Día de oficina (parte 1)

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  Normalmente ir a trabajar, aunque sea en una oficina, suele ser aburrido. Para Hermione Granger no lo era. Pero no porque rellenar kilométricos papeles fuese entretenido, o porque se divirtiese en interminables charlas con el Ministro, no, lo que hacía que cada día en la oficina fuese una tensión constante y que lo viviese al límite era algo muy diferente.

  Con el final de la guerra se habían eliminado las últimas leyes establecidas porque evidentemente daban muchos problemas a causa de la pureza de sangre y los derechos de las criaturas. Por tanto, hasta que se terminasen de redactar las nuevas, se habían quedado las anteriores, que eran del año 1370, es decir, eran muy arcaicas. Por ello, había cosas estúpidas y absurdas, como que se prohibía el uso de coches muggles, la posesión de Demiguises o la compra-venta de pociones crecepelo. ¿Sería calvo ministro de aquel entonces? Ni idea, desde luego tonto era un rato. En fin, que entre todas esas normas había una que había cambiado la vida de Hermione en el Ministerio de Magia.

  —Artículo 85: las relaciones entre personal del Ministerio de Magia de cualquier posición, estatus y cargo quedan terminantemente prohibidas.

  Así rezaba la ley que indignó a numerosos miembros del Ministerio. Todos aquellos que estaban casados con algún compañero de trabajo tuvieron que ir a buscar a Kingsley para que redactase un permiso especial. Hermione, al principio, pensó que eso era una tontería y que no pasaba nada, aunque opinaba que la ley debía cambiar cuanto antes. Pero eso fue al principio, una semana después de esa ley entró a trabajar con ella Draco Malfoy y la cosa cambió radicalmente.

