Garantías

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  Estaba muy triste, odiaba la mentira y se pasaba sus días representando una. Hermione se encaminó junto a Harry y Ron a la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas. Suspiró, estaba triste y encima no podía contárselo a nadie porque su tristeza provenía de su relación con Draco Malfoy.

  Su historia con Draco era muy enrevesada. Él fue la primera persona que conoció perteneciente al mundo mágico. Cuando Albus Dumbledore llegó a su casa para informarles a ella y a sus padres de que era una bruja, se emocionó tanto que al día siguiente ya estaba en el Callejón Diagon comprando todos los libros que podía. Y fue en una de sus excursiones a visitar el Callejón Diagon cuando se encontró con Draco. Él se había separado de su madre mientras ella entraba a por una túnica a Madam Malkin y ambos chocaron dentro de la librería.
  —¡Perdón! —exclamó Hermione.
  —Da igual —ambos se observaron y hubo algo en su mirada que a ella le pareció fascinante. El chico observó que ella llevaba un libro que le resultaba familiar —. ¿Historia de Hogwarts? Eres de primer año —afirmó.
  —Sí, tengo muchas ganas de entrar.
  —Yo también soy de primer año —ambos se sonrieron.
  —Bueno, en ese caso te veré en el tren —murmuró Hermione.
  —Claro... —él hizo un gesto con la cabeza pidiendo su nombre.
  —Hermione —se apresuró a presentarse ella.
  —Encantado, Draco Malfoy —extendió la mano y ella la tomó. Se quedaron con las manos unidas y mirándose sin moverse, hipnotizados.
  —¡Draco! —se oyó una voz en la distancia que les sacó de su nube particular.
  —Lo siento, me tengo que ir. Adiós Hermione —y el chico salió corriendo.
  —Adiós Draco —susurró ella viéndole salir de la tienda, donde una mujer rubia le esperaba.

  Después de aquello no incumplieron su promesa, se volvieron a ver en el tren.
  Hermione pasaba por los vagones deseando encontrar a Draco, pero no le veía. Tampoco había ningún compartimento vacío así que decidió preguntar si podía quedarse en uno ocupado por un chico que estaba a gatas mirando bajo los asientos.
  —Disculpa, ¿puedo entrar? —preguntó. Él chico se levantó asustado y se golpeó con el asiento en la cabeza.
  —¡Au! Sí, hola, pasa —se frotó la el golpe.
  —Hola, soy Hermione Granger —se presentó.
  —Hola, yo soy Neville Longbottom —era un chico de cara redonda y pelo rubio que parecía bastante perdido.
  —¿Qué hacías a gatas? —preguntó sentándose junto a él.
  —Es que mi mascota, Trevor, se ha escapado —se lamentó.
  —¿Qué mascota es? —realmente le parecía una locura que alguien le dejase un animal a ese chico que parecía perderlo todo.
  —Un sapo —contestó inseguro.
  —Te ayudaré a buscarlo —afirmó. Una sonrisa se dibujó en el rostro de Neville.
  —¿En serio? ¡Gracias! —ambos registraron todo el compartimento pero no apareció.
  —Hagamos una cosa, vamos a mirar por el tren, yo pregunto a la gente de los compartimentos y tú vas a preguntar a la señora del carrito.
  —A mí esa mujer me da miedo... —murmuró Neville.
  —¿Qué te va a hacer, darte un pastel de calabaza? Ni que te fuese a tirar del tren —él sonrió.
  —Vale, vamos a buscar.

  Salió en busca del sapo de su nuevo amigo y fue preguntando a todo el mundo.
  —Vale, gracias igualmente —cerró la puerta y pasó al siguiente. Nadie había visto ese dichosos sapo, empezaba a dudar hasta de que Neville no se lo hubiese dejado en el andén. Llamó a la puerta y después abrió—. Hola, estoy buscando... —no pudo seguir hablando porque delante de ella estaba Draco Malfoy y de la alegría que le entró se le olvidó hasta que Trevor existía—. ¡Draco! —exclamó al verle. Él sonreía también y se apresuró a levantarse para saludarla.
  —Hola Hermione, ¿qué tal? —se dieron la mano como la vez anterior entrando en la burbuja de nuevo.
  —Bien, no te había visto subir al tren —murmuró ella.
  —Oh, he llegado un poco tarde porque estos dos idiotas han retrasado a sus padres y les hemos tenido que esperar —señaló a Crabbe y Goyle que dormían en el asiento. Ella se rió.
  —¿Quiénes son? —preguntó.
  —El de la izquierda es Gregory Goyle, el tonto número uno, y el de la derecha es Vincent Crabbe, el tonto número dos —ambos se rieron de los apelativos impuestos por Draco.
  —Tengo muchas ganas de llegar a Hogwarts, estoy deseando poder usar la varita para algo más.
  —¿Ya sabes hechizos? —preguntó asombrado.
  —Algunos, pero muy pocos. Y encima en casa no he podido practicar.
  —¿Por qué? —esa chica le maravillaba, ya era capaz de hacer hechizos. Él solo había podido hacer el lumos y el accio.
  —Porque a los menores no se nos permite hacer magia fuera de Hogwarts —recitó el manual de uso indebido de la magia que se había leído en el coche de camino a King Cross.
  —Ah ya, pero da igual —dijo él restándole importancia—, ellos no detectan quién hace la magia, solo pueden saber que se ha hecho. Pensarán que fueron tus padres —ella sonrió.
  —Bueno, no creo que eso les valga, al fin y al cabo son muggles —Draco se quedó de piedra.
  —¿Mu... Muggles? —preguntó nervioso. Su cambio de actitud asustó a Hermione que frunció el ceño.
  —Sí, ellos son muggles. ¿Pasa algo? —Draco se frotó la cara mientras vigilaba que ni Crabbe ni Goyle hubiesen oído nada. Llevaba media hora hablando con una hija de muggles y si su padre se enteraba iba a matarlo.
  —No... Sí... —suspiró y se levantó—. Hermione, tienes que irte, yo... No debería hablar contigo —ella no comprendía nada y se levantó quedando a la par que Draco.
  —¡¿Qué?! ¿Por qué?
  —Yo... Es complicado pero ahora vete, por favor —la mirada angustiada del niño que tenía delante hizo que ella también se angustiase y se marchó de allí rápidamente.
  Draco se sentó derrotado, su día acababa de estropearse considerablemente y el humor de perros que se le puso lo único que hizo fue empeorar a partir de ahí.
  Hermione salió corriendo y fue al separarse de Draco cuando recordó que estaba buscando un sapo. Entró en el primer compartimento que vio a preguntar por el animal, donde había un chico pelirrojo y uno de gafas que cambiarían el resto de su vida.

Dramione One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora