117. El extraño diario de Zac

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Por alguna razón cuando un problema en mi vida se solucionaba aparecía otro. Dios debía odiarme mucho, lo que no me sorprendía porque yo lo odiaba mucho a él. Incluso más. Debía estarse vengando de aquella vez en la que mi proyecto para la semana de la ciencia de la primaria se llamó “Probando que dios no existe”. Además si algo había aprendido al leer la biblia era que dios era rencoroso y vengador, algo así como Taylor Swift pero sin el talento para escribir canciones.

En conclusión, todo se había vuelto un desastre.

Todo empezó cuando Jimi y Evan entraron en una fase por la que pasan todas la parejas, ya saben, esa en donde parece que no pueden controlar su líbido y sólo esperan una oportunidad para expresar su amor físicamente.
Yo entendía que Jimi amaba locamente a Evan y que éste último era todo un pervertido, pero al menos esperaba que fueran más cuidadosos.

Por suerte, Jimi no dejaba que Evan fuera más lejos con él (sólo se daban besos), lo que no era malo pero que terminó causando problemas. Como al parecer no podían controlar sus funciones corporales (me refiero al idiota de Evan), tenían escondites secretos. Evan los llamaba “Lugares para cariñitos”. Yo estaba de muy buen humor por esos días hasta que descubrí que casualmente conocía todos esos lugares, porque eran los lugares a los que yo iba cuando quería alejarme de todos en la escuela.

Cuando quería ir a leer en paz en la biblioteca, me encontré con Evan in fraganti, es decir, abrazando a Jimi. Casi le lanzo todos los libros que llevaba en ese momento pero decidí controlarme. En otra ocasión cuando quería descansar un rato en la enfermería, me encontré con Evan y Jimi en lo mismo. Casi golpeo a Evan pero decidí controlarme. Cuando iba a relajarme detrás de mi árbol favorito, nuevamente me encontré con ellos. Alrededor de una semana estuve encontrándome con Evan y Jimi en mis lugares favoritos. A ese paso iba a salirme una úlcera por tanto contener mi enojo. Así que cuando los encontré detrás del auditorio, no lo soporté más.

— ¡Qué demonios hacen aquí!— les grité mientras le lanzaba una roca a Evan en la cabeza.
— ¡Eso dolió!— dijo Evan enojado.
— ¡Ese era el propósito!— dije molesto.
— Zac— dijo Jimi—, ¿Qué haces aquí?
— Intento no matar a Evan— dije.
— ¿Nos estás espiando?— dijo Evan—, porque si es así, te juro que no he hecho nada malo. Pregúntale a Jimi.
— ¿Por qué los espiaría?— dije.
— Porque eres como uno de esos padres que no puede aceptar que su hijito ya creció— dijo Evan.
— También puedo ser de esos padres que encierran a su hijo en su habitación y que no lo dejan salir nunca— dije—, si quieren puedo ser así.
— ¡Jimi, corre!— dijo Evan.
— No sé que hice mal— dijo Jimi—, pero sea lo que sea, lo lamento.
— Tú no hiciste nada malo, pequeño y lindo Jimi— dije—, aquí el engendro del mal es Evan.
— ¿Yo porqué?— dijo él.
— ¿Cómo que porqué?— le dije molesto—, ¿Acaso no ves que ésta es la escuela? Cualquiera podría verlos y meterlos en enormes problemas.
— No te preocupes— dijo Jimi—, nos hemos estado cuidando de que nadie nos vea.
— Sí— dijo Evan—, la única persona que siempre aparece para molestarnos eres tú. ¿Por qué?
— ¡Porque siempre van a mis lugares favoritos!
— ¿Tus lugares favoritos son los mismos que nuestros lugares para cariñitos?— dijo Evan.
— Yo los descubrí primero— dije—, y no creo ser el único que los conozca. Así que un día alguien va encontrarlos.
— Tú nos deseas el mal, ¿Cierto?— me miró Evan.
— A ti sí te deseo el mal— le dije—, pero a Jimi no. Lo que digo es que deberían tener más cuidado.

Sin embargo esa conversación no funcionó.

Días después todo el mundo hablaba de Evan. Decían que lo habían visto con un chico. Por suerte nadie reconoció a Jimi. Sin embargo decían que si Evan estaba con un chico era porque Jimi le había contagiado el homovirus (sí, usaban esa palabra). No sólo eso. Hablaban incluso de Jason. Decían que era un pandillero exconvicto que se encargaba de desaparecer a las personas que nos molestaban. Ese rumor no estaba tan mal porque de esa forma nadie se acercaba a ninguno de nosotros, pero no por eso dejaba de ser algo malo. Y como Laura vivía en la misma calle que Jason y generalmente la veían junto a él, decían que ella debajo de su disfraz de niña buena era la jefa de otra pandilla. Eso último apoyado por el hecho de que un auto oscuro de aspecto sospechoso la traía todos los días a la escuela. Ese auto era del alcalde, que por una semana le prestó al papá de Laura que trabaja con él ya que el auto de su familia estaba en el taller.

— ¡No soy pandillera!— dijo Laura—, ¿Tengo cara de pandillera?
— No— dijo Jason—, tienes cara de desesperación pero no estamos hablando de eso.
— Vuelve a repetir eso— dijo ella, enojada—, y verás por qué todos creen que puedo ser en verdad pandillera.
— Tranquilos— dije—, no hay que perder la calma.
— Sí— dijo Evan—, siempre han hablado de nosotros. Ya deberíamos estar acostumbrados.
— No— dije—, no es normal. No debería ser así.
— Pero no podemos hacer nada— dijo Jimi.
— Claro que sí— dijo Laura—, podemos contratar a una persona que le de su merecido a todos aquellos que esparcen esos horribles rumores.
— ¿Eso no te volvería una verdadera pandillera?— dijo Jimi.
— ¿Siempre fuiste así de mala?— dijo Jason—, no puedo creer que en algún momento de mi vida te consideré linda.
— Soy una dulzura— dijo ella—, pero esa gente ya me hizo perder la paciencia.
— Hay que hacer algo— dije—, pero ¿Qué?
— Hay que consultarle a un adulto— dijo Jimi.

Así terminamos yendo a visitar a Will después de clases.

— Si estamos aquí y yo no sé porqué— dije—, ¿Significa que soy el único que no considera a Will un verdadero adulto?
— ¿Entonces qué soy?— preguntó él.
— Diría que uno de nosotros— respondí—, pero como al parecer somos pandilleros, mejor no digo nada.
— ¿Qué?— dijo él.

Le explicamos el asunto.

— ¿Por qué alguien pensaría que Laura es pandillera?— dijo él.
— El punto aquí en realidad— dije—, es que no sabemos qué hacer.
— Deberían contratar a alguien para que le de su merecido a las personas que esparcen esos rumores— dijo Will.
— Definitivamente eres uno de nosotros— dije—, ya suenas como pandillero.
— Ya tuve esa idea— dijo Laura—, pero Zac se niega a usarla.
— Yo la usaría— dijo Jason—, sobre todo con las personas que dicen esas cosas sobre Zac.

Los miré curioso.

— ¿Sobre mí?— dije intrigado—, ¿Qué cosas dicen?

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