  Esa mañana se levantó con el tiempo justo para prepararse y aparecer en el ministerio. Recorrió el vestíbulo con el habitual hormigueo recorriendo su estómago mientras sus ojos le buscaban porque sabía que tarde o temprano se encontrarían. Llegó al ascensor y pulsó el botón. Mientras el aparato llegaba se giró dismiuladamente intentando encontrarle. Tan ensimisamada estaba buscando esos ojos grises que no prestaba atención.
  —Buenos días, Hermione —saludó su compañera Claire. Ella se sobresaltó.
  —¡Ah! Hola, Claire —la chica se estaba recogiendo su rubia melena en un moño.
  —¿Te he asustado? —Claire rió—. Lo siento. ¿Vienes hoy a comer con Martha y conmigo? —preguntó mientras el ascensor se detenía.
  —No puedo, tengo una reunión de trabajo con el Ministro —se excusó. Las puertas del ascensor se abrieron y dentro estaba Draco.
  —Buenos días, señoritas —saludó con una sonrisa cortés. Ambas pasaron y quedarse tan cerca de él hizo que Hermione se ahogase.
  —Buenos días, Draco —musitó.
  —Vaya, vaya Draquito, qué elegante vas. Tienes suerte de haya una ley porque si no te secuestraría —Claire le miró como si fuese a comérselo y Hermione no pudo evitar querer matarla. Comenzaron a ascender.
  —Lo siento, Claire, las normas son las normas —guiñó un ojo y Hermione apretó la mandíbula. Estúpido Malfoy y su estúpida manía de provocarle estúpidos celos. El ascensor se detuvo, se movió hacia la izquierda y paró.
  —Bueno nena, luego te veo —Claire se despidió de un beso en la mejilla—. Adiós, bombón —y guiñándole un ojo al chico salió de allí ajena a todo lo que pasaba en el ascensor. Las puertas se cerraron. No lo pensó más, se dio la vuelta y se lanzó a la boca de Draco para besarle como si fuese a desaparecer.
  —Buenos días, señorita Granger, la veo efusiva hoy —dijo con una sonrisa de medio lado entre beso y beso.
  —Cállate, Malfoy —notaron que el ascensor se detenía. Se separaron.
  No entró nadie y las puertas volvieron a cerrarse. Llegaban a un tramo largo. Draco sonrió y se pasó la lengua por el labio inferior.
  —Hoy no hay nadie —y volvió a atraparla entre sus brazos para besarla. Ella se separó.
  —Odio esa jodida ley y te odio a ti —él subió una ceja sorprendido—. Tonteas con toda la oficina —masculló molesta. Él no pudo evitar sonreír.
  —¿Estás celosa? —ella volvió a besarle y le mordió el labio—. Ah, Hermione —murmuró en un gemido. Siguieron besándose pero el ascensor volvió a disminuir la velocidad. Se separaron.
  —No... —no le gustaba sentirse así, ella no era celosa—. Es que odio que hasta Claire te vea atractivo —protestó. Las puertas se abrieron. Entró un chico de pelo castaño y gafas.
  —Buenos días, Michael —dijo la chica.
  —Buenos días, Herms —saludó con una sonrisa que ella devolvió—. Malfoy —añadió con un tono bastante más hosco.
  —Gordon —contestó Malfoy apretando un puño. Esas sonrisillas con Hermione no le gustaban un pelo.
  —¿Comes conmigo hoy, Herms? —preguntó el muchacho. Ella notó como Draco gruñía por lo bajo y eso hizo que sonriese.
  —No puedo, tengo trabajo —se disculpó. Una sonrisa triunfante surcó la cara del rubio.
  —Oh, vaya... Bueno, otro día será —Michael se veía verdaderamente afligido.
  El ascensor volvió a detenerse. Él salió.
  —Hasta luego, Michael —dijo ella deseando que saliese para poder volver a su conversación con Draco.
  —Te veo en el descanso, Herms —y con una sonrisa amable se despidió de ella. Draco le asesinaba con la mirada. Las puertas se cerraron. El exmortífago la sujetó contra el ascensor y la besó con fuerza.
  —¿Estás celoso, Malfoy? —preguntó ella con una sonrisa victoriosa separándole brevemente.
  —Sí —respondió tajantemente con una mirada penetrante que hizo que Hermione perdiese todos sus escudos. Y volvió a besarla, esta vez más calmadamente. Cuando el aire se le acabó, se separó y se quedó mirándola, solo Merlín sabía lo muchísimo que le atraía Hermione Granger, tanto que odiaba no poder vivir sin respirar para pasarse toda la vida besándola.
  —No me gusta Michael —aseguró acariciando el rubio pelo de su nuca.
  —Pero tú a él sí —el color de sus ojos se veía muy brillante en ese momento, parte por los celos, parte por lujuria. Hermione amaba ese color.
  —Tú le gustas a Claire —no podía evitar recordar el guiño y las insinuaciones de su amiga.
  —Le gustas a toda la jodida oficina, Granger —Draco sabía que las chicas estaban locas por él, pero eran más disimuladas. En cambio todos los babosos del Ministerio perseguían a su chica.
  —Y tú también. El otro día Margaret prácticamente te tocó el culo —protestó ella.
  —Nadie me mira como lo hacen contigo —se acercó peligrosamente de nuevo—. No sabes lo mucho que odio que te mire todo el mundo así —comenzó a besar su cuello y ella suspiró—. Porque para eso ya estoy yo.
  —Bueno, no estoy por la labor de romper la regla más de una vez —contestó con dificultad por los besos. Él volvió a mirarla, esta vez con su sonrisa característica.
  —Soy todo tuyo, querida —añadió. Ella ni pudo ni quiso evitar la ola de calor que invadió su corazón y realmente se habría perdido en sus besos con gusto, pero llegaron a su planta así que se limitó a mirarle con deseo contenido y a separarse para areglarse el pelo.
  El ascensor paró. Las puertas se abrieron. Draco colocó la chaqueta de Hermione y su propia camisa.
  —Lo de no llevar pintalabios es todo un acierto —afirmó Draco. Hermione recordó como había tenido que dejar de usarlo porque daba igual lo bueno que fuese, con los besos de Draco acababa toda la pintura en su cara. Se sonrojó y sonrió tímidamente.
  —Vamos —murmuró.
  —Por cierto, estás muy guapa hoy —susurró haciendo que se sonrojase más aún—. Nos vemos luego.
  Y rozando deliberadamente su mano en una suave caricia salió del ascensor y se dirigió a su despacho. Ella salió tras él y entró en el suyo.

  Entró y cerró la puerta apoyándose para recuperar el aliento. Eso era lo que hacía que cada día fuese una montaña rusa de emociones, él era el responsable de que la oficina fuese una locura. Él era una locura.

Dramione One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora