Cambio de ministro (parte 1)

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  Draco odiaba los lunes, los odiaba con el alma, y tenía una fuerte motivación para hacerlo: tener que salir de la cama antes de lo que a él le gustaría. Odiaba madrugar más de lo que odiaba los lunes y casi tanto como odiaba al exnovio de su mujer. No comprendía por qué era necesario tener que ir a trabajar a unas horas tan intempestivas, por Merlín, la mitad de los días se levantaba y ni siquiera había amanecido.

  La rara era Hermione, que no le importaba despertarse y levantarse a la hora que fuera. Eso, sin embargo, tenía una parte positiva: Hermione le despertaba siempre. Y si había algo que le gustase en la vida era su mujer y ser despertado por ella era un experiencia de lo más gratificante que, en numerosas ocasiones, solía acabar con ellos de nuevo en la cama.

  Aquel lunes, sin embargo, ninguno de los dos parecía tener muchas ganas de moverse. La noche anterior habían llegado tarde y en ese momento a ella nada le parecía mejor que permanecer en los brazos de su marido. El despertador sonó por tercera vez y Draco sacó la mano de debajo de las mantas y tanteó la mesilla en busca del infernal aparatejo. Cuando consiguió agarrarlo lo lanzó estrellándolo contra la pared de enfrente y rompiéndolo en mil pedazos.
  —Draco... —se oyó la somnolienta voz de Hermione en tono de protesta.
  —Se me ha caído —se defendió sonriendo mientras volvía a la postura que tenía antes, con la cara apoyada en la cabeza de la chica y abrazándola.
  —Sí, y un poco más y se te cae por la ventana —sacó la cabeza de entre sus brazos.
  —Tienes que dejar de usar estos cacharros del diablo para despertarnos —protestó al tener que aflojar el agarre para que ella se pudiese mover.
  —Dirás para despertarme yo, porque a usted, señor Malfoy, le despierto yo todos los días —le dio un manotazo flojito en la pierna y salió de la cama sintiendo un escalofrío al pisar el frío suelo.
  —No creo que sea bueno madrugar tanto, no puede ser saludable —refunfuñó girándose para poder observarla. Realmente su mujer era un regalo para la vista.
  —Deja de quejarte, te vas a hacer viejo antes de tiempo —advirtió ella subiendo la persiana. No era aún de día y él, sin destaparse, se sentó en la cama cruzando las piernas y continuó con su protesta por la hora, según él, infame, pero sin dejar de mirarla.
  —¿Lo ves? Nos levantamos cuando aún es de noche y, aunque no lo sepas, no somos lechuzas, Granger —ella subió la ceja al oír cómo la llamaba.
  —Yo lo único que veo es como no dejas de mirarme, ¿te gusta lo que ves? —preguntó con una sonrisa arrogante gateando por la cama hacia él.
  —¿Desde dónde ha salido esa arrogancia? —preguntó Draco sonriendo de igual manera y pegándose a ella.
  —Venía con el apellido Malfoy —le besó y él rápidamente la abrazó por la cintura.
 —Debe ser lo mejor que he hecho en mi vida —murmuró.
  —¿Ser arrogante? —preguntó ella divertida.
  —No idiota, casarme contigo —ella sonrió y le besó una vez más.
  —Vamos anda, que hemos tardado mucho tiempo en despertarnos y no quiero llegar tarde —le dio una palmadita en el brazo y salió de la cama.
  —Sinceramente yo no sé para que mandamos a Rose y a Scorp a un colegio si no puedo pasar contigo ni un minuto a solas —protestó mientras salía detrás de ella y recibía la bata que le tendía.
  —Primero, les enviamos a Hogwarts para que aprendan, no para librarnos de ellos, que son nuestros hijos —Draco hizo un gesto restándole importancia.
  —Y yo les quiero muchísimo, pero que coartan nuestra intimidad es un hecho —afirmó. No lo decía en serio, podría pasarse mil años en abstinencia si era por estar con sus hijos, pero le encantaba protestar por todo y más si era con Hermione.
  —Y segundo —continuó ella ignorándole—, pasamos juntos prácticamente todo el día, deja ya de quejarte —se paró y él se detuvo delante, Hermione le colocó los cuellos de la camisa del pijama—. Me voy a duchar ahora así que ve preparando tú el desayuno —le besó y después entró en el baño.

