C31 - Hanna

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No sabía cuánto tiempo llevaba llamando a la puerta, pero sentía que estaba a punto de tirarla si Kimi no la abría en menos de diez segundos. El personal que trabajaba para Sebastian se asomaba por el final del pasillo para ver qué pasaba, y cuchicheaban por lo bajo lo que le podría pasar al amigo del alemán para que este no abriese. Tardó más de diez segundos en hacerlo tras el último aporreamiento. Sebastian le miraba desde el otro lado con cara de pocos amigos.

- ¿Llamabas?-dijo el finlandés con voz dormida.

- No.-usó la ironía para amenazar.

- Perdón, estaba durmiendo.

- Nooo...-volvió a valerse de la ironía y Kimi le hizo una mueca para que le dejase en paz.

- ¿Qué coño quieres? Son las...-se giró en busca de un reloj.

- Doce de la mañana.

- Joder, está amaneciendo.-el alemán se enrabietaba.- Vale, vale, qué pasa.

- ¿Vas a dormir todo el día o nos vamos a hacer algo?-Kimi se restregaba los ojos oyéndole, parando en seco para juzgarle con su mirada.

- ¿Me lo dice el que ayer no quiso salir de casa porque estaba demasiado deprimido?

- Vete a la mierda.-se giró para irse por el pasillo, y Kimi cerró la puerta tras él para vestirse. Al rato llegó a la cocina y su amigo estaba cogiendo las cosas con las que se iba a ir por la puerta.

- ¿No me dejas ni desayunar?

- ¡Son las doce!-le gritó desde la puerta de la cocina.

- ¡Pues tomar un tentempié!-no se iba a quedar a escucharle, y decidió salir de la habitación y de paso de su casa.

No quería conducir, pues esa mañana se sentía alejado de las cosas con motor. Le pidió a su chófer que le acercase al centro de la ciudad, y una vez allí se puso a andar por las calles. No hacía caso a nada ni a nadie, y pese a ello sentía la mirada de toda la población clavada en él. En momentos como esos odiaba ser el mayor representante en la actualidad de su país en el deporte mundial. Consiguió callejear hasta llegar a un local que conocía desde hacía años, y entró por la puerta siendo recibido con gritos de emoción por el camarero. Era un hombre que se podía definir como muy alemán, y salió de la barra a abrazar a Sebastian, que aguantaba la respiración para no morir aplastado. Le invitó a pasar a la zona que se mantenía aún cerrada y le invitó a una copa de vino y un plato de comida. El camarero entendió, por la experiencia que mantenía respecto a Sebastian, que el chico quería estar solo, y cerró el salón en el que se había sentado y le dejó la botella de vino al lado junto al plato marca de la casa lleno de delicias de la tierra.

Llenó su copa más de una vez, pero se sentía igual de consciente que antes de la primera. Notaba que su móvil se movía en su bolsillo, y cuando lo miro vio que Kimi le llamaba, y que la barra de notificaciones mostraba que tenía otras tres llamadas perdidas de su amigo. Decidió ignorarle y guardó de nuevo el celular. Se apoyó sobre la mesa en la que estaba con los codos y llevó su cara a sus manos, y empezó a masajearla para despertarse, aunque llevaba horas levantado.

Miraba su copa y estaba medio vacía, así que decidió volver a llenarla hasta arriba a la vez que sacaba de nuevo el móvil. Borró las llamadas perdidas y entró en Whatsapp, y allí abrió la conversación de Yaiza esperando que la chica sintiese deseos de escribirle justo en ese instante. Nunca habían hablado por teléfono, ni siquiera escribiéndose. Aún se recordaba con ella andando junto al resto y armándose de valor para intercambiar sus números de teléfono. Algo que llegó demasiado tarde a su juicio y más recordando que Lewis se le había adelantado hasta en eso. Aun así esperaba y esperaba un mensaje de la chica que nunca llegaría, pues la última conexión marcaba más de diez horas atrás, por lo que dejó pasar su deseo con un trago de vino. Resopló tras ingerirlo y se preguntó cómo era posible que sintiese tantas cosas hacia ella si, como bien le había dicho Kimi, apenas habían hablado y mucho menos de algo que diese pie a sentimientos como esos. La conocía desde hacía más de un mes, y aun así las veces que habían conversado se resumían en menos de una semana. Todo le parecía surrealista, y a la vez encontraba mil razones para sentir lo que sentía. Se acordaba de su sonrisa, de su timidez y de su forma de hablarle. De cómo le miraba, y de cómo se coló en esa fiesta sólo para conseguir su sueño. La recordaba llorando, y se sentía un ser rastrero por si era él el motivo de su llanto. La recordaba bailando con Nico, y besándole a continuación, y sólo esa escena en su cabeza era suficiente para comprender que sí la quería. Por imposible que pudiese ser.

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