C38 - Lamento generalizado

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- ¿Entonces no nos vemos hasta Barcelona?-Lewis cogía a Yaiza por la cintura en el aeropuerto, haciéndola reír al comprobar que le preguntaba lo mismo de nuevo.

- Exacto.

- ¿De verdad?

- Lewis.-se giró a él, pero él no separó las manos de su cuerpo.- Por más que lo preguntes no va a cambiar la cosa.

- Por intentarlo...-la dio un beso, y ella se contagió de su estado.- Llámame cuando llegues.

- Vale, papá.-Lewis la empujó un poco, alejándola de él mientras ella reía. Decidieron no volver a juntarse y ella fue andando marcha atrás hacia el control de seguridad que le daba acceso a las zonas de embarque. Movió la mano con dulzura, despidiéndose de él, y Lewis repitió el gesto viéndola marchar. Pasó el control sin muchos problemas, y luego fue en busca de su puerta para esperar a subir al avión.

La espera se hizo larga, y ella se cansaba de esperar pues le temblaban las piernas por los nervios que le causaba volar sola. Entró a la media hora al avión, y se sentó en su sitio. No era primera clase, pero el avión era tan inmenso y tan diferente a lo que acostumbraba que su asiento en clase turista le parecía ya algo sobrenatural. No tuvo compañía durante el vuelo, y a las pocas horas se despertó en el aeropuerto de Forli. Allí, como le habían comunicado, habría un coche esperándola. Lo encontró de forma veloz una vez hubo esperado a coger su maleta, que llegaba intacta. Era negro y tenía el logo de la FIA en una puerta. Se sintió ridícula yendo hacia él, pero nadie parecía observarla, así que se plantó allí sin problemas. El chico que conducía salió a saludarla y a guardar sus maletas, y ella le dio las gracias mientras tomaba asiento.

Al rato estaba en su hotel, contemplando su habitación, que al lado de la de Lewis dejaba mucho que desear a su parecer. Resopló entre risas y se sentó en la cama a descansar. Sin poder remediarlo se quedó dormida y no despertó hasta la hora de comer. Se puso algo más alejado de la comodidad que buscaba en el avión y bajó al buffet con unos vaqueros oscuros y una camiseta de tirantes blanca.

Se sentía extraña comiendo sola, pues no recordaba haberlo hecho en las últimas semanas, pero aprovechó para darse todo el tiempo del mundo hasta que recibió una llamada que la hizo sonreír.

- ¡Kimi!-le contestó.

- Estoy ya en Ímola.

- Y yo.

- Lo sé, por eso te llamo-rió ante la obviedad de su información y se centró para escuchar a Kimi.- ¿Nos vemos?

- Qué alegría me da que me lo pidas.-se emocionaba de verdad.

- Como te pongas así te cuelgo y te d—

- Vale, vale.-reía.- Em... No conozco nada de este sitio, así que di tú.

- Bar Solano.

- Kimi, que no sé moverme por aquí.

- Que se lo digas al taxista, tonta.-ella rió al oír el insulto.

- ¿Sabrá llevarme?

- Es taxista.

- Pero ¿Tan conocido es el bar?

- Sí, joder, sí. Te espero allí en...

- Dos horas.

- ¿Tantas? ¿Pero cuánto tardas en coger un taxi?

- Poco, pero tardo más en arreglarme.

- Yai, sé que me deseas pero por mucho que te arregles no voy a enamorarme de ti.

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