C80 - Mala idea

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Sebastian no se equivocó cuando le dijo a Yaiza que el restaurante le encantaría. No sólo la comida le pareció magnífica, sino que el decorado y ambiente del local le parecía de lo más acogedor. Aprovecharon que Sebastian conocía al dueño del restaurante para poder disfrutar de una velada en solitario en la parte privada del local, y aun así el piloto tuvo que destinar un poco de su tiempo a hacerse fotos con la familia del dueño, el cual pidió disculpas tantas veces como Sebastian le respondió que no pasaba nada.

La chica mientras tanto observaba desde la mesa, y pese a que los compromisos de Sebastian con su fama le retenían alejado de ella durante minutos, Yaiza apenas le daba importancia. Estaba allí con él, y aunque les separasen unos metros, mesas y personas, se sentía a su lado en cada momento.

Cuando la familia del dueño se fue a la zona interna una vez satisfecha, Sebastian volvió a la mesa con Yaiza resoplando entre risas. El amigo de Sebastian apareció de nuevo para recomendarles algo del menú, y ninguno de los dos puso pegas a dejarse llevar por lo que el dueño pensaba que les gustaría más. Dio en el clavo, y el primer plato apenas duró sobre la mesa, y lo mismo pasó con el segundo y el postre. Comieron demasiado, y eso les impidió marcharse del restaurante nada más terminar de comer. Hicieron tiempo hasta que sus piernas se viesen con fuerzas para andar, y una vez hubieron recuperado todo el poder de sus extremidades, se marcharon del restaurante.

Yaiza resopló en la calle al recordar el camino que le quedaba de vuelta al hotel, y pese a que en la ida no se le hizo muy pesado, ahora a la vuelta le parecía una eternidad. Sebastian rió por lo bajo al verla mientras ella asumía que sus tacones iban a torturarla durante un largo camino. Sintió hasta frío de pensarlo, pero se olvidó de ello cuando Sebastian pasó su brazo por su hombro para acogerla. Ella pasó el suyo por su espalda, y se agarró al otro lado de su cintura para sentir su calor de camino al hotel.

- ¿Trabajarás este parón?-empezó él la conversación.

- No tengo ni idea, ni siquiera he hablado con Sandra. ¿Tú?-el chico asintió con desgana.

- Ya sabes que la siguiente es en casa -entrecomilló la palabra- así que tenemos que estar Dani y yo a todo para la promoción.

- Como si hiciese falta promocionarlo.-él rió.

- No depende de nosotros, ya lo sabes...

- A lo mejor ganas ¿Te imaginas? En casa de Red Bull...-lo decía con un tono fantasioso, y Sebastian sonreía.

- Sería genial, pero lo dudo mucho.

- No seas aguafiestas.

- No es ser aguafiestas, es ser realista. A lo máximo que aspiro es el tercer puesto...-Yaiza le pellizcó.

- Mira que eres ¿Eh?

- ¿Yo? –reía- Pero si eres tú la que te empeñas en querer que gane, y ni siquiera soy tu piloto favorito.-Yaiza le puso cara de pena.- Esa cara la debería poner yo.

- Cállate, Jenson no va a ganar, así que...-guardaron un breve silencio en el que ambos pensaron en Lewis.- Ay, leches, que quiero que ganes tú y punto.-se abrazó más a él, y Sebastian sonrió antes de darle un beso en la sien.

Siguieron el camino hacia el hotel, y pese a que el apoyo en Sebastian le ayudaba a caminar mejor, sus pies cada vez aguantaban menos el sufrir sobre sus tacones. Llegaron a la calle del hotel, y fue como si ella ya estuviese tumbada en su cama. La sensación de ver que les quedaba poco para llegar le sirvió para aligerar el paso pese al dolor que eso pudiese causarle.

Entraron al hotel, y la chica sintió un escalofrío por el contraste de temperatura que sintió su piel al abandonar la fría calle para adentrarse en el cálido edificio. Sebastian, que tenía su mano en su hombro, la bajó a su brazo y lo recorrió con suavidad unas cuantas veces para darla más calor. Se dirigían al ascensor, pero los pies de Yaiza frenaron en seco, y pese a que Sebastian miró rápidamente a sus zapatos en busca del motivo del frenazo, el paró lo provocó otra cosa. Yaiza miraba a los sofás, y allí estaba Nicole, aparentemente esperando. Yaiza sintió que el deber la llamaba, y aun así sus pies estaban tan petrificados que ni se movían del azulejo en el que estaban. Miró a Sebastian.

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