C163 - Prioridades

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Todo se desvanecía a su alrededor, y nunca antes se había desinteresado tanto por ser o no visto en ese estado. Seguía de rodillas en el suelo, incapaz de ponerse en pie, negándose de forma rotunda a intentar salir de ese bucle en el que había entrado de autotortura. Descargaba el peso de su cuerpo sobre sus piernas dobladas, apoyándose todavía con las manos en sus muslos para buscar el equilibrio que le permitiese seguir odiándose.

Aún buscaba entender entre odio y maldiciones lo que acababa de pasar, sin conseguir llegar más allá de lo que su cerebro le mandaba como flashes. Se recordaba bebiendo la primera cerveza, y también la segunda, pero entre conversaciones y anécdotas ni siquiera era consciente de cuántas llegaron después. Tampoco conseguía traer de vuelta a su cabeza la conversación que hubiese provocado lo que acabó sucediendo, pero nada le parecía suficientemente poderoso como para haberle dejado tan débil.

Y sin embargo todo había sucedido como él no quería reconocer. Había seguido bebiendo, pese a haber prometido que no, y aunque no se había sentido realmente borracho, ni en un momento ni en otro, no había sido capaz de usar el cerebro de forma coherente.

Cada vez que el rostro de Yaiza llegaba a su cabeza sus ojos decidían desahogarse a base de llanto. Se mordía el labio con rabia y fruncía el ceño suplicándole a su cuerpo no hacerlo, negándose a aceptar que todo había pasado y buscando mantener una mísera esperanza de que lo sucedido formaba parte de una invención de su subconsciente.

Pero veía la última parte tan nítida que era incapaz de controlarlo. Era algo por lo que también se maldecía, viendo como una tortura en parte más que merecida el no recordar más allá de lo que la chica le había dicho. Su gesto seguía grabado en su retina, su llanto, su decepción, al igual que su rabia, su odio. Todo el desprecio que Yaiza pudiese sentir hacia él tras lo ocurrido lo tenía clavado en el corazón, y él mismo apretaba ese dolor con tal de hacerse saber lo mucho que lo merecía.

No tenía esperanzas. Ni una y de ningún tipo. Sabía que ese era el final, y que él mismo se había encargado de provocarlo ya no sólo con su último error, sino con otros tantos que le habían llevado a ello.

No comprendía cómo se había podido dejar llevar, ni para hacer lo que hizo ni para encontrarse en un estado ebrio que le perdió por completo. Llevaba con la cabeza en otra parte todo el fin de semana, centrado en sus mil maneras de estropear las cosas con la chica que acababa de perder. Se dejaba llevar por todo lo que surgiese, incapaz como siempre de negarse a hacer algo que no quisiese, aunque no fuese siquiera consciente de ello. Había empezado a beber porque sí, porque era algo normal y que no veía que pudiese llegar a más, pero sin embargo lo hizo, y ahora que el alcohol empezaba a dejarle analizar las cosas se torturaba cada vez más. Y pensaba que nada podía empeorar su estado más que el recuerdo de Yaiza, pero el oír su propio nombre procedente de una voz llorosa a su espalda le hizo verlo con unos ojos aún más devastados.

Giró su rostro ligeramente para dar con Sandra. Estaba tan temblorosa como había estado Yaiza, aunque su gesto gritaba otras muchas cosas. Compartían el odio hacia lo ocurrido, al igual que la decepción, y si se miraba más de cerca hasta compartían el resto de sensaciones. Sandra se odiaba tanto como Yaiza la había hecho saber. Al igual que el chico que yacía de rodillas, era incapaz de comprender cómo había llegado hasta tal punto de descontrol como para hacer lo que hizo. Miraba al chico sin saber qué decirle, y él hacía lo mismo. Sebastian recuperó el gesto hacia el frente para no observarla más, y negó comprobando que todo lo que sentía podía aún triplicarse.

Había mucha más gente afectada por todo aquello, y egoístamente había tardado en darse cuenta. No sólo Sandra estaba devastada a su espalda, sino que contaba con que tarde o temprano otro más acabaría con todo. Se vio tan débil que fue incapaz de pensar en ello más tiempo, pero Sandra contaba con tanta fuerza mental en ese instante que sólo podía pensar en lo que había hecho de forma detallada y concisa. Miraba con pena y lástima al chico de suelo, acaparando ella toda la culpa que veía posible mientras él hacía lo propio desde abajo. Se veían el culpable de que la otra persona lo hubiese perdido todo, y nadie era capaz de encontrar una posible solución al menos para salir de ese trance.

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