17. El diario de Jimi

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— Tomaré tu llanto como un "sí, acepto"— dijo—, así que oficialmente estoy saliendo contigo.
— Está bien— dije, me limpié la cara con la manga de mi suéter.
— ¿Ya te puedo besar o qué?
—... no lo creo— realmente no sabía qué decir—, dame un poco de espacio.

Se alejó hasta el extremo opuesto de la habitación.

— Ya te di tu espacio—dijo desde ahí—, ¿Puedo besarte ahora?

Me dio mi espacio. Literalmente. Bueno, era un poco torpd pero al menos respetaba mis decisiones.

— ¿Dónde pongo a Doradito?— dije.
— Por ahí— me señaló la estufa.
— ¡De ninguna manera!— abracé la pecera.
— ¿Porqué no? Se ve bastante gordito...
— ¡No puedes comerlo! Es un regalo— dije y lo puse sobre un mueble.
— ¿Y?— dijo.
— No puedes comerte los regalos que te dan— dije.
— ¿Y si te regalan unos chocolates? ¿No los comerías?
— Eso es diferente.
— Bien... ¡Ya sé! Comeré otra cosa.
— ¿Qué?
— A ti— me sonrió.
— ¡Me voy!— salí de su habitación.
— ¡No, Jimi! ¡Quédate un rato más! ¡Podemos hacer cosas divertidas!
— ¡Te veo mañana!— le grité, me seguí de largo por la calle.

Me sentía bastante animado. No podía evitar sonreír. Por primera vez en la vida las cosas me salían bien. Pensé que le contaría a alguien si tuviera amigos. Bueno, una cosa a la vez, ya haría eso luego.

Al día siguiente me dirigí a la escuela con la frente en alto. Al diablo lo que decían de mí, no era para nada cierto. Esas cosas ya no podían afectarme. Fui escuchando música con mis audífonos. Es más, estaba tan contento que las canciones tristes no me afectaban en lo absoluto. Al llegar todo el mundo me miraba. No me importó. Esa gente mala no arruinaría mi día. Tenía a Evan y eso bastaba.

Entonces la verdad llegó a mí: ¡Tenía una relación sentimental! Entré en estado de euforia total. Todo se veía mejor. Llegué a mi salón de clases y Laura se acercó para abrazarme. Dijo algo contenta pero como tenía audífonos no escuché. Me los quité.

— ¡No lo puedo creer!— dijo—, ¡Eres muy inteligente!
— ¿Perdón?— dije, confundido.
— ¡Pasaste a las semifinales!— ella estaba muy contenta—, ¡Es asombroso!
— ¿Semifinales? ¿De qué?
— De la olimpiada nacional de Historia. ¡Eres todo un genio!
— ¿La olimpiada?— me puse a hacer memoria—, ¡Ah, sí, la olimpiada! ¿Pasé?— dije dudoso.

La observé, eso podría ser una broma, pero no, ella asintió con la cabeza

— ¡Pasé! ¡No me lo creo!— dije feliz.

Sí recordaba haberme inscrito al concurso y haber pasado una categoría, pero no era la gran cosa porque muchos otros compañeros también lo habían hecho. Luego hice otro examen, estuve al pendiente de los resultados pero como nadie me informó nada pensé que no pasé a la siguiente ronda y decidí olvidarlo.

— ¿Pero cómo es posible?— dije.
— Ayer nos informaron. Tú y otro chico de la escuela lo lograron. Sólo ustedes dos. Siempre supe que eras muy inteligente.

¡Qué bien! ¿El día podía mejorar?

— ¡Felicidades!— dijo Evan, saliendo de la nada, entrando al salón como si fuera suyo.
— Gracias— dije—, es fabuloso.
— Me siento muy orgulloso, como si fuera tu padre. Seguro que tu padre real va a llorar cuando le digas.
— Ustedes en verdad se conocen— dijo Laura, estupefacta.
— Lo salvé de una muerte segura— dijo él—. Y me ama.

Me daban ganas de golpear su perfecto rostro... pero decidí aguantármelas porque me gustaba mucho su cara.

— Se nota que son buenos amigos— dijo ella, feliz—, ya hasta bromean entre sí.
— Sí, claro...— agradecí al mundo que ella fuera una buena persona.
— Por cierto, los profesores quieren que conozcas al otro chico que también pasó de ronda. Supongo que planean que estudien juntos— dijo ella.
— ¡Qué lástima!—dijo Evan—, si supiera historia estudiaría contigo. ¿Podrás perdonarme?
— Claro— dije—, no es tu culpa no saber historia.

Decidí ir a ver al otro chico. Evan me acompañó. Se fue disculpando en todo el trayecto. Parecía como si hubiera hecho algo muy malo contra mí, cualquiera lo hubiera pensado.
Esperé en la biblioteca en donde un maestro me dijo que el chico estudiaba por las tardes. Evan quería quedarse a esperar conmigo pero se veía que se moría de sueño. Le dije que fuera por ahí a tomarse una siesta.

Esperé un buen rato hasta que alguien tocó mi hombro. Era un chico más alto que yo, tenía ojeras de no haber dormido en dos meses y cara de malhumorado.

— Disculpa— dije—, tú eres...
— Zachary Benette, 17 años, tercer semestre, futuro físico teórico y entusiasta de la historia, mucho gusto— dijo.
— Ah...— dije abrumado, me debí perder en alguna parte—, yo soy...
— James, primer semestre, 16 años, promedio escolar de excelencia académica y quiero pensar que entusiasta de la historia también.
— ¿Cómo sabes eso?— dije asustado.
— Sé cosas. Sobre todo porque quería saber si eres confiable. Lo pareces. Tienes una carita muy tierna— dijo.

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