto primo y su octavo primo unas cuantas veces, rompiendo la piel de sus cabezas y en algunos lugares de sus rostros. La sangre fresca corría por sus mejillas mientras se balanceaban sobre sus pies.

—¡Esto es una incursión! ¡¿Quién les dejó hablar?!

—¡Ah! ¡No los golpees! —Las mujeres gritaron frenéticamente.

—¡No toques a mis nietos! —El duque rugió en voz alta, lanzándose hacia adelante para golpear a los soldados a un lado. Aunque tenía las manos atadas a la espalda, era indomable como una montaña y se ponía de lleno frente a sus hijos. El tío mayor y el segundo tío también patearon y cargaron enojados, haciendo que los soldados cayeran al suelo. La multitud también comenzó a inquietarse mientras señalaban y criticaban lo que estaba pasando.

—¿Golpearlos? ¡Fue un toque ligero!

—¡Cao Bingzhong! ¿Cómo te atreves a imponer un castigo privado?

¡Así que el líder de los soldados era el ex gran preceptor Cao!

—¡El emperador me ha encomendado esta tarea para que haga lo que crea conveniente! Si no puede aceptarlo, ¡entonces puede ir a quejarse ante su majestad en persona! Pero primero, tendrás que poder verlo. —El viejo funcionario Cao se rió suavemente—. ¿No que eras tan capaz? Entonces, ¿por qué están todos colgados como pollos para el matadero?