C73 - Huida

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El hecho de que Yaiza estuviese dormida cuando ella llegó al cuarto le supuso una alegría dentro de lo que su cuerpo podría ofrecerle en ese momento. Se metió en la cama de un impulso, y sólo cuando estuvo tumbada en ella mirando al techo se puso a pensar en lo que había pasado desde que dejó la popa y llegó al dormitorio.

Se llevó las manos a la sien y empezó a masajear su cabeza para intentar parar el mareo que le había producido la velocidad a la que había corrido. Sentía que su corazón no disminuía el ritmo de sus pulsaciones, y aunque el temor que la hizo escapar de allí parecía haberse ido, el resto de pensamientos querían dormir con ella. Tenía los ojos abiertos, mirando la oscuridad plena de su cuarto en el que se sentía a salvo sabiendo que Yaiza dormía bajo ella. La oyó moverse, cambiando de postura, y respiró tranquila al no sentirse sola.

No pestañeaba, no quería perder la conexión con el techo pese a ni siquiera distinguirlo. Por un momento el miedo la poseyó y empezó a pensar en que no sabía a qué altura estaba aquella cama respecto al techo, ni si podría sentarse sobre la cama sin darse con él en la cabeza. Se sintió agobiada, con presión en todo el cuerpo, y decidió no mover siquiera un dedo por miedo a sentirse aplastada por las paredes. Ahora ni siquiera la presencia de Yaiza la tranquilizaba, al contrario: el sentir que su amiga contaba con pleno conocimiento sobre la distancia entre su colchón y la cama de arriba la daba una envidia terrible hasta llegar a tal punto que sentía ganas de llorar.

Seguía masajeando su sien. Estaba completamente borracha, y no entendía cómo semejantes locuras pasaban por su cabeza sin ser capaces de llevarse el recuerdo de lo que había sucedido hacía apenas unos minutos. Alzó la mano, con el brazo completamente en vertical. Buscó el techo, se estiró un poco, agobiándose al no encontrarlo, y tranquilizándose a la vez al saber que el aire correría a su lado con mayor facilidad.

Volvió a apoyar sus manos en toda su frente, y se mordía el labio mientras negaba por lo que acababa de pasar. No entendía nada. Por más que intentaba darle una explicación, sólo llegaba a la conclusión de que había hecho lo que su cuerpo la había pedido en ese momento. Se recordaba hablando con él, claramente borracha pese a sus intenciones de negárselo, y se recordaba completamente indefensa ante su mirada penetrante y su silencio. Un estado de debilidad que desde el primer momento sintió que compartía con él, y al que no sabía si él encontraba significado alguno.

Repetía su imagen una y otra vez en su mente, y se mordía los labios cada vez que Kimi la besaba en su recuerdo. Seguía negando, con los ojos cerrados, como si su cabeza fuese capaz de proyectar las imágenes como una película en plena oscuridad. Volvió a elevar la mano para asegurarse de que el techo no bajaba hacia ella, y empezó a agobiarse más pese a que la pared seguía en su sitio.

Sentía que se estaba volviendo completamente loca, y con el paso de las horas una voz le decía que se tranquilizase, que todo era causa del alcohol, que todo pasaría cuando saliese la luz del sol. Pero llegaron las ocho de la mañana, y en el cuarto entraba una leve claridad que traspasaba la parte baja de la puerta, y ella seguía sintiendo una presión sobre el pecho que le hacía repetir aquella imagen una y otra vez en su mente. Y seguía mordiéndose el labio cada vez que él la besaba, impidiéndole así el paso en una realidad que no le permitía cambiar el pasado.

A las diez y media, Yaiza se movió más de la cuenta en la cama de abajo, y Sandra sintió que su amiga se sentaba sobre el colchón ya despierta. Volvió a envidiarla, y su extremo cansancio volvía a debilitarla hasta tal punto que se le aguaban los ojos pensando en que su amiga había podido dormir y ella no.

Tenía completamente asumido que había estado toda la noche mirando al techo, y sin embargo durmió a intervalos de media hora que no le sirvieron para nada, pues su propio recuerdo se encargaba de despertarla cada treinta minutos para volver a ahogarla. Yaiza abrió la puerta, sin mirar a una Sandra que se mordía el labio inferior y apretaba sus párpados para fingir que dormía. Su pecho subía y bajaba a gran velocidad, queriendo no ser descubierta, y cuando Yaiza salió por la puerta, cerrándola a su paso, Sandra se acomodó sobre la cama de un impulso, como si hubiese estado retenida con la espalda pegada al colchón durante toda la noche. Se tapó la cara con las manos mientras intentaba respirar con velocidad. Terminó retirándolas y apoyándolas sobre el colchón para darle mejor paso al oxígeno para llegar a sus pulmones, y se agarró a la sábana para evitar caerse de la cama por el nuevo mareo.

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