  Él bajó a preparar café y tostadas. Cuando el pan se estaba dorando, una lechuza picó en la ventana. Draco se acercó y la abrió, el animal dejó una carta y se fue volando. El chico la cogió y leyó su destinatario:

Hermione Granger-Malfoy

  Era para su mujer así que la dejó sobre la mesa y terminó de preparar el desayuno.
  A los quince minutos Hermione bajó vestida, se acercó a él y le besó en la mejilla antes de sentarse a la mesa.
  —¿Una carta? —la cogió y la abrió.
  —Me ha parecido ver que el sello era del Ministerio de Magia —acabó de beberse el café.
  —Sí, según esto el sábado hay una fiesta a la que estamos obligados a ir.
  —¿Una fiesta? —preguntó con hastío—. ¿Por qué?
  —Pues... No lo dice, solo pone que el Ministro me informará hoy —dobló la carta y se la metió en el bolsillo.
  Draco se levantó y besó su cabeza antes de meter las cosas en el fregadero.
  —Sincermente tengo las mismas ganas de ir a esa fiesta que de que tirarme de un puente.
  —¡Vaya! ¿Dónde está el Draco fiestero que no se perdía una? —preguntó irónica Hermione.
  —Eso mismo me pregunto yo —respondió su marido con una breve sonrisa nostálgica—. Me voy a duchar.

  Al cabo de unos veinte minutos ambos estaban preparados para irse al Ministerio.
  —¿Pero a la fiesta esa voy como tu acompañante o es que debo ir por trabajar en el Ministerio? —preguntó mientras ambos se metían en la chimenea.
  —No, no, vienes porque vamos todos los trabajadores del Ministerio, y es obligatorio, no sé qué será...
  Echaron los polvos flu y desaparecieron de su casa. Salieron en el hall del Ministerio de Magia.
  —Merlín santo... —se lamentó Draco—. Esas fiestas son el infierno —ambos recorrieron la sala hacia las oficinas.
  —Ya lo sé pero Kingsley parece muy interesado en que vayamos, lo siento —ambos se besaron—. Luego te veo, Draco.
  —Adiós, cariño.
  Y cada uno se fue hacia su departamento, que desde hacía ya unos años no era el mismo.

———————————

  A la hora de la comida Draco se levantó con la intención de ir a buscar a Hermione para comer juntos pero no había ni salido del despacho cuando ella entró corriendo.
  —¡Draco! —exclamó cerrando la puerta tras ella.
  —¿Qué pasa? —se asustó al verla tan agitada.
  —Ya sé por qué hay fiesta —le tomó de los hombros.
  —¿Y bien? —preguntó sin entender.
  —Kingsley se retira, Draco, se retira.
  —¿Se retira? —se asombró—. ¿Y quién va a ser el nuevo Ministro?
  —Draco, quieren que yo sea la nueva Ministra —él se sorprendió y no dudó ni un momento en abrazarla.
  —¡Cariño, enhorabuena! —la abrazó con fuerza.
  —¿Pero tú crees que yo puedo ser Ministra de Magia? —preguntó dudosa con la cara entre sus brazos.
  —¡Pues claro que sí! —la tomó de las mejillas—. Serás la mejor Ministra de toda la historia de este jodido ministerio. Estoy muy orgulloso de ti —la besó.
  —¿Lo dices en serio? —inquirió.
  —Claro que sí, cariño, de verdad que lo vas a hacer genial. Ahora sí que tengo ganas de ir a esa fiesta —él sonreía tan entusiasmado que Hermione también se ilusionó.
  —Gracias —le volvió a besar.
  —De verdad que estoy muy orgulloso de ti —dijo totalmente feliz por el logro de su esposa.
  —Te quiero —dijo besándole una vez más.
  —Y yo —se quedaron mirándose y él acarició su mentón andes de besar su frente.
  —Anda, vámonos a comer —dijo tirando de su mano.
  —Espera —pidió él abriendo el cajón de su mesa y sacando un paquete de cartas en blanco, ella le miró sin entender—. Tienes que contárselo a Rose y a Scorpius y a los Potter y Theo y a Luna y a todo el mundo —explicó eufórico.
  —¿En serio? —se rió ante su entusiasmo.
  —Pues claro. Todos deben saber que Hermione Granger-Malfoy va a ser la sucesora de Kingsley y que va a ser la mejor Ministra de Magia de la historia de Gran Bretaña —ella se rió y besó su mejilla.
  —Vamos anda, luego escribo todas esas cartas.
  Y con su mujer cogida a su brazo y el paquete de cartas en la otra salió de allí feliz.

Dramione One